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Así ocurrió la Revolución Bolchevique

  • Vladimir Albornoz / ABP Ecuador
  • 25 oct 2017
  • 17 Min. de lectura

En el centenario de la revolución bolchevique 1° parte


El próximo 7 de noviembre es un día especial para los trabajadores del mundo. Un día que lo deben recordar con orgullo, emoción y cariño.


Porque por primera vez en la historia se demostró que un país, incluso uno gigantesco como Rusia, podía prescindir de los capitalistas y permitir que los trabajadores de la ciudad y del campo lo dirigieran según sus propios intereses. Y demostraron, además que el sistema capitalista ya era obsoleto y podía ser enviado al rincón de las cosas inútiles.


Lo anecdótico es que se cumple un siglo desde cuando el crucero “Aurora”, con un sonoro cañonazo, dio la señal para iniciar la insurrección del pueblo ruso, para comenzar la revolución socialista.


Asalto al Palacio de Invierno, sede de la monarquía primero y luego del gobierno provisional.


Efectivamente, el 7 de noviembre nos remonta al año 1917, momento crucial de la historia de la humanidad, cuando los trabajadores soviéticos se alzaron con el poder en la gigantesca Rusia para acabar con el régimen de desigualdad social, de explotación y opresión que imperaba entonces y empezar a construir una nueva sociedad, la sociedad sin clases explotadoras y explotadas y de convivencia fraternal con las demás naciones.

“Tenemos el derecho a enorgullecernos, y nos enorgullecemos, de que nos haya correspondido la suerte de iniciar la construcción del Estado soviético, de iniciar con ello una nueva época de la historia de la humanidad”, escribió Vladimir Ilich Lenin, al referirse a ese momento estelar de la humanidad.


La revolución no se hace, se la organiza.


Llegar a ese punto no fue nada fácil. Hubo que vencer primero la despolitización en la que estaba sumido el pueblo por decisión del imperio zarista.


La clase obrera sólo sería capaz de realizar acciones revolucionarias de masas a condición de estar organizada, ser consciente y contar con un partido revolucionario marxista capaz de canalizar las energías del pueblo para alcanzar un objetivo científicamente fundamentado: el paso del capitalismo al socialismo.


De allí que las energías de Lenin y los bolcheviques se encaminaran a organizar ese partido proletario. Para conformar el Partido Obrero Socialdemócrata Ruso (POSDR) se pasó por varias etapas, hasta que lograron fundamentar un programa político y una estructura organizativa apropiada para llevar la lucha de clases hasta su triunfo.


En el II Congreso del POSDR surgieron dos corrientes: una, la del sector que creía que la meta de los trabajadores únicamente era alcanzar la revolución democrático-burguesa, por lo que fueron caracterizados como oportunistas[1] y que quedaron en minoría dentro del evento (Mártov, Plejanov, Dan, Potrésov). Ellos recibieron el apelativo de mencheviques. Trotski, en gran medida participaba de esta opinión. En cambio, quienes con posiciones revolucionarias más consecuentes, estaban decididos a llevar la lucha hasta el socialismo y eran dirigidos por Lenin, fueron conocidos como bolcheviques.


Luego, como maestra de la verdad teórica, actuó la experiencia. El momento de mayor agitación revolucionaria se produjo durante la insurrección proletaria de 1905-1907, cuando el proletariado fue bautizado con sangre y fuego, por haber tenido la osadía de sublevarse en contra de sus sempiternos opresores. Fue la preparación general más importante para aprender a conquistar el poder. Una de las lecciones notables que sacaron de esa durísima brega, fue aprender a organizar comités populares, los sóviets, como la forma más democrática de organización del pueblo revolucionario, cuya solidez se comprobaría una década después.


Tras la derrota, en 1907, cuando el zarismo se tomaba la revancha, vinieron los largos años de enconada represión. De todas maneras, el partido bolchevique tuvo la capacidad de mantener la organización y la combatividad de los trabajadores a pesar de la tenaz persecución a la que los sometía la policía. Y, pese a todas las dificultades, en esas duras circunstancias el partido bolchevique defendió la pureza de la teoría revolucionaria de toda clase de desviaciones y de renegados del marxismo, elevando el nivel de conciencia del proletariado.


