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Vladimir Ilich Lenin, el hombre que marcó su época


Es difícil encontrar en la historia de la humanidad un ser tan multifacético como Vladimir Ilich Ulianov que adoptó como pseudónimo el de Lenin (el hombre del Lena).

Lenin pudo reunir en si tanto al teórico eminente, capaz de descubrir y desatar el nudo gordiano de su tiempo y el hombre práctico que supo conducir a su patria, la inmensa Rusia hacia el camino de la amistad más fecunda entre los pueblos libres, inaugurando la edificación del socialismo en la Unión Soviética y el ser humano desinteresado que despertaba la inmediata simpatía de quienes lo conocían.

Y, con ese gigantesco paso, la transformación de Rusia, el proletariado ruso insufló de espíritu revolucionario al planeta entero provocando, además, la crisis general del capitalismo.

Lenin nació el 22 de abril de 1870 en Simbirsk –hace 149 años- y demostró notable precocidad en todo lo que emprendió. Desde temprano adquierió interés por la realidad social y política y, era todavía muy joven cuando, su hermano mayor Alexander, fue ejecutado por orden del Zar de Rusia. Pocos años más tarde, Vladímir también sufrió en carne propia los rigores del régimen autocrático: primero fue expulsado de la Universidad de Kazán por sus actividades políticas. Posteriormente, la cárcel y el destierro.

Quienes conocieron entonces al futuro Lenin lo describían como de baja estatura pero de fuerte complexión, dueño de una gran vivacidad. De pómulos salientes y los ojos, algo oblicuos, tenía una mirada penetrante. Siendo aún muy joven perdió el cabello y mostraba una amplia frente. Por eso, tal vez, a sus 20 años los camaradas le llamaban “el viejo”.

De su temple da cuenta una anécdota: al ser detenido, un oficial le dijo mientras le sometía a los interrogatorios de rutina: “¿Para qué alborota tanto, joven, si ante usted se alza un muro?”. El joven Lenin replicó: “Un muro. Sí, pero carcomido. Basta un empujón para que se derrumbe”.

Una vida dedicada a la revolución socialista.

Y es que su talento le permitía comprender antes que nadie las cosas que ocurrían en el mundo. Por ejemplo, el 2 de enero de 1896, ya desde la cárcel, anuncia su plan de analizar la economía de su país. Su hermana María, su futura esposa Nadiezhda Krúpskaia y otra camarada se encargaron de proveerle del abundante material necesario para escribir “El desarrollo del capitalismo en Rusia”. Esa obra capital –sustentada en una bibliografía de medio millar de títulos- es un muy profundo diagnóstico de la realidad de su patria, del cual se desprenden con claridad las tareas revolucionarias a emprenderse. En su redacción final, tomó en cuenta las numerosas observaciones que le hicieron sus camaradas puesto que no buscaba el brillo personal, sino la comprensión más exacta del asunto en cuestión.

Todo eso demuestra como el gran jefe del proletariado, aún en las más difíciles circunstancias, fue capaz de emprender tareas extremadamente difíciles, demostrar una inagotable capacidad de trabajo y saber obrar en equipo.

El resultado de esa publicación fue que la clase obrera rusa adquirió una poderosa arma para luchar contra la autocracia zarista. Y, Lenin, entonces, ¡apenas tenía 29 años de edad!

Por esa misma época, Krúpskaia fue también detenida y deportada a Siberia donde ambos se reunieron y se casaron en 1898. Así se inició una colaboración inmensa que se prolongaría por toda la vida puesto que Nadiezhda era una excepcional organizadora. Todo eso y más aportó la pareja, en medio de las más rigurosas privaciones.

Al iniciarse el siglo XX, los esposos son deportados a Viena y, al año siguiente (21-12-1901), sale el periódico Iskra (La Chispa), órgano de propaganda impulsor de las ideas revolucionarias en Rusia. En marzo de 1902 aparece “Qué hacer”, libro llamado a poner las pautas de lo que debía ser el partido revolucionario y su organización. El debate que provocó llevaría a que, finalmente, se definieran posiciones. Los socialdemócratas rusos se dividieron en dos alas: una revolucionaria, la de los bolcheviques (mayoría) y otra, conciliadora, la de los mencheviques (minoría).

