Los golpistas del 11 de agosto de 1911
El sector democrático de la revolución, constantemente asediado por enemigos internos y externos, tuvo una de sus grandes derrotas el 11 de agosto de 1911 cuando es depuesto el presidente constitucional Alfaro en medio de una sangrienta revuelta. Para Pareja (2009: 105):
La burguesía mercantil de nuestro país desarrollaba sus potencias. Ya no necesitaba de Alfaro. Más reformas, le asustaban. Deseaba la contemporización y la dulce tranquilidad de los negocios. Ahora, a los mismos comerciantes guayaquileños, a quienes tanto enardeció la figura procera del viejo Alfaro, parecía muy peligrosa la alfarada. Había, además, fatiga. Hubo partidarios del Viejo Luchador que lo desacreditaron con sus escándalos y su macheterismo insolente. Y, por otro lado –que era lo esencial–, la revolución no había tocado, especialmente en la Sierra, los privilegios feudales y estaba hondamente dividida en el personalismo criollo.
Un panegirista de Leonidas Plaza demuestra que, por la velocidad de los acontecimientos, la conspiración estuvo muy bien preparada, e interpretando los hechos se regocija así por esa derrota del radicalismo:
EL 11 de Agosto de 1911 fue la consecuencia lógica del 17 de Enero de 1906. Quien a hierro mata, a hierro muere. Alfaro, promoviendo la celada traidora, derribó a García en 19 días de campaña incomprensible. Bastaron 15 minutos de rebelión inevitable, para que los propios soldados de aquel César dieran cómicamente en tierra con aquella que parecía invencible omnipotencia. Y ALFARO cayó para jamás levantarse (Severol, 1914: 3‒4).
Testigo presencial de los sucesos como ministro de Relaciones Exteriores, Peralta (2012: 124) define bien ese momento: “la intriga tenebrosa de placistas y conservadores, la traición y la perfidia aun de los que habían almorzado con Alfaro en aquella mañana, la corrupción del Ejército por medio del oro, la complicidad hasta de los que no se decidieron completamente a venderse, fueron los componentes de esta rapidísima transformación política”. El dinero necesario para sobornar al ejército salió Si en pocos minutos fue depuesto el presidente constitucional, después vinieron las más dantescas escenas de aquellos tres nefastos días en que (…) suelta la fiera humana, harta de aguardiente y sangre, sintiendo hervir en su seno la levadura de la depravación y el salvajismo, sin ningún domador que la atemorizara, mordía y desgarraba todo lo que hallaba al paso.
Más de doscientos cadáveres yacían en las calles, en los almacenes saqueados, en las habitaciones de gente honrada, hasta en las viviendas de las meretrices; y por todas partes no se divisaban sino hordas de caníbales, de furias que blandían las homicidas armas, gritando siempre: ¡Viva la Constitución! ¡Viva Estrada! (Peralta, 2012: 127).
Para que la historia no olvide como se tejen las traiciones políticas y como las ambiciones humanas vencen a cualquier principio o valor moral, Peralta (2012: 122‒131) da los nombres de varios de los principales complotados en ese golpe de Estado del 11 de agosto, miembros de esa élite que no quiso esperar los 20 días que faltaban para que constitucionalmente entregara el poder el general Alfaro. Se quería ultrajarlo, de ser posible eliminarlo, o por lo menos desterrarlo, con la condición de que no regresara nunca al país. Solo así, estaban convencidos, podrían librarse del que consideraban el mayor obstáculo para cerrarles el paso hacia el anhelado control del poder del Estado. Ahí están en pragmática amalgama liberales de todos los colores y conservadores de todas las tendencias, desde esa primera comisión de los complotados, compuesta por “el coronel Juan Francisco Navarro,2 un comandante Manuel Moreno3 que llevó la palabra, don César Mantilla,4 don Federico Fernández Madrid, y tres o cuatro personas más, desconocidas”, hasta los actores que mueven los hilos tras bastidores o en otros frentes de la contrarrevolución: su compadre Gonzalo Córdova, el vicepresidente Carlos Freile Zaldumbide, su antiguo amigo y admirador el congresista Juan Benigno Vela, su ex ministro del Interior Octavio Díaz, Manuel R. Balarezo,5 José María Ayora,6 el general Emilio María Terán, Víctor Emilio Estrada, hijo del sucesor presidencial, repartiendo en la tropa el dinero que de Guayaquil enviaban los banqueros. Y la defección casi total de los oficiales del ejército, con unas pocas excepciones, de ese ejército formado profesionalmente por Alfaro y que le había jurado fidelidad apenas el día anterior:
El Diez de Agosto, fecha magna de la república, y en especial de Quito, todos los batallones que guarnecían esta ciudad, atronaban el espacio con vítores a su anciano y glorioso jefe; el mismo día once, algunos militares de alta graduación lo cumplimentaban por la mañana, y dos o tres almorzaron en la mesa presidencial; y esos mismos soldados, esos mismos jefes, pasadas apenas unas horas, rebeláronse contra el Ejecutivo, maniataron, dirélo así, al Viejo Luchador, que era como su padre, y lo entregaron a los enemigos del radicalismo para que lo sacrificaran (Peralta, 2012: 144).