“Supimos trabajar durante largos años antes de la revolución [de 1905, caracterizaba Lenin el difícil trance]. No en vano nos llamaron duros como una roca. Los social demócratas han forjado un partido proletario que no pierde los ánimos ante el fracaso del primer combate, que no pierde la cabeza ni se lanza a ciegas aventuras. Este partido va hacia el socialismo sin ligarse a sí mismo ni ligar su destino al resultado de tal o cual etapa de las revoluciones burguesas. Por ello precisamente está también libre de los aspectos débiles de dichas revoluciones. Y este partido proletario se halla en el camino de la victoria”.


Hacia 1914, las potencias imperialistas, ansiosas de repartirse los mercados, las áreas de influencia, las colonias y las zonas ricas en materias primas, en resumen de apoderarse del rico botín de los otros, se declararon la guerra: empezó la primera guerra mundial. Y empezó una carnicería como no se había visto antes. Mientras en los campos de batalla morían soldados y también civiles por millones, los monopolios hacían fabulosas ganancias a costa de los contratos de provisión para el frente.


Los bolcheviques, desde el inicio se pronunciaron en contra de la guerra imperialista, lo que en medio de un ambiente chovinista imperante

representaba un enorme riesgo. Esa clarividencia y la entereza para denunciar la criminal contienda que contradecía los intereses de la inmensa mayoría de la población es una de las razones para que creciera el prestigio de los bolcheviques.


Sin embargo, la propaganda de guerra, especialmente en vísperas o al principio de ésta, suele provocar una fuerte adhesión popular hacia las clases dominantes. Por eso mismo, hacía falta que personas de buena fe que no comprendían el meollo de la cuestión fueran esclarecidos con pronunciamientos políticamente justos. Por boca de Lenin, los bolcheviques llamaron a no creer en los cantos de sirena de los guerreristas:

“Dada la indudable buena fe de grandes sectores defensistas revolucionarios de filas, que admiten la guerra sólo como una necesidad y no para fines de conquista y dado su engaño por la burguesía, es preciso aclararles su error… explicándoles la ligazón indisoluble del capital con la guerra imperialista y demostrarles que sin derrocar al capital, es imposible poner fin a la guerra con una paz verdaderamente democrática y no con una paz impuesta por la violencia”.


La Revolución de Febrero, antesala de la Revolución de Octubre.


El zarismo era la expresión más concentrada de una estructura social totalmente injusta, en la que los obreros y los campesinos carecían de los

derechos más elementales. Un orden basado en el atraso cultural (el analfabetismo afectaba al 90% de la población), y un despotismo ilimitado. Para inicios de 1917, había una escasez generalizada de alimentos. Los obreros, con sueldos bajos, hacían jornadas de hasta catorce horas que eran insuficientes para malvivir y ningún sufrimiento del pueblo, por hondo que fuera, conmovía a las autoridades.


La escasez de alimentos y todo tipo de suministros, las largas colas y el frío provocaron, casi espontáneamente, agudas protestas populares. En las ciudades, la falta de materias primas para las fábricas hacía que muchos quedaran sin trabajo. Para remate, como la mayoría de varones jóvenes estaban en el frente, las mujeres ocuparon buena parte de las plazas fabriles llegando a representar el 47% de los trabajadores industriales.


El 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer Trabajadora, las mujeres de Petrogrado salieron a las calles a demandar igualdad de derechos, el sufragio universal y el fin de la autocracia.


Las semillas sembradas por los revolucionarios rusos, empezaron a dar vigorosos brotes en Febrero de 1917, cuando surgió un amplio y profundo movimiento de masas. La caída del zarismo no la provocó ni la dirigió ningún individuo o partido. Pero fue una tempestad popular que lo arrolló todo a su paso, superando a todas las organizaciones e instituciones existentes. Fue una revolución propulsada desde abajo, por los soviets de delegados obreros que instalaron órganos de poder obrero y de democracia directa.


El 23 de febrero (8 de marzo, en el calendario gregoriano que se usa en Occidente), empezaron las protestas. Las mujeres de la barriada obrera de Viborg, reunidas en asamblea, se declararon en huelga. Las manifestaciones de la mañana se hicieron masivas y agrias por la tarde con la incorporación de los metalúrgicos. Se reclamaba “¡Pan, paz y libertad!” y se gritaba “¡Abajo el zar!”


