Por un peronismo razonable y democrático
Sí algo debe rediscutirse del peronismo es aquella definición del propio Perón, acerca de que en los tiempos en los que vivió, existía, o era su pretensión política, una sola clase de hombres; los trabajadores. Sobretodo en los tiempos actuales,
en donde el “aluvión” de votos, volverá, muy probablemente, a consagrar una síntesis de espacios que se autoperciben como peronistas, independientemente de donde provengan, sino con la claridad meridiana de saber que tal peronismo en el gobierno se encontrará con el desafío de sacar a millones de compatriotas del estrago de la pobreza y la marginalidad.
De aquel tiempo a esta parte, nadie ha planteado aún, que el sujeto histórico de la democracia debe dejar de ser el individuo. Nos urge el hacerlo, dado la problemática manifiesta y sistemática, en los diversos lugares en donde se lleva a cabo el ejercicio democrático moderno en los distintos puntos del globo. Ofreceremos una extensividad necesaria de argumentación para sostener lo afirmado, sin que por ello nos acerquemos un ápice, a demostrar el obvio y manifiesto, fracaso, rotundo y contundente, en que la democracia naufraga, producto de no modificar tal sujeto histórico; es decir la individualidad, en la que sostiene, la legitimidad del pacto suscripto entre los ciudadanos y sus representantes. Como bien sabemos esa legitimidad, es la que cíclicamente cae en crisis cotidianas, y que diferentes autores, tanto intelectuales como comunicadores, le ponen nombres varios, y le dedican extensas páginas de actualidad como de ensayos académicos, sin que puedan arribar a la sustancialidad de lo que diagnostican y abordan con taxativa precisión.
El sujeto histórico debe dejar de ser el individuo, para conveniencia de tal y para regenerar el concepto de lo colectivo. El sujeto histórico de nuestras democracias actuales debe ser la condición en la que este sumido el individuo. Independientemente de que estemos o no de acuerdo, desde hace un tiempo que el consumo (al punto de que ciertos intelectuales, definan al hombre actual como “El Homo Consumus”) y su marca, o registro, es la medida del hombre actual, como de su posicionamiento o razón de ser ante la sociedad en la que se desarrolla o habita. Somos lo que tenemos, lo que hemos logrado acumular, y no somos, mediante lo que nos falta, en esa voracidad teleológica o matemática de contar, todo, desde nuestro tiempo, a nuestra infelicidad. Arriesgaremos el concepto de una existencia estadística, en donde desde lo que percibimos, de acuerdo al tiempo que trabajamos, pasando por lo que dormimos, o invertimos para distraernos, hasta los números en una nota académica, en un acto deportivo, en una navegación por una red social para contar la cantidad de personas que expresan su satisfacción por lo exteriorizado, todo es número. Nos hemos transformado, en lo que desde el séptimo arte se nos venía advirtiendo desde hace tiempo en sus producciones de ficción. Somos un número, gozoso y pletórico de serlo. El resultado final de lo más simbólico de la democracia actual, también es un número (el que obtiene la mayoría de votos) sin que esto tenga que ser lo medular o lo radicalmente importante de lo democrático.
Aquí es donde planteamos la urgencia de modificar el sujeto histórico. Sabemos que el todo es más que la suma de las partes, desde lo metafísico, desde lo óntico, incluso desde lo psicológico. Pero hasta ahora no hemos aplicado tal principio en la arena de la filosofía política
Que el todo sea más que la suma de las partes, implica necesariamente que la democracia representativa actual deje de reposar, de estar acendrada en la expectativa que genera a todo y cada uno de los individuos, horadando la legitimidad de su razón de ser y amalgamando la cosmovisión y la cultura individualista.
La representatividad estadística que fuerza al juego ficticio de partidos políticos, que definen ideas o razonamientos políticos que establezcan respuestas a los problemas colectivos, ha pasado a ser ficción literaria, rémoras de épocas que nunca más viviremos, salvo en la melancolía de corazones románticos.
La democracia debe fundamentarse, o estar fundada, en la condición estadística en la que se circunscriba el individuo. Esto es, asumir la realidad para a partir de ella construir la expectativa que es su razón de ser. De lo contrario, en caso de continuar, generando expectativas ante la mera convocatoria de elecciones, para renovar representantes, la legitimidad del sistema siempre estará riesgosamente en cuestión, pudiendo alguna vez, un grupo de hombres considerar el retorno a algún tipo de absolutismo.
