Balance y perspectivas para el 2020
2019 se despide con el olor a pólvora y metal del fin de una época.
Montserrat Domínguez, El País Semanal
La lucha social que recrudeció en el mes de octubre, comenzando en Ecuador, se convirtió en el hecho más destacado del 2019 a nivel mundial, superando en protagonismo a la dimensión económica (tendencia recesiva y riesgo de crisis financiera en la economía global, guerra comercial EEUU-China).
La autora de la frase que preside este artículo, lo resume así: “…las revueltas que este año han estallado en las calles de Hong Kong, Santiago de Chile, Barcelona, Bogotá, Argel, San Juan, Beirut o Teherán son síntomas de una ira global de consecuencias imprevisibles, impulsada por causas tan locales como intransferibles, pero sutilmente interconectadas en una era en la que la tecnología difumina algunas fronteras y contribuye a crear otras”
Teniendo como referente a Europa, Joaquín Estefanía escribe: “En general, los manifestantes son los perdedores de la globalización, que se manifiestan interrogándose acerca de qué fue de aquello de que la flexibilidad laboral, la liberalización comercial, las amnistías fiscales, la mundialización de las finanzas o el mercado único europeo harían avanzar a la economía y mejorar el nivel de vida de todos. Pero no ha sido así y se sienten engañados”.
Refiriéndose, específicamente, al caso ecuatoriano y al detonante de las protestas, el “gasolinazo enmascarado de ambientalismo” como le llamarían los franceses, Monseñor Julio Parrilla, señala: “Puede que tarde o temprano fuese necesario retirar los subsidios. Pero la dura reacción de la gente revela situaciones más serias y comprometedoras. Me refiero, especialmente, a los niveles de pobreza lacerante que acompaña la vida de muchos de nuestros conciudadanos, la poca calidad de los servicios sociales, el desempleo, las explotaciones mineras a cielo abierto, la destrucción de la Casa Común, la escasa consulta, el sentimiento de no ser tenidos en cuenta, el abandono, en definitiva, en el que se auto perciben muchos hombres y mujeres de nuestro país, especialmente campesinos e indígenas”
Apoyado en los resultados de una encuesta realizada en Quito, Lolo Echeverría, editorialista del Diario El Comercio”, concluye que: “Las cifras revelan que los quiteños participan de un fenómeno internacional que afecta a la democracia, las instituciones y a los políticos. Es el resentimiento con el sistema. En Quito, Santiago, París, Bogotá o Hong Kong, los ciudadanos no se sienten representados por los políticos y salen a las calles a expresar su repudio”
Mario Vargas Llosa, intentando maquillar el fracaso del “milagro chileno”, escribe: “…, es imprescindible disociar lo que ha pasado en Chile del levantamiento campesino ecuatoriano y los desórdenes bolivianos por el fraude electoral. ¿A qué comparar la explosión chilena, entonces? Al movimiento de los chalecos amarillos francés, más bien, y al gran malestar que hay en Europa denunciando que la globalización haya aumentado las diferencias entre pobres y ricos de manera vertiginosa y pidiendo una acción del Estado que la frene. Es una movilización de clases medias, como la que agita a buena parte de Europa, y tiene poco o nada que ver con los estallidos latinoamericanos de quienes se sienten excluidos del sistema. En Chile nadie está excluido del sistema, aunque, desde luego, la disparidad entre los que tienen y los que apenas comienzan a tener algo, sea grande. Pero esta distancia se ha reducido mucho en los últimos años”.
Protestas diferentes y distintos tipos de acciones colectivas, espontáneas y sin líderes reconocidos, en unos casos, carentes de mediación sindical o política y de un programa para transformar la realidad social, en otros, pero con un denominador común: constituyen la respuesta de la gente a la lógica de un sistema de acumulación de capital que genera riqueza y pobreza extremas y que ha provocado, como dice John Bellamy Foster “una emergencia planetaria social y ecológica con una rápida destrucción del ambiente natural y las condiciones de vida”. Nada que ver con el simplista y peligroso relato gubernamental de la “conspiración internacional” o el “golpe de estado”.
El ascenso y globalización de las protestas, dejan ver no solo las costuras del sistema económico sino también del régimen político, la democracia liberal y su incapacidad para atender las demandas de la ciudadanía.