Todos los partidos, sorprendidos por la fuerza del movimiento, al principio no atinaban que hacer. El día 24, 150.000 obreros tomaron las calles. Y los cosacos, las tropas más leales al zarismo, fueron desbordados. En algunos lugares se negaron a disparar, o lo hicieron por encima de las cabezas. En algún caso, los soldados se enfrentaron con la odiada policía zarista, en defensa de la multitud amenazada.


La escuadra del Báltico se sublevó y los marineros de Kronstadt fusilaron a cientos de oficiales. La huelga de las obreras el 23, se convirtió en huelga general el 24 y en la insurrección el 25. El zar quiso contener al pueblo con represión: el domingo 26, al mediodía, se produjo una matanza en la plaza Znamenskaya, dejando medio centenar de víctimas mortales. Tras la matanza una muchedumbre furiosa asaltó juzgados, comisarías y prisiones, liberando a los presos.


Las masas populares lograron el apoyo de varios cuarteles del ejército, que enfrentaron a la policía. Los mencheviques, social-revolucionarios y bolcheviques se pusieron al frente del movimiento y, con los regimientos sublevados, se apoderaron de Petrogrado.

El motín generalizado de la guarnición militar del día 27 convirtió los motines y la insurrección de los días anteriores en una revolución. El 28 la bandera roja ondeaba sobre la prisión-fortaleza de Pedro y Pablo. Los policías eran perseguidos y linchados en la calle.


Ese mismo 28, en el ala izquierda del Palacio de Táuride se constituyó el Soviet de Petrogrado, mientras en el ala derecha se reunía la Duma (parlamenteo), dando origen a lo que poco después serían dos centros de poder: el sóviet de trabajadores y el gobierno provisional. Moscú y otras ciudades se sumaron a la protesta que finalizó con la abdicación del zar Nicolás II el día 29 y la instauración de la primera república.


Las negociaciones entre el Soviet y la Duma acordaron la formación de un Gobierno Provisional, en el que el príncipe Gueorgui Lvov detentaba el cargo de primer ministro. En el país se estableció un doble poder: por un lado, el gobierno provisional, compuesto por representantes de los partidos demócratas liberales (burgueses) estaba presidido por Lvov. De otro lado los sóviets tenían el reconocimiento social como líderes del país. Por eso, se convirtieron de hecho en el gobierno paralelo del país.


En razón de su prestigio, los soviets decretaron la libertad de los presos políticos y organizaron los abastecimientos, disolvieron la policía política zarista, legalizaron a los sindicatos y organizaron a los regimientos adictos a los soviets, sin esperar ningún decreto del gobierno.

Éste se limitó a ratificar las decisiones adoptadas por los soviets, que no habían tomado directamente el poder porque la mayoría de ellos estaba encabezado por mencheviques y eseristas los cuales, según su convicción, no creían en absoluto que la clase obrera estuviera capacitada para ejercer el poder.


Por primera vez los bolcheviques salían de la clandestinidad para enfrentar los grandes acontecimientos que les tenía preparado el destino. Su combatividad había sido sometida a rigurosas pruebas. A modo de ejemplo, cuando en julio de 1917 se reunió el VI Congreso del Partido Bolchevique, una cuarta parte de los delegados habían ingresado a él antes de la primera revolución rusa. Como promedio, cada delegado llevaba 10 años participando en la actividad revolucionaria y su edad promedio era de 29 años. 55 delegados tenían instrucción superior. 110 delegados había pasado por las cárceles, en conjunto, 245 años. 150 habían sido detenidos 549 veces.


Algunos cuadros dirigentes regresaban apresuradamente de su destierro en Siberia, como Stalin, Sverdlov y Kámenev. Otros habían sido extrañados del país, como Alejandra Kolontai. Un desterrado poco común era Lenin. En abril de 1917, y, luego de pasar 14 meses incomunicado en una celda, 3 años más deportado en Siberia y otros nueve años exiliado en el extranjero, volvía a la capital de Rusia, desde Zúrich, para ponerse a la cabeza de las filas revolucionarias y empezar a cumplir lo que era la causa de su vida: la revolución.