Juntas, “esas dos facciones coligadas, esos dos rencores que han perseguido a Alfaro hasta más allá de la tumba, el fanatismo ultramontano y el fanatismo demagógico, la venganza clerical y la venganza placista”. Esas facciones políticas antiradicales que “se hermanaron y ayudaron mutuamente en sus tareas subversivas, en su labor de zapa, en su obra de seducción del Ejército y perversión del criterio público”. Si se quiere saber más exhaustivamente quiénes fueron todos los complotados en la caída del alfarismo, “léanse las listas del presupuesto de aquel tiempo, y se verá quiénes recogieron el fruto de tanta infamia”, recomienda Peralta (2012: 130).
Medio año después se consumaría la victoria de la contrarrevolución en las piras de El Ejido. Con la muerte de Alfaro dice Paz y Miño (2017) “el radicalismo perdió su espacio histórico. En su lugar se levantó el “placismo” es decir, el liberalismo “moderado” que apartó a los radicales, contentó a las élites y levantó la hegemonía de la plutocracia bancaria”.
La catadura del conservadorismo y del antialfarismo vencedor se transparenta en las publicaciones que empiezan a circular la víspera e inmediatamente después de los crímenes de enero de 1912. Se podría escribir un libro sobre las expresiones de regocijo que exteriorizan por todos los medios existentes.
La Constitución, periódico oficial dirigido por el ministro del Interior Octavio Díaz, afirmaba en un editorial sin ningún pudor que “Alfaro cayó para siempre el once de Agosto, y si viene será para que el pueblo de Quito haga con él y los suyos lo que hizo el pueblo de Lima con los Gutiérrez”.7 Y ocho días más tarde este periódico publica la lista de todos los militares que debían ser fusilados:
El mismo diario, en el Nº 53, dice: “Según los artículos 108 y 109 del Código Penal Militar, son reos de alta traición todas las personas, y especialmente los militares, que estando en servicio activo, alteren por medio de las armas, el orden constitucional de la República; y, en consecuencia, deben ser pasados por las armas, por la espalda, previa formal degradación.- Para que el público conozca los que son responsables de este crimen, se da la nómina a continuación”. Sigue la lista de proscripción, a cuya cabeza están los generales Alfaros, Montero y Páez, luego trece coroneles, treinta y tres tenientes coroneles, veinte sargentos mayores, etc.; de modo que el ministro Díaz deseaba una inmensa carnicería, para quedar libre de sus temores, como si con sangre se pudiera ahogar la voz de la conciencia (Peralta, 2012: 205).
La Prensa de Quito, periódico placista, indudablemente se lleva los lauros en la campaña que impulsa al crimen de los liberales radicales, “dirigido por Gonzalo S. Córdova, y escrito por la plana mayor del placismo, Aníbal y Homero Viteri Lafronte, Luis N. Dillon, José María Ayora, Enrique Escudero, etc.” (Peralta, 2012: 2007). Días antes de los macabros sucesos del 28 de enero en un editorial publicaban esto:
Esta es la víbora que tenemos entre nosotros, oh ecuatorianos, y a esta víbora es preciso triturarla (…)no merece otra cosa que un salivazo en la cara, hasta que llegue el momento de castigarle con todo el rigor que merece su insolencia y sus crímenes. Al gobierno y al pueblo ecuatoriano, por su parte, y el Cuerpo Diplomático, por otra, todos estamos en el deber de dejar en salvo, con nuestra actitud enérgica y altiva, la majestad de la Nación, y las leyes de la moral y del honor. A la víbora, aplastarla.8
Y a los pocos días de muerto Alfaro, se publican en La Prensa estos versos:
No tienes los homenajes
De los postreros saludos,
Y en tan necio desamparo, Y en soledad tan inmensa,
El alma dice suspensa:
¡Bien muerto está Eloy Alfaro! (citado por Albornoz, 1989: 123)
Una hoja volante publicada en Riobamba el 1° de febrero, apenas 4 días después del domingo sangriento, devela su ideología, sentimientos y valores que profesan. Ahí se dice cosas que espeluznan. Para sus autores la hoguera bárbara es una brillante y heroica página de nuestra historia comparable solo a otra fecha inmortal como es el primer grito de independencia: la del 10 de Agosto de 1809. El 28 de enero sería para los que aplauden la contrarrevolución triunfante “día grandioso en el cual el noble pueblo del 10 de Agosto, descargó sobre los traidores la justa venganza” que dio como resultado “el aniquilamiento definitivo de la hidra venenosa del caudillaje y la traición, que con su pútrido aliento infestó el antes sereno y puro ambiente de la Patria”. Y, recurso eficiente para desprestigiar a sus enemigos políticos verificado por innúmeras generaciones, abunda el documento con calificativos como “caterva de tiranuelos hoscos y analfabetos, sintetizados fielmente en un solo fatídico nombre: Alfaro”. El que ahora se considera el más grande ecuatoriano de todos los tiempos, para los insultadores del pasquín es hombre funesto de siniestra personalidad, mancha sangrienta, asesino. Y sus seguidores: “chacales hambrientos que con Alfaro a la cabeza anegaron en lágrimas y sangre la República”.
