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08 DE MARZO

Francisco Escandón Guevara / vía correo electrónico



Foto: Revista Rupturas



La revolución industrial transformó la realidad productiva del planeta, en adelante la sociedad se polarizó entre una burguesía propietaria y un incipiente proletariado que se organizó en torno a los sindicatos.


Para entonces, la demanda de manufacturas y el deseo empresarial de mayores ganancias justificaron el enrolamiento de las mujeres y niños al trabajo renumerado, pero las condiciones salariales y humanas fueron más precarizadas que en los adultos varones. Se impuso el régimen de sobre explotación que prolongaba labores de hasta 16 horas diarias y bajas remuneraciones.


Esa dolorosa realidad convocó la resistencia del movimiento obrero. De allí advienen los primeros colectivos de mujeres organizadas que exigieron aumento salarial, la prohibición del trabajo infantil, jornadas de trabajo de 8 horas e incluso el derecho al sufragio, que generalmente estaba reservado para las élites masculinas. Esas reivindicaciones fermentaron en huelgas obreras que fueron reprimidas hasta sofocarlas con muerte.


A partir de 1857, cada marzo testimonia la exigencia y las luchas de las mujeres por una vida digna. Su unidad y valentía permitió que se reconozcan varios derechos, pero aún algunos están proscritos por un sistema patriarcal, misógino y machista que las cosifica y condena a una profunda desigualdad que necesitaría de 170 años para resolverse, según el Foro Económico Mundial.


A la actualidad, es mayor el porcentaje de mujeres sin trabajo, los salarios son menores a la de sus pares hombres, se discrimina su contratación por estar gestantes, son asesinadas por su condición de género, están subordinadas a roles sociales ingenuamente llamados femeninos, son despojadas de los espacios de dirección del poder público, sus cuerpos son promovidos en propagandas sexistas, se las criminaliza por abortar, aunque fueran violadas, etc.


En el Estado capitalista del siglo XXI siguen instituidas formas de violencia intergenéricas que las élites apuestan a perpetuarlas. Para desvalorizar a las mujeres apelan a la ética religiosa del opus dei, para acallarlas disfrazan al 8 de marzo con fiesta y consumismo, para estigmatizar a las luchadoras las llaman feminazis, hedonistas, frenéticas sexuales, abortistas, brujas o putas.


Pero nada, ni nadie, detiene la marcha del movimiento feminista, sus luchas son justas. Los pañuelos verdes y morados vencerán.

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