¡Todo el poder a los sóviets!


En Rusia seguía el estado de caos, y ya no podía soportar el esfuerzo bélico. El ejército estaba mal pertrechado en el frente, las vías ferroviarias tenían un funcionamiento irregular, la corrupción y las ineficaces estructuras del viejo régimen aumentaron el descontento social.

“La peculiaridad del momento actual en Rusia, dijo Lenin, consiste en el paso de la primera etapa de la revolución, que ha dado el poder a la burguesía por carecer el proletariado el grado necesario de conciencia y organización, a su segunda etapa, que debe poner el poder en manos del proletariado y de las capas pobres del campesinado” (Las tesis de Abril, escrito entre el 4 y 5 [17 y 18] de abril de 1917).


No se trataba de fantasías o ilusiones vanas. Aunque Rusia estaba muy atrasada respecto de otras potencias capitalistas, tenía una industria muy concentrada, donde crecía el poder de los monopolios. El proletariado ruso, poseedor de una elevada conciencia de clase adquirida en duras batallas sociales, tenía un poderoso aliado en el numeroso campesinado pobre. Estas y otras realidades, era premisas indispensables para asegurar el triunfo de la revolución proletaria.


Al calor de los acontecimientos, los trabajadores organizaron numerosos sóviets. Los sóviets del Ejército (en total unos 50.000) y, en especial, en la flota del Báltico, fueron parte de la fuerza motriz con la que los bolcheviques aspiraban a tomar el poder. En unos 59 centros industriales de Rusia fueron elegidos 1.429 sóviets de obreros. Sin embargo, los bolcheviques en primavera de 1917 no controlaban la mayoría de los consejos, que todavía estaban dominados por el ala moderada y liberal del partido menchevique y por los eseristas.


No obstante, Lenin descubrió en los sóviets la forma estatal de la dictadura del proletariado.


“El poder de los sóviets, escribió Lenin, significa una transformación radical de todo el aparato del Estado, aparato burocrático que frena todo lo que es democrático; significa la eliminación de dicho aparato y su reemplazo por otro nuevo, popular, o sea, auténticamente democrático, el de los Sóviets que implica una mayoría organizada y armada del pueblo: obreros, soldados y campesinos; significa ofrecer la independencia y la iniciativa a la mayoría del pueblo, no solo en la elección de los diputados, sino también en el manejo del Estado y en la realización de reformas y transformaciones”.


Si entonces los sóviets hubieran tomado el poder, la burguesía no hubiera tenido forma de impedirlo. Hubiera sido una manera pacífica de traspasar el poder a los trabajadores. Pero al estar la mayoría de ellos dirigidos por mencheviques y eseristas no había manera que estos órganos de poder popular tomen un rumbo socialista. Por lo mismo, los bolcheviques optaron por redoblar sus esfuerzos para ganarse sus simpatías.

Tan acertado fue este camino, que para el 1° de junio, los bolcheviques aumentaron el número de diputados soviéticos de 40 a 400 y eran los más numerosos del sóviet de Moscú.


En ese mismo tiempo, se impulsó la organización de los sindicatos. Casi todo el proletariado industrial –unos tres millones de trabajadores- estaban agrupados en sindicatos y los más importantes estaban dirigidos por los bolcheviques. Allí se formó la Guardia Obrera o Guardia Roja, con los obreros más firmes y valerosos, pues la única manera de asegurar la defensa de la revolución era mediante la existencia del pueblo armado. No menos intensa fue la labor de ganar el apoyo de las mujeres, de los jóvenes y del ejército.


En abril, el gobierno provisional, por boca del ministro de exteriores Miliukov, declaró que Rusia seguiría en guerra, fiel a sus compromisos con los aliados. Semejante pretensión provocó grandes manifestaciones populares de descontento el 20 y 21 de abril, mostrando una vez más el rechazo popular a la guerra imperialista.


Entonces cayó Miliukov. Se formó una nueva coalición entre cadetes, eseristas y mencheviques, con amplia mayoría de estos dos últimos. Lvov conservó la presidencia del Consejo y Kerenski llegó al ministerio de Guerra. El nuevo gobierno fue muy bien recibido por los aliados, que querían en Rusia un gobierno fuerte, capaz de mantener a Rusia en la guerra.