Lenin regresó a Rusia en 1905 para incorporarse a la revolución espontánea que había estallado. Tras la derrota de las masas populares debió exilarse nuevamente. Durante los años de reacción que se prolongaron hasta febrero de 1917, la labor teórica de Lenin alcanza cumbres extraordinaria, siendo su principal aporte “El imperialismo, fase superior del capitalismo”, donde demuestra que en la fase monopólica del capitalismo, la economía ha alcanzado la preparación más completa de la estructura social para pasar al socialismo mediante una revolución.

La revolución de Octubre.

Volvió a Petrogrado, cuna de la revolución bolchevique, en abril de 1917. Un amplio movimiento popular –también espontáneo- había derrocado al zarismo y existía una dualidad de poderes en el país entre el Gobierno provisional burgués y los soviets que obreros, campesinos y soldados habían organizado por toda la nación. En su patria, Lenin, demostró que la revolución democrático burguesa era insuficiente para satisfacer los anhelos del pueblo. Debía continuar hasta transformarse en revolución socialista. Y a ese fin se abocó el partido bolchevique con todo empeño.

Pero, la burguesía no estaba dispuesta a ceder y se preparó para reprimir a los comunistas. Mientras se preparaba para el momento propicio, porque “la revolución no se hace, se la organiza”, volvió a la clandestinidad, porque el gobierno provisional puso precio a su cabeza. En esas condiciones escribe “El Estado y la revolución”, donde se establecen las pautas de lo que debe ser el nuevo Estado socialista.

Al mismo tiempo debe convencer a los indecisos de su partido que ha llegado la hora de la transformación más importante de la historia de la humanidad. Cuando finalmente, el Comité Central aprueba su exigencia de ir a la insurrección, se pone al frente del movimiento y, el 23 de octubre (según el viejo calendario), 6 de noviembre según nuestro almanaque, se inicia la movilización que daría origen al triunfo del Poder Soviético, la Revolución de Octubre.

Transitando por un camino inexplorado.

Por primera vez –si exceptuamos la efímera Comuna de París- una revolución triunfante de los comités de obreros, férreamente unidos a los campesinos y a los soldados iniciaban lo que Marx llamó el “asalto del cielo”, es decir la construcción de una sociedad sin explotación del hombre por el hombre y sin la opresión de un pueblo a otro.

Una vez implantado el poder proletario, el partido bolchevique, bajo la guía de Lenin, promulgó, entre otros, tres decretos cardinales: el de la Tierra, que proscribía la propiedad terrateniente y les entregaba la tierra a los campesinos; el de la Paz, mediante el cual Rusia salía de la guerra imperialista iniciada en 1914; y el de las Nacionalidades, por el que se le otorgaba a las antiguas naciones subyugadas por el zarismo el derecho a la independencia o a integrar la República Socialista Federativa Soviética de Rusia.

Una revolución sitiada por el imperialismo internacional y la contrarrevolución.

El triunfo de los rojos fue relativamente pacífico. Estaban más interesados en construir una nueva sociedad. Pero las clases dominantes, apoyadas por la burguesía mundial, para recobrar sus mezquinos privilegios, intentaron acabar con la joven república soviética. Las potencias imperialistas impusieron un férreo bloqueo para impedir todo comercio del naciente Estado proletario. Catorce países invadieron la república de los sóviets. La contrarrevolución, responsable de crímenes salvajes, recibió armas y recursos económicos para desatar la guerra civil. En lo esencial, hasta 1920, el gobierno soviético debió abocarse a defender la revolución y en algunas regiones hasta mucho después.

A las penurias anteriores se sumó la actividad terrorista de la pseudoizquierda. Muchos dirigentes comunistas fueron asesinados. El 30 de agosto de 1918 Lenin fue objeto de un atentado por parte de Fanny Kaplan, socialista moderada (eserista), lo cual obligó a responder con violencia a la violencia reaccionaria. Las incomprensiones dentro del mismo partido bolchevique, hicieron que aparezca una serie de fracciones aventureras entre las que destacó la fracción de los “comunistas de izquierda”.