No existe, en nuestra modernidad, más que dos clases de hombres, los que tienen y los que no. Los que no son pobres y los que lo son. Ante esta existencia estadística, es muy fácil determinar los parámetros en los que se asienta el límite para catalogar quiénes son pobres y quiénes no. Organismos internacionales, solventes jurídica y monetariamente, pueden unificar criterios para establecer la suma o la cantidad que precise un ser humano, diaria o mensualmente, para ser o no ser considerado pobre. Esta cuestión metodológica es la más fácil de zanjar, por más que puedan existir varios tecnicismos para ello. Lo radicalmente importante, es considerar que la nueva definición de democracia que proponemos, es que debe tener por finalidad, que menor cantidad de personas, en un determinado tiempo y lugar, deben ser pobres. Esta debe ser la razón de ser, básica, principal y prioritaria de la democracia actual. El eje de su sustentabilidad legítima, debe estar sustanciada en esto mismo. Sí la democracia, bajo esta nueva finalidad y por ende definición, no logra su cometido, pasará a ser otra cosa, por más que se convoquen a elecciones o se mantengan circuitos o instituciones representativas.
La sujeción de lo democrático a la condición en la que este sumido una determinada cantidad de hombres, garantizará que la expectativa que por regla natural es su razón de ser, no sea siempre una abstracción, sino que este supeditada a un resultado, a un determinado logro, concreto y específico.
Como si faltasen razones como para esta resignificación de lo democrático, que la salvara de la inanición a la se encuentra condenada, nada sería más lógico, razonable, y válidamente verosímil que la legitimidad de la democracia, se encuentre acendrada en que representa, prioritariamente no ya partidos u hombres (por otra parte, insustanciales e insulsos) sino que radicara su logos existencial, en modificar la condición en la que habitan sus hombres, no ya como números o discursos, sino como sujetos de carne y hueso, al que no se le siguen conculcando sus derechos universales y elementales. No es nuestra intención avanzar sobre las ciencias jurídicas, pero bien podríamos decir que sí esto no se constituye en la finalidad de lo democrático, no tenemos por qué aceptar que se nos impongan reglas normativas de ningún tipo. Es decir, sí nuestro propio sistema de gobierno, no fija como prioridad, que un determinado número de personas que no se alimenta o se alimenta mal, deje de estar en tal condición, ¿qué sentido tendría respetar una señal de tránsito o la misma disposición de la propiedad privada? (a partir de esta inferencia, se puede analizar el incremento de los delitos contra las personas en nuestras sociedades modernas, es decir cómo se da de hecho lo que expresamos semánticamente).
La nueva representatividad de lo democrático, además estaría sometida, a un resultante concreto, determinado y observable. Ya no sería como lo es, una cuestión hermenéutica. Es decir, el juego dialectico, al que someten al ciudadano, sus representantes, daría por terminado y concluido por su propia y falaz inconsistencia. Ya no estaríamos presos de discursos, de palabras en zigzag y campañas de todo tipo y color, para que les demos la razón a unos y a otros, para que finalmente, todos y ninguno a la vez tenga parte o nada de la misma.
El peronismo, como concepción de la política, es patrimonio de nuestra argentinidad, así, incluso y por sobre todo, estemos en sus antípodas. Cuestionar al peronismo, es cuestionar la pobreza e inferir, tanto, que la avaló, promocionó y acrecentó, como todo lo contrario. El peronismo es una categoría que nos permitiría abordar la cuestión de la pobreza, desde sus diferentes perspectivas y soslayarla desde sus rincones más insospechados.
No se trata de ganar en las urnas, mucho menos de obtener un aval o certificado académico o institucional, por las cientos de respetables iniciativas de debatir a flor de piel la actualidad del peronismo, de lo que se trata es de sacar a la mayor cantidad de argentinos, en el menor tiempo posible, de las ciénagas oprobiosas de la pobreza y la marginalidad, para esta empresa, no pueden escatimarse ni recursos, ni convocatorias, a quiénes plantean abiertamente y desde la concepción filosófica propuesta por Perón, la ingente necesidad de empezar a llevar a cabo semejante cometido, que es ni más ni menos que el cometido de la patria, del otro, o de nosotros mismos, como sujeto colectivo o como comunidad organizada.