Pero, el gobierno provisional se mostró incapaz de responder a las principales exigencias del pueblo ruso: en particular, acabar con la guerra imperialista, aun cuando era el problema más agudo para Rusia. Según las cifras del Estado Mayor General ruso, para octubre de 1917 habían perecido o desaparecido en combate cerca de 800.000 soldados y oficiales, más de tres millones habían sido heridos y dos millones eran prisioneros de guerra, aunque hay cifras todavía más alarmantes.


Tampoco estaba en condiciones de completar la revolución democrático-burguesa para aliviar los problemas económicos, como terminar con el dominio de los terratenientes entregando la tierra a los campesinos o mejorar las condiciones de vida de los habitantes de las ciudades.

Los acontecimientos de julio y la preparación de la insurrección armada.


A principios de junio se reunió el I Congreso de Sóviets de toda Rusia. De los 1.090 delegados, apenas 105 eran bolcheviques. Desde la tribuna, Lenin defendió con talento dos propuestas bolcheviques: la paz y la entrega de la tierra a los campesinos, medidas que solamente podían cumplirse a condición de que todo el poder pasara a los sóviets.


Los eseristas y los mancheviques, aprovechando que tenían la mayoría de los delegados, hicieron cuanto estuvo en sus manos para impedir esas importantes resoluciones. Es más, pretendieron que los sóviets se convirtieran en apéndice del gobierno provisional.


Los bolcheviques pidieron que los sóviets convocaran a una manifestación pacífica contra la política del gobierno provisional. Y la dirección nuevamente la prohibió, acusando a los bolcheviques de promover un “complot” para derrocar al gobierno, y decidió posponerla para el 18, bajo sus propios términos.


El 18 de junio, medio millón de asistentes, fundamentalmente obreros y soldados salieron a las calles. La inmensa mayoría con las consignas bolcheviques: “¡Viva la paz!”, “¡Todo el poder a los Soviets!”. Fue, en todo sentido, una manifestación política clara que expresaba los verdaderos anhelos de los trabajadores rusos. Lenin escribió entonces:


“La manifestación ha disipado en pocas horas, como una nubecilla de polvo, toda la vacua charlatanería sobre los bolcheviques conspiradores, y ha demostrado con irrefutable claridad que la vanguardia de las masas trabajadoras en Rusia, el proletariado industrial de la capital y sus tropas están, en su aplastante mayoría por las consignas mantenidas siempre por nuestro partido”.


De este modo, el partido bolchevique empezaba a ganarse el favor de la mayoría de las masas y abría una enorme disyuntiva para el inmediato futuro: ¿quién ganaría la contienda?



La ofensiva contrarrevolucionaria.


Una nueva crisis política estalló el 3 de julio. Ese día, otra vez, obreros y soldados salieron a las calles. Nuevamente se reclamó todo el poder para los sóviets, en una movilización apoyada por los marinos del Kronstadt.


El 4 de julio, otra manifestación proletaria de medio millón de personas se dirigió a la sede del gobierno provisional, en la capital, para presionar por los cambios reclamados. Semejante acumulación de fuerzas llevó a muchos bolcheviques a creer que había llegado la hora de la revolución.

Lenin les replicó que ese paso todavía era prematuro, el momento no estaba para aventuras, porque todavía no había madurado la crisis revolucionaria en todo el país, y que el ejército tampoco estaba listo todavía para respaldar el pronunciamiento de los obreros de Petrogrado.


El gobierno por su parte, aupado por la burguesía, dio orden de ahogar en sangre la protesta. El embajador inglés propuso restablecer la pena capital para los soldados, desarmar a los obreros y a las tropas revolucionarias, castigar a los agitadores, implantar la censura militar y confiscar los periódicos bolcheviques. Propuestas que gustosamente aceptó el gobierno.


Tropas leales a Kerenski abrieron fuego contra los manifestantes, ddando pie para que se produzcan enfrentamientos entre los contendientes.

La noche del 4 al 5, el Comité Central del Partido Bolchevique dio orden de cesar la manifestación y retirarse en orden a las fábricas, los cuarteles y los buques.