Para peor, intensas sequías añadieron dolor a la ya golpeada revolución. El hambre y el tifus se cebaron amargamente sobre la población, de manera que el gobierno bolchevique debió hacer prodigios para salir adelante. En 1920, la economía del país estaba devastada. En esas condiciones, nuevamente se puso de manifiesto la labor constructiva del partido bolchevique y la orientación genial Lenin, quien en un esfuerzo extraordinario, desarrolla las bases de la teoría de la construcción del socialismo.

El reto más grande de la Revolución pasó a ser entonces la reconstrucción económica de Rusia, tarea que Lenin la encaró de inmediato. Y en aquel país destrozado, donde el atraso económico y cultural pesaban como el plomo, porque sobrevivían rezagos feudales y otras formaciones precapitalistas, se comenzó a edificar una formidable superpotencia, tanto en lo económico como en lo militar, en pocos años.

Con la finalidad de integrar las diferentes nacionalidades libres del territorio ruso, Lenin proclamó, el 30 de diciembre de 1922, la creación de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas.

La III Internacional.

Para los bolcheviques, la revolución socialista no era un fenómeno exclusivo de Rusia, sino una etapa histórica por la que obligatoriamente tiene que transitar toda la humanidad. Por eso emprendieron la tarea de contribuir al desarrollo político del proletariado del orbe.

Fue entonces cuando empiezan a formarse partidos comunistas en todos los continentes. Pero, los revolucionarios precisan dominar el marxismo para aplicarlo a las circunstancias específicas de cada país. Entonces la joven revolución se esmera por dar vida a una organización obrera mundial: la Internacional Comunista. Y, en uno de sus primeros congresos, se conoce otro trabajo clave de Lenin: “La enfermedad infantil del izquierdismo en el comunismo”.

Como resultado de la labor de la III Internacional, se forman la mayoría de partidos comunistas y a través del Cominform se organizan lar federaciones obreras nacionales. Mérito de estas formaciones es la conquista de la mayoría de los derechos que tienen los trabajadores del mundo.

La muerte de un ser extraordinario.

En marzo de 1922 Lenin asistió por última vez a un congreso del Partido, un mes después se le intervenía quirúrgicamente para extraerle las balas que continuaban alojadas en su cuerpo desde el atentado sufrido en 1919 y que le dejaron graves secuelas. Desde entonces solo tuvo pequeñas etapas en que mejoró parcialmente. Aun así, tuvo la fuerza de dictar varias cartas, entre ellas su llamado «testamento» en la que expresa su sentir por la suerte futura de su partido y de su patria. Le habían pasado factura el intolerable estrés de encabezar la revolución, la guerra y la construcción de una nueva sociedad. A esto hay agregar las secuelas del atentado de 1918, pues debió vivir con una bala en el cuello, peligrosamente cerca del espina dorsal, todo lo cual afectó seriamente la salud de Lenin.

El 21 de enero de 1924 una hemorragia cerebral acabó con su vida. El dolor inmenso que sintieron los soviéticos a causa de la temprana desaparición de su líder se manifestó en el sepelio. Lenin. Unas 900.000 personas desfilaron ante su ataúd en demostración del inmenso cariño que había despertado en su pueblo. Hoy, su cadáver embalsamado reposa en un mausoleo levantado en la Plaza Roja, abrigado por el cariño que siempre le han prodigado los soviéticos.

La mezquindad de las clases explotadoras.

Naturalmente, las clases expropiadas, no comparten la simpatía popular este extraordinario dirigente. En todas partes se promueve una vergonzosa campaña de difamación recurriendo a las más bochornosas mentiras. También en Ecuador la reacción recurrió a los más burdos argumentos para desacreditar al socialismo.

Un ejemplo de muchos son las Pastorales del entonces obispo de Riobamba: Carlos María de la Torre, en 1923, asegura que “el hombre trocado en fiera por el socialismo… y devorado el pecho por la abrasadora llama del odio, respirando por las abiertas fauces y ensangrentadas pupilas venganza y furor, blandiendo el hacha homicida y la incendiaria tea se precipita contra los benditos muros del hogar, contra el sagrado alcázar de la patria contra el templo santísimo de la religión”.

Décadas más tarde, cuando Carlos María ha sido elevado a Arzobispo, en 1961, vuelve a tachar al partido comunista como “secta de perdición”, por lo que, haciendo coro al gobierno de EEUU, llama a redoblar la campaña anti-comunista en la prensa. Y es tal su paranoia que hasta afirma que a “nuestros mares han llegado submarinos rusos, pues indudablemente son uno de los más poderosos instrumentos de que se valdrá Rusia mediante Cuba, para invadir al Ecuador” (sic).