Justificando el crimen califican al hecho como hora bendita y elocuente enseñanza para el mundo entero “de como los pueblos viriles y conscientes se sacuden al fin de sus opresores y tiranos, de como ellos saben despedazar y triturar al infamante y pesado yugo”. Con el fin del radicalismo adviene para ellos una nueva época de prosperidad: “Con el desaparecimiento de los Alfaros y sus secuaces merced a la justa venganza ejercida por el pueblo de Quito, francamente alcanzamos a divisar una era de libertad y progreso para nuestro país”, “el cielo se aclara y serena”, “los horizontes se ensanchan y espacian”, “una fresca brisa, un aliento de vida sopla por el antes yermo y desolado desierto envuelto por densas sombras en que yacía la República”. El crimen, la barbarie acaecida el 28 de enero, para los terratenientes riobambeños y los sectores más cavernarios, ha limpiado la patria de toda lo tenebroso que describen. Y los autores son católicos a quienes nada importa en medio de su entusiasmo infringir uno de los más importantes mandamientos de la fe que profesan. Al contrario, justifican y aplauden el crimen.9
Varios de los más prestigiosos periódicos guayaquileños no se quedan atrás, la gran prensa de esta ciudad, El Telégrafo, El Grito del Pueblo Ecuatoriano, El Guante, apoyaban abiertamente al placismo. Y El Comercio de Quito, “propiedad de los Mantillas, y al servicio del partido clerical, se mostraba también eliminador a todo trance” (Peralta, 2012: 203). Referencias bibliográficas:
Albornoz, O. (1989). Ecuador: luces y sombras del liberalismo. Quito: Editorial El Duende.
Núñez. J. (2015). De Patria criolla a República oligárquica. Quito: Editorial de la Casa de la Cultura Ecuatoriana.
Pareja A. (2009). Ecuador: Historia de la República. T. III. Quito: Empresa Eléctrica Quito S.A.
Paz y Miño J. (2017). Corsi y ricorsi. El Telégrafo, lunes 10 de agosto de 2017.
Peralta J. Eloy Alfaro y sus victimarios. 4a. ed. Quito: Editorial de la Casa de la Cultura Ecuatoriana.
Peralta J. (2012). Mis memorias políticas. 3a. ed. Quito: Editorial de la Casa de la Cultura Ecuatoriana. RIOBAMBEÑOS (1912). Concluyamos la obra (hoja volante). Riobamba: Tipografía “Comercial de G.C.M.” Severol A. (1914). El General Plaza. Quito: Imprenta y Encuadernación Nacionales.
1 Acápite del cap. IV de mi libro Las élites del poder y la contrarrevolución. Ecuador 1895‒1912. Editorial Universitaria, Quito, 2019. de la banca guayaquileña que financió el golpe de Estado de 1911 (Núñez, 2015: 222), de la Compañía Nacional Comercial manejada por Emilio Estrada y sus socios los antialfaristas Carlos Alberto Aguirre, Enrique Cueva, Fernando Pérez Quiñones y Francisco Urbina Jado (Albornoz, 1989: 117).
2 Ministro de Guerra, entre 1911 y 1912, de los presidentes Estrada, Freile Zaldumbide y Andrade Marín. Plaza le asciende a general en su segunda administración. Masón, fue diputado por el Carchi en 1906. 3 Autor del folleto Rasgos históricos del 11 de Agosto de 1911.Como caen los tiranos, publicado en los Talleres de El Comercio donde describe como desde enero de ese año se preparó la conspiración, con los nombres de los complotados y sus vínculos con Guayaquil y las demás provincias del país. 4 Director del periódico capitalino El Comercio. Socio de la Compañía de Crédito Agrícola e Industrial y del Banco del Pichincha. Miembro de la Cámara de Comercio también es hacendado. 5 Llega ser ministro en los gobiernos de Abelardo Montalvo y de Martínez Mera en la década de los treinta. Abogado patronal, de la Sociedad de Abogados Balarezo‒Córdova, actúa contra los movimientos indígenas de ese tiempo. 6 Diputado por Loja en 1901, ministro del gobierno interino de Andrade Marín en 1912, abogado del Banco Comercial y Agrícola y de compañías extranjeras. Miembro de la Sociedad Jurídico Literaria, ligado a la masonería, hermano del presidente Isidro Ayora.
7 La Constitución Nº 45, Quito, 10 de enero de 1912. 8 “La víbora en su casa”, La Prensa N° 728, Quito, 11 de enero de 1912.
9 Hoja volante titulada “Concluyamos la obra”, suscrita por RIOBAMBEÑOS, publicada el 1° de febrero de 1912 en la tipografía “Comercial de G.C.M.” View publication stats
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