La última travesía de Alfredo Molano
Se nos fue, aunque se queda, Alfredo Molano, en la misma fecha en que llegó al mundo Alí Primera, presente siempre. Una casualidad ha hermanado en esta fecha a dos hijos preclaros de Nuestra América. “No nos vimos nunca pero no importaba”, diría Cortázar sobre el Ché, al registrar también la contemporaneidad de sus vidas. Se fue el palabrero mayor, el sociólogo que reinventó el modo de narrar porque supo reconocer lo más importante: “Hay algo que explicar antes de embutir la vida de la gente en un cuadro estadístico. Hay que contar el cuento de la gente antes de contar a las personas para administrarlas.” Esa condición sentipensante descubrió, contrariando la academia, la voz polifónica del pueblo. “El Testimonio de Sofia Espinoza” (1978) nos maravilló en años (también) de tropel.
Alfredo Molano nace en Bogotá en 1944. Estudió sociología en la Universidad Nacional con maestros que fueron sus grandes referentes, Orlando Fals Borda y Camilo Torres, entre los más fulgurantes. Empezó a conocer el país palmo a palmo y supo, claramente, caracterizar lo que siempre ha pretendido el bloque hegemónico de poder en Colombia respecto a la tierra: “Siguen queriendo es que la tierra sea la alcancía del capital. Es decir, una cosa que se tiene por si acaso, que se valoriza por sí sola, que se valoriza sin trabajo, que se valoriza por la ley de las rentas diferenciales”.
Viajero impenitente deja una obra magna sobre el territorio, que explicó y recorrió con igual ahinco. Fruto de ello y de su pasión por el eterno movimiento hasta su último aliento, deja una huella bibliográfica imprescindible: Los bombardeos de El Pato (1980) Los años del tropel: relatos de la violencia (1985) Selva Adentro: una historia oral de la colonización del Guaviare (1987) Dos viajes por la Orinoquía colombiana 1889-1988 (1988) Siguiendo el corte: relatos de guerras y de tierras (1989) Aguas arriba: entre la coca y el oro (1990) La tierra del caimán: relatos (1990) (Escrito con: María Constanza Ramírez) Así mismo: relatos (1993) Trochas y fusiles (1994) Del Llano llano: relatos y testimonios (1995) El tapón del Darién: diario de una travesía (1996) Ahí le dejo esos fierros (2009) y A lomo de mula (2016) entre otras tantas obras militantes.
Salió indemne de La Sorbona a recorrer tierra por pura voluntad y deseo, así como también debió irse por amenazas del régimen, siempre dispuesto a emboscar a los mejores, combinando todas las formas de violencia y perfidia. Periodista exquisito, frentero y delicado al tiempo, tenía fieles semanales, que nunca pelábamos su columna. Su serie Travesías, era un lujo; recuerdo especialmente el programa realizado con Rubén Bobadilla, compañero de lucha de Guadalupe Salcedo, habitante de Puerto Inírida y converso de la paz, contra toda lógica. Fue Molano siempre delicado y fraterno con sus entrevistados y leal con cada historia.
Uno se lo tropezaba en cualquier lado, en la 39 con 13 en Bogotá y entonces te jalaba a tomar tinto en su casa; en la Calera, nido. En Riohacha, en El Caguán, en La Habana. En Berlín.
Debió pasar varios años en el exilio por amenazas, difusas a veces y totalmente expresas en otras, como las del clan paramilitar de la familia Castaño, de lo cual dio cuenta Molano: “Conmigo quieren callar a mucha gente. Hacer una especie de castigo ejemplar, no contra mi voz, sino contra las voces de muchos que no están de acuerdo con los paras, los examinan y los critican.” Y agregó con enorme valentía: “Regresaré cuando me pase el miedo”. Atacado por dinastías corruptas de la Costa caribe colombiana, tuvo que defenderse ante la justicia por “delito de opinión”, mañosa estratagema del mismo código en el cual se actúa con base en el delito de “portación de cara” que nuestro gran CHÁVEZ proscribió, y que consiste en la persecución policial racista y clasista a los jóvenes pobres de las barriadas que se les detiene por eso: Por pobres. Bien dice Vera Malagutí, la socióloga brasilera, que somos sociedades filicidas: matamos nuestros hijos. Miren si no al Brasil de Bolsonaro.
Molano hubo de defenderse del delito de opinión por una de sus columnas, mientras su salud no era la mejor. Se fue con todo en su columna contra las dinastías mafiosas de Colombia afirmando: “Han comerciado con todo, aceite en botija, esclavos, géneros, azúcar, y, claro, tierras. Indígenas no tienen a mano, si se exceptúan los que su parentela, los Guerra de la Espriella –otros también embollados con la Ley – engañan y emborrachan en Sucre: Joselito, convicto del 8.000 y especializado en atropellar –digo lo menos – a los indígenas de San Andrés de Sotavento; su hermano Víctor, hoy delegado personal del presidente Uribe en la Corporación Autónoma de Sucre, organizó con paramilitares las CONVIVIR regionales bautizadas con el significativo nombre de Orden y Desarrollo; Miguelito, el de Ralito; su hermana, Ministra de Comunicaciones, y su padre, Julio César Guerra Tulena. Mejor dicho”. Obviamente el consorcio criminal demandó al periodista preclaro. Salió airoso. Al cerrarse el caso a su favor, explicó lo ocurrido, que no era sino la expresión rampante de la corrupción de las oligarquías de la costa colombiana: “Chambacú se volvió uno de los más costosos predios. El negocio fue redondo. Hasta construyeron un edificio inteligente. Los desalojados tuvieron que treparse a La Popa y las Lomas de Peyé, terrenos hermosísimos con vista al mar. Hay un nuevo plan para sacarlos de ahí también: la Avenida Perimetral. Limpias esas lomas, vendrá triunfal don Donald Trump, rey inmobiliario de Nueva York y dueño del Concurso Miss Universo a inaugurar, -quizás asociado con los Santos, los Noguera, los Guerra de la Espriella, y, por supuesto con Jean Claude Besudo- un gran vividero residencial para pensionados gringos. De ahí las medidas adoptadas por el Ministro de Defensa para la ciudad.” La última vez que disfruté su cálida presencia fue en Barcelona. Al final de uno de tantos encuentros políticos, pugnando por una solución política al conflicto Colombiano, que no fuera una nueva trampa. Tiempos de exilio... Pero Molano habitaba Barcelona y vivía en Colombia. Era su estrategia de sobrevivencia y casi lo lograba.
El último tiempo, después de “El dramático caso de los Acuerdos de La Habana-Colón”, que describía con gran preocupación: “Ya pasaron los abrazos, las entrevistas, las fotografías y hasta las denuncias. Los cuadros de mando hacen lo que pueden y mantienen su ideal de hacer política sin armas, pero cada vez la ven más gris y no pocas veces negra, y en los últimos días hasta roja”, Alfredo Molano le dedicó su tiempo a la comisión de la verdad donde realizaba un informe que comprendía la región de la Orinoquia, (departamentos de Meta, Caquetá, Guaviare, Casanare, Vichada, Vaupés y Guainía) para entregarlo al país en tres años y que describiría lo ocurrido. Daba confianza que estuviera en sus manos; daba esperanza.
Hoy el camino parece más árido, menos alegre, sin el polo a tierra que fue el gran correcaminos. Pero la senda está trazada. En eso andamos!
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