La democracia es el golem que la cábala occidental nos propone como talismán
La cábala es un medio para conocer la realidad que nos rodea. Una conjetura, un abordaje, una perspectiva, que proviene de la cultura judaica, para encontrar las razones más ocultas detrás de las palabras esgrimidas en el pentateuco o la biblia Hebrea. Un golem es una suerte de “Adán” creado por un émulo o seguidor de dios. De acuerdo a la definición que nos ofrece Wikipedia: “Crear un golem es entonces expresión patente de sabiduría y santidad. Pero, más allá del grado de santidad que tuviera el creador de un golem, el ser creado nunca sería más que una sombra de aquel creado por Dios, ya que, significativamente y por definición, todo golem carece de alma”. El talismán, etimológicamente proviene del árabe consagrarse, y de acuerdo a la Orden Hermética del Alba Dorada, un talismán es "una figura mágica cargada con la fuerza que se destina a representar". La democracia, es un sistema, que nos hemos forjado cómo explicación de nuestro ser en el mundo, que significa más que nada todo lo que no es, la falta que constituye el deseo colectivo que nos habita. Sólo entendible, desde su operatividad, no racional, emotiva, de generación de expectativa, y que por ende, nos exige para su sostenimiento, un acto de fé o de creencia mística o esotérica en todo aquello que nos promete y que jamás nos brindará. En términos sintéticos o para economía del lenguaje, la democracia es magia.
El término “Magia” proviene de una raíz Persa, que significa “Tener poder”. Esta acepción se constituyó, no casualmente, en la piedra basal, de una forma de interpretar el mundo, que se dio en llamar “Mágico-animista”. Los hechos de la naturaleza (condiciones meteorológicas, tiempos de oportunos de siembra y cosecha) como los que afectaban al hombre en su ser más íntimo (salud, reproducción, muerte) eran decodificados, interpretados o leídos, por unos pocos, por quiénes conocían, mágicamente, los sucesos acaecidos. Chamanes o magos, eran los seres, que escogidos, por un Demiurgo (no casualmente es una acepción Platónica, que referencia al creador o hacedor), un prestidigitador, o hasta un genio maligno, depositada, arbitrariamente, casi dinásticamente, el poder, en unos pocos, a los que la comunidad, les debía responder, social y políticamente.
Esta concepción de la humanidad, generaba este acto mágico, que se traducía en el poder en unos pocos, en que lisa y llanamente, las reglas de juego eran sólo conocidas por estos y los demás están subsumidos a este poder, a este conocimiento.
Precisamente, el conocimiento, es decir, el paso de la humanidad, a una visión, o cosmovisión, lógico-racional, mediante el método científico, determino que algunos más podían conocer esas reglas de juego, a las que se accedía a través de un método, en el que no necesariamente, sólo podían participar los elegidos.
El mundo, pleno medievo, se tensionó ante este cambio de paradigma. Hasta la aparición de la imprenta, el atesoramiento en los monasterios (la idea de atesorar en monasterios, es de vieja data) del saber, se constituía en el patrimonio de seres, también vinculados especialmente con un Dios, que les dotaba de la posibilidad de conocer.
Aquí se expresó la ruptura sustancial. El conocimiento, es decir las reglas de juego, el tener poder, podía ser adquirido, había dejado de ser otorgado por razones discrecionales o mal llamadas mágicas.
La popularización, o el mayor acceso, a los libros, mediante la imprenta, significó, la democratización no sólo del conocimiento, sino de las sociedades. No es casual, que uno de los principales libros, de la ciencia política moderna, “El Príncipe” se haya escrito en este apogeo.
Sin embargo en Latinoamérica la llegada de los libros, de la cultura, produjo también la llegada de una perspectiva que se dio en llamar “Realismo mágico” una suerte de vida occidental en sus límites, en sus bordes o pliegues, casi en su consideración inverosímil.
El realismo mágico cosecho relatos de una imaginación inescrutable que forjaron una corriente cultura y literaria, sin embargo, hasta ahora nadie había dado cuenta que también genera una perspectiva político, una democracia mágica que no cumple, ni pretende hacerlo, aquello que promete.
“La democracia y el desarrollo económico y social son interdependientes y se refuerzan mutuamente. La pobreza, el analfabetismo y los bajos niveles de desarrollo humano son factores que inciden negativamente en la consolidación de la democracia. Los Estados Miembros de la OEA se comprometen a adoptar y ejecutar todas las acciones necesarias para la creación de empleo productivo, la reducción de la pobreza y la erradicación de la pobreza extrema, teniendo en cuenta las diferentes realidades y condiciones económicas de los países del Hemisferio. Este compromiso común frente a los problemas del desarrollo y la pobreza también destaca la importancia de mantener los equilibrios macroeconómicos y el imperativo de fortalecer la cohesión social y la democracia”. (Artículos 11 y 12 de la Carta Democrática Interamericana, 11 de septiembre de 2001).
Jorge Luis Borges, en un poema intitulado “Golem”, afirma: “Si (como afirma el griego en el Cratilo) el nombre es arquetipo de la cosa, en las letras de 'rosa' está la rosa, y todo el Nilo en la palabra 'Nilo'”.
El bien jurídico mayor de cualquier ciudadano ante un derecho colectivo es que le sea garantizado una vida en democracia, y cuando esto no ocurre, el mismo ciudadano debe agotar las instancias para llevar adelante este reclamo en todas las sedes y ante todas las instancias judiciales. No podrían objetarse ante esto, cuestiones metodológicas o de fueros, la justicia en cuanto tal, debe preservar y hacer cumplir el precepto democrático por antonomasia que el único soberano es el pueblo, pero la traducibilidad de esto, debe manifestarse mediante un cambio de lo democrático, tal vez redefiniéndolo o disolviéndolo en sus partes más oscuras, lo más democráticamente posible, sería que quiénes pretenden vivir bajo sociedades más democráticas, planteen en sus parlamentos o asambleas, mediante diputados, legisladores o ciudadanía común, proyectos que cambien el eje de las democracias, y que no sólo sea semántica, de lo contrario y tal como lo venimos observando, más temprano que tarde, se impondrá de hecho y no seguramente en forma pacífica o armoniosa, el cambio, nodal, radical y substancial, tan necesario e indispensable.