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Chile. 1986-87, FPMR y PC, dos tácticas enfrentadas.


El Partido había definido que el año ochenta y seis sería «el año decisivo», y esa apuesta política descansaba en dos grandes operaciones: el atentado a Pinochet y la internación de armas por