Dos son las amenazas para la democracia y la política en las que coinciden los analistas. La primera, que la democracia tiende a derivar en formas de autoritarismo. “Como advierten los profesores de Harvard Steven Levitsky y Daniel Ziblatt (Cómo mueren las democracias, Ariel, citado por Joaquín Estefanía), en el primer cuarto del siglo XXI las democracias ya no terminan a tiros, sino con un leve quejido: el progresivo debilitamiento de las instituciones esenciales (por ejemplo, la justicia, los Parlamentos o los medios de comunicación) y la erosión de las normas políticas tradicionales…”
En segundo lugar, el desamparo, el descontento y la rabia que se expresa en las explosiones sociales tiende a ser captado y cooptado por líderes populistas de derecha (y extrema derecha) con la habilidad suficiente para desviar la atención de las causas que generan el malestar social y, en nombre del nacionalismo y la patria, enfilar sus armas hacia los inmigrantes en el caso de Europa y EEUU, de los movimientos sociales, en particular feministas, activistas GLBTI y ecologistas en el caso de Brasil, de los indígenas y los movimientos sociales en el caso de Ecuador. Tan es así que, no sería raro, ante la ignorancia de las élites y la desorientación de los sectores medios arribistas, su exacerbado racismo y su incapacidad para comprender los procesos sociales y encontrar soluciones, se esté buscando para las elecciones presidenciales del 2021 a un “Bolsonaro criollo”, con el lema común del correísmo y la derecha: nacionalismo, patria y orden ¡Sobre todo orden!
Las limitaciones y la deriva autoritaria de la democracia causa preocupación y demanda, en la opinión del sociólogo Carlos Arcos, repensar la democracia en lugar de sacrificarla: “La democracia que nació de las luchas antidictatoriales de los años ochenta debe ser repensada y no sacrificada, aunque la tentación de hacerlo ronda por muchas cabezas. Hoy por hoy, lo sucedido en las calles de Quito y Santiago, con su carga de violencia, con la ambigüedad y limitación de sus consignas, puede ser visto como la señal de que no hay otra salida que más y más democracia para enfrentar las tareas no resueltas, entre ellas tener sociedades más justas, aunque esta no sea la única asignatura pendiente” (Plan V, Con democracia todo, sin democracia nada).
Por lo pronto, en el caso ecuatoriano, por la proximidad de las elecciones presidenciales y su poderosos efecto distractor, se puede prever para el 2020 un cambio en el escenario de la disputa: de las calles a las urnas y también del sentido de la confrontación: del enfrentamiento de los movimientos sociales con el gobierno y las fuerzas represivas al combate de ideas: entre los que promueven una salida democrática a la crisis global del neoliberalismo y los que alientan una salida autoritaria; entre los que insisten en el modelo de economía neoliberal extractivista y los que defienden un modelo integral y sostenible de desarrollo.
Siempre y cuando, claro está, el gobierno no insista en llevar a la práctica medidas que han sido derrotadas, social y políticamente, pero que mantiene en su agenda a favor de los grandes grupos económicos y los donantes de su campaña electoral: el blanqueo de los capitales off-shore, el traslado del control del Banco Central del sector público al privado (reforma monetaria y financiera), la privatización de las empresas públicas rentables, la flexibilización laboral y la revisión de subsidios a los combustibles (no para resolver el déficit fiscal y menos por razones ambientalistas, sino privatizadoras: la refinería estaba en la lista de Santiago Cuesta y para privatizarla necesitaban sincerar las gasolinas y el diésel a precio de mercado).
II
En el plano económico, el 2019 terminó con una tasa de crecimiento del PIB negativa en el tercer trimestre y la previsión para el 2020 no llega al 1%, ello se debe, en primer lugar, a la insistencia en la aplicación de las políticas recesivas acordadas con el Fondo Monetario Internacional que erigen a la estabilidad fiscal en el objetivo prioritario a ultranza y a la ausencia de objetivos y políticas de crecimiento económico sostenido y empleo.