La herencia teórica leninista

En los 35 años de labor teórica y práctica, entre 1888 y 1923, Lenin escribió más de 30 mil libros, folletos, cartas y documentos. Unos 9 mil de ellos figuran en los 55 tomos de su Obras Completas, editadas entre 1958 y 1965.

Citamos sólo algunas de sus obras: “Sobre la cuestión de los mercados” (1893), “El desarrollo del capitalismo en Rusia” (1899), “Anarquismo y socialismo” (1901), “¿Qué hacer?” (1902), “Las tareas de la juventud revolucionaria” (1903), “Un paso adelante, dos atrás” (1904), “Dos tácticas de la socialdemocracia en la Revolución Democrática” (1905), “Materialismo y empiriocriticismo” (1908), “Carlos Marx” (1914), “La quiebra de la Segunda Internacional” (1915), “El imperialismo, etapa superior del capitalismo” (1915), “El programa militar de la revolución proletaria” (1916), “El Estado y la Revolución” (1917), “La revolución proletaria y el renegado Kautsky” (1918), “La Tercera Internacional y su lugar en la historia” (1919), “El ‘izquierdismo’ enfermedad infantil del comunismo” (1920), “La crisis del Partido” (1921), “Carta al Congreso” (1922), “Sobre las Cooperativas” (1923), “Nuestra Revolución” (1923), “Más vale poco y bueno” (1923).

Lenin el ser humano

Todos los que conocieron de cerca a Lenin destacan su excepcional modestia en los asuntos concernientes a su persona. Después de ser herido en agosto de 1918 criticó el tono de las publicaciones aparecidas en los periódicos. Escribió: “Soy como los demás… Toda la vida luchamos, en el plano ideológico, contra la admiración excesiva de las virtudes de una sola persona, resolvimos ya hace mucho la cuestión de los héroes, ¡y he aquí otra vez el culto a la personalidad!”.

El modo de vida de Lenin no se diferenciaba de la vida espartana de sus contemporáneos.

“Lenin compartía todas las privaciones de aquellos días cuando escaseaba el combustible, las viviendas y hasta los alimentos”, recuerda el dirigente del partido laborista inglés G. Lausbury, que visitó la Rusia soviética.

Lenin siempre se preocupaba de los demás. A pesar de sus muchas actividades diarias como estadista, encontraba tiempo para escribir centenares de recados, dar órdenes verbales para ayudar a unos y otros camaradas, de mandarles a descansar, a curarse, de proporcionarles viviendas, etc.

Lenin odiaba a las clases explotadoras, pero no tenía enemigos personales.

Máximo Gorki, el gran escritor ruso, en su obra “Lenin en 1922“, escribió:

“Su heroísmo, casi enteramente desprovisto de relumbrón exterior, la abnegación modesta, ascética, frecuente en el intelectual ruso, en el revolucionario que cree sinceramente en la posibilidad de la justicia sobre la tierra; era el heroísmo del hombre que ha renunciado a todas las alegrías del universo para trabajar duramente por la felicidad de los hombres… En otoño de 1918 pregunté a Demetrio Pavlov, obrero de Sormof, cuál era a su ver el rasgo más sobresaliente de Lenin:

-Su sencillez. Es sencillo como la verdad.

Y, su compañera de lucha, Nadierzhda Krúpkaia, al referirse al respeto que se debía observar en la relación con las personas remarcaba:

“No había cosa que Vladimir Ilich despreciase tanto, como los comadreos, del chismorreo, de la lectura en corazones ajenos, de la curiosidad ociosa. Eso es trivialidad mordiente, filisteismo”.

Que dio el socialismo a la humanidad.

En un extremadamente corto lapso de tiempo, un país atrasado fue capaz de convertirse en la segunda potencia mundial, pese a la guerra civil y a los estragos de la segunda guerra mundial, que significaron inmensas pérdidas humanas y materiales. Al lado de una industrialización ejemplar, se transformó la agricultura mediante la colectivización del campo. Y el progreso técnico siempre estuvo al servicio de la sociedad.