El gobierno, por su parte decidió perseguir a algunos bolcheviques que deben volver a la clandestinidad, en especial su dirigente más notorio. Lenin, aunque escondido a las orillas del lago Razliv, próximo a la capital, no deja de participar activamente en la dirección de la lucha revolucionaria. Le acompaña otro dirigente, Zinóviev. Por ese motivo, él era el primero a quien Lenin le participaba sus reflexiones y planes.


Es allí cuando Lenin decide que la consigna “¡Todo el poder a los Sóviets!” debe ser abandonada provisionalmente por los bolcheviques, porque en ese momento el desarrollo pacífico de la revolución ha concluido, dado que los dirigentes de los sóviets apoyan decididamente la burguesía. Es la hora de preparar la insurrección armada.


Efectivamente, la burguesía y los terratenientes ya no confían en que Kerenski pueda derrotar a los bolcheviques y decide impulsar por su cuenta un golpe militar. Cuenta con el apoyo total de los países de la Entente (EEUU, Inglaterra y Francia). El Secretario de Estado de EEUU, Lansing, con todo descaro, declara que en Rusia sólo se podía instaurar un poder militar despótico. La figura escogida para encabezar el golpe de Estado es el general Kornilov.


El 25 de agosto, Kornilov lleva desde el frente a Petogrado un fuerte contingente de cosacos para “instaurar el orden”. Kerenski no sabe qué hacer. Tampoco los dirigentes mencheviques y eseristas de los sóviets. En cambio los bolcheviques llaman al pueblo a oponerse firmemente a la intentona. Se reparte armas a la población de la capital, se envían agitadores para que hablen con las tropas golpistas, los ferroviarios quitan las líneas férreas para que demoren a los insurrectos y se niegan a entregar trenes para que se trasladen las tropas.


Resultado, el complot fracasa sin disparar un tiro y el general Klimov que mandaba las tropas sediciosas se suicidó. Pero, mucho más importante todavía: la correlación de fuerzas cambió en el país. Ya el gobierno provisional carecía de mando efectivo. La dirección en los sóviets va pasando paulatinamente a los bolcheviques no solo en Petrogrado, sino también en Moscú, Sarátov, Kiev, Ivánovo Voznesent,…


La preparación de la insurrección.


El 3 de septiembre, Lenin indica que los días en que era posible la revolución pacífica habían pasado. Sólo quedaba el camino de la lucha armada. La consigna “¡Todo el poder a los Sóviets!” adquirió un nuevo contenido. El paso del poder a los sóviets se alcanzaría por la vía armada.

Pero las cosas pintaban feas. En ese septiembre Rusia se hallaba al borde del desastre. El hambre y la ruina alcanzaban cimas. Estaba desorganizado el transporte ferroviario. Era cada vez menor el abastecimiento de materias primas para las fábricas. Por eso mismo disminuyó catastróficamente la producción industrial y aumentó notablemente el desempleo. Los sufrimientos del pueblo en ciudades campos y trincheras eran inconmensurables.


El movimiento huelguístico aumentó notablemente, el campesinado declaró una abierta lucha contra los terratenientes y el ejército se bolchevizaba rápidamente. En fin de cuentas el país vivía una situación revolucionaria en toda regla.


A la vez, estaban dadas las condiciones subjetivas. Aumentaban las desavenencias entre mencheviques y eseristas. De este último, se separó el sector de izquierda formando un nuevo partido. El gobierno provisional daba golpes de ciego queriendo reactivar el parlamentarismo sin lograr distraer al pueblo de sus metas. Lenín dijo entonces:


“Hoy tenemos con nosotros a la mayoría de la clase [obrera] que es la vanguardia de la revolución, la vanguardia del pueblo la clase que es capaz de arrastrar detrás de si a las masas. Tenemos con nosotros a la mayoría del pueblo”.


Solo queda por convencer a ciertos dirigentes del partido bolchevique que se mostraban indecisos. En octubre de 1917, Lenin, que pasó los últimos cien días en la clandestinidad, regresó de Finlandia a Petrogrado. Se aproximaba la hora decisiva.