En segundo lugar, al fracaso de la política de incentivos para sustituir la inversión pública por la privada. De poco o nada han servido, para incrementar la inversión privada y la producción, medidas como la remisión de multas e intereses de las deudas tributarias, la exoneración de impuestos y aranceles, la eliminación del anticipo al impuesto a la renta, etc. Analistas que coinciden en afirmar que el problema no está en el alcance de los incentivos sino en algo más estructural y cultural: el carácter rentista del empresariado nacional y su insistencia en una economía primario exportadora, cuando lo que el país requiere es fortalecer el mercado interno como motor de desarrollo, soberanía alimentaria, agrodesarrollo incluyente, transición a fuentes renovables de energía, ciencia, tecnología, innovación y competitividad, nueva estrategia de industrialización, generación masiva de empleos, fortalecimiento de la cohesión social…etc., etc.
La desaceleración de la economía, por lo tanto, es la consecuencia directa de la conducción de la política económica al servicio de sectores y grupos de poder económico sin visión estratégica. En este contexto, resulta obsceno repetir lo que el gobierno ha convertido en un lugar común: que la causa radica en el shock petrolero del 2016. Para demostrarlo basta comprobar, no solo que los precios del petróleo se han recuperado sino que las exportaciones, en general, a pesar de las tendencias recesivas de la economía mundial y la guerra comercial entre EEUU y China, han logrado mantener sus nichos de mercado. De acuerdo con la información oficial del Banco Central del Ecuador, entre enero-octubre del 2019, las exportaciones totales se incrementaron en 16%, las exportaciones petroleras en 35.8% y las no petroleras 5.1%; entre estas últimas, las exportaciones llamadas tradicionales crecieron en 6.1% y las no tradicionales 3.7%. Y entre las que más crecen de las exportaciones tradicionales se encuentra: acuicultura y pesca y el camarón.
Desde luego, el crecimiento o el mayor peso de las exportaciones en el PIB no significa per sé que va a incidir en el crecimiento de la economía, ello depende de que los dólares regresen al país y no se queden el paraísos fiscales; de la contribución al fisco, y del compromiso de los exportadores para invertir en ciencia, tecnología e innovación –que el gobierno no puede garantizar- pues, el Ecuador sigue exportando la pobreza de los productores de banano o los subsidios a los combustibles para el sector acuícola, pesquero y camaronero. De otro lado, también es necesario tener en consideración que la balanza comercial privada es deficitaria, y se compensa con las exportaciones de petróleo, a pesar de ello, el gobierno y los empresarios se niegan a regular las importaciones en particular de bienes de consumo, que compiten con la industria nacional.
Otro lugar común que debe ser transparentado es el que afirma que con la crisis “perdemos todos”. Falso. Pierden los sectores de la población que se ubican en la base de la pirámide, que son, desde luego, la mayoría; pierden las empresas que contratan o le venden bienes y servicios al gobierno, los empleados públicos y los obreros despedidos de las fábricas en las que los empresarios que se niegan a invertir porque aspiran a ganar más con la reducción de impuestos y la flexibilidad laboral. Pero “la crisis” deja ganadores, grandes ganadores, en primer lugar, los bancos, que cada año baten record de utilidades, en el 2019 se aproximarán a los 616 millones de dólares. Y, según la información publicada en el diario El Comercio, baten record de ventas, ingresos y utilidades las grandes cadenas de comercialización de alimentos (Supermaxi, Mi comisariato, Tía y PRONACA), medicinas (Pharmacy’t y Fybeca) y vehículos (General Motors), así como las transnacionales de la comunicación, Claro y Movistar. Son las empresas que obtienen más ingresos pero, paradójicamente, también las que registran una baja carga tributaria. Esta información revela una de las mayores deformaciones del sistema económico: la hegemonía del capital bancario y comercial sobre el capital productivo.
En perspectiva, durante el 2020, el gobierno, carente de una estrategia endógena y pragmática de desarrollo del mercado interno y de inserción eficiente y digna en la economía internacional, continuará, por un lado, mordiéndose la cola con el mantra de la estabilidad fiscal y la austeridad, en lugar de aplicarse a renegociar la deuda externa y los contratos petroleros suscritos con China y Tailandia (el servicio de la deuda externa se convierte en la principal causa de desequilibrio fiscal), a combatir la corrupción en las compras públicas, incluida la compra de armamentos, a combatir la elusión y la evasión tributarias. Por otro lado, chantajeando a la población con la suspensión de los subsidios, pero tratando, a toda costa, vender las empresas más rentables del sector público y esperando las migajas de las concesiones mineras (en el 2020 se aspira a recibir apenas 400 millones de dólares).