Gracias a la revolución cultural sacó a las masas trabajadoras de la esclavitud espiritual y de la ignorancia y permitió al pueblo disfrutar de los más grandes valores atesorados por la humanidad. Ese país donde las nueve décimas parte de la población eran analfabetos, ascendió hacia las cumbres de la ciencia y la cultura.

Se dio solución a la convivencia de distintos pueblos y nacionalidades que llegaron a vivir en paz y armonía.

Primero que en ninguna otra parte, la mujer alcanzó un a condición de completa igualdad respecto a los hombres y, los mayores privilegiados de la sociedad soviética eran los niños.

Fue el primer país del mundo en garantizar a todos un trabajo digno. A diferencia del capitalismo, que mantiene parte de la población en el desempleo, aquí, gracias a la planificación económica, faltaban brazos para atender las demandas de la economía. Y todo eso en condiciones de relativa igualdad.

En 1983, el sociólogo norteamericano Albert Szymanski halló que quienes recibían mejores salarios en la Unión Soviética eran los artistas, escritores, profesores, gerentes y científicos de prestigio, que podían llegar a salarios tan elevados como 1.200 a 1.500 rublos mensuales. Los altos funcionarios del gobierno ganaban unos 600 rublos al mes, los directivos de las empresas, de 190 a 400 rublos al mes y los obreros unos 150 rublos al mes.

Debe añadirse que junto al salario, existían los fondos sociales de consumo que garantizaban salud y educación gratuita pensiones para jubilados y discapacitados, protección al embarazo y a la niñez y otras prestaciones. En promedio estos fondos representaban alrededor de un tercio del salario.

Atendió de la mejor manera posible el problema de la vivienda, de modo que allí desaparecieron tempranamente los tugurios y el costo de un departamento–que incluía electricidad, agua potable, calefacción y teléfono- era muy bajo en relación con el salario (2-3% del presupuesto familiar; el agua y los servicios públicos solo un 4-5%).

Contribuyó decisivamente a terminar con el colonialismo en el mundo. Y, los imperialistas tuvieron que mejorar el nivel de vida de los trabajadores de los países desarrollados, para poder competir con las conquistas que lograban las sociedades de países socialistas. Hoy, todo eso es eliminado descaradamente.

La traición acabó con la gran obra de Lenin.

La economía, pese a todos los obstáculo que le impuso el imperialismo, creció hasta la década de los ochenta se manera progresiva y sin sufrir ninguna crisis económica, tragedia habitual en el capitalismo.

Pero, lo que el pueblo soviético no esperaba era la puñalada por la espalda. En el año 2000 Mijaíl Gorbachov confesó descarnadamente su traición durante un discurso en la universidad norteamericana de Turquía:

“El objetivo de mi vida fue la aniquilación del comunismo… mi esposa me apoyó plenamente y lo entendió incluso antes que yo […] para lograrlo logré encontrar compañeros de lucha, entre ellos A.N. Yakovlev y E. A. Shevardnadze” (…) “Para lograrlo aproveché mi posición en el Partido y en el país, tuve que sustituir a toda la dirección del PCUS y de la URSS, así como a la dirección de todos los países socialistas de Europa”. (Arthur González, Cubainformación, Rebelión, 21-09-17)

Entonces, no es verdad que el sistema socialista estaba “agotado y quebrantado”, como quieren hacerle creer al mundo. En 1991 implosionó la Unión Soviética. Fue restaurado el capitalismo. La tragedia que sobrevino luego sobrecoge el alma, pero esa es otra historia.

Por lo menos dos de cada tres rusos quieren volver al socialismo

De allí la nostalgia por lo perdido. La proporción de rusos que lamentan la caída de la URSS se encuentra en su punto más alto, si se compara con los datos registrados desde 2005, según una encuesta reciente del Centro Levada. La tasa se sitúa en el 66%, frente al 58% en 2017 y el 49% en 2012. Sin embargo, el récord absoluto (75%) se estableció en 2000 (Erwann Pensec, RBTH, 23 diciembre 2018).}

Para ellos, como para el resto de la humanidad, el socialismo sigue siendo ese futuro luminoso que librará al hombre de todos los traumas que el capitalismo hoy impone con creciente fiereza.

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