Y su presencia fue dinamita. Explicó, el 10 de octubre, a sus compañeros el plan del levantamiento armado. Estas fueron algunas de sus indicaciones:


“La historia no nos perdonará que no tomemos el poder inmediatamente”, “la demora equivale a la muerte”, “cualquier contemporización equivale a la muerte”, “ocupar y conservar a costa de cualquier sacrificio el teléfono, el telégrafo, las estaciones de trenes, los puentes”, “audacia, más audacia, siempre audacia”, “que las clases dominantes se estremezcan con la revolución comunista”.


En contra se pronunciaron Kámenev y Zinoviev, porque creían que las fuerzas de la contrarrevolución eran más fuertes que las revolucionarias. Trotski, tan aficionado a las frases grandilocuentes y vacías, proponía demorar la insurrección hasta después del II congreso de los Soviets. Esa demora daba a Kerenski la posibilidad para agrupar tropas fieles o, como se planeaba en secreto, entregar Petrogrado a los alemanes. Porque para la burguesía más importante era mantener su poder que traicionar a la patria.


El 16 de octubre, Lenin consigue por fin la decisión de impulsar la insurrección. Pero, para su sorpresa, Kámenev y Zinoviev delatan esos planes en… Nóvaía Zhizñ, el periódico de los mencheviques!!! Entonces, la dirección derechista de los sóviets aplaza el congreso del día 20 al 25, dando tiempo a los preparativos contrarrevolucionarios de Kerenski. “Tiempos difíciles” refunfuña Lenin, “una dura traición, pero el problema se resolverá”.


Los días que estremecieron al mundo.


A partir del 17 de octubre, la clase obrera rusa dio muestras de capacidad y energía revolucionaria como nunca antes. Las fábricas de Petrogrado parecían fortalezas. En breve plazo, La Guardia Roja reunió 50.000 efectivos. El Comité Militar Revolucionario envió comisarios políticos a las unidades militares. Sin su aprobación no se ejecutaba ninguna orden.


Para Lenin, el momento adecuado para iniciar el asalto al poder era el 24 de octubre (6 de noviembre según el calendario occidental). Kerenski, por su lado consiguió del gobierno que se ataque ese día al colegio de señoritas Smolny, cuartel general de los bolcheviques. Entonces los comunistas pasaron a la ofensiva.


“Escribo estas líneas el 24 por la tarde, anota Lenin. La situación es crítica en extremo. Es claro como la luz del día que hoy todo lo que sea aplazar la insurrección significará la muerte… La historia no perdonará ninguna dilación a los revolucionarios que hoy pueden triunfar (y que triunfarán hoy con toda seguridad) y que mañana correrán el riesgo de perder mucho, tal vez de perderlo todo”.


La noche del 24 al 25 de octubre, todo transcurrió como estaba previsto. Potentes destacamentos de la revolución entraron en acción: tomaron el control de Petrogrado, ocuparon las centrales de teléfonos y el telégrafo. Ordzhonikidze, destacado dirigente bolchevique aseveró:

“Lenin tomó en sus férreas manos la organización de la insurrección de Octubre y la llevó hasta su final victorioso”.

El gobierno provisional fue derribado casi sin derramamiento de sangre. Y al amanecer del 25 había triunfado la revolución.


Esa misma noche se reunió el II Congreso de los Soviets y, por pedido de Lenin se dictaron las dos primeras leyes ampliamente reclamadas por el pueblo ruso: el decreto de la paz y el decreto de la tierra que de hecho daban partida de nacimiento a la constitución de un Gobierno soviético. Empezaba una era de profundos cambios que influiría inmensamente en el destino de la humanidad.


Las masas populares hacían historia al construir un mundo nuevo. A su vez, la grandiosa personalidad de Lenin ponía su impronta decisiva en los acontecimientos. La dialéctica de pueblo organizado y de dirigentes lúcidos, se plasmaba dando como resultado en un triunfo asombroso.

Pero ahora empezaba una etapa más difícil que la anterior, la construcción de la sociedad socialista, cuyo análisis será parte de una nueva entrega.


[1] “El oportunismo –escribió Lenin- es nuestro principal enemigo. El oportunismo en la capa superior del movimiento obrero no es socialismo proletario, sino burgués. Se ha demostrado en la práctica que los políticos del movimiento obrero pertenecientes a la tendencia oportunista son mejores defensores de la burguesía que los propios burgueses. La burguesía no podría mantenerse si ellos no dirigieran a los obreros”.

 
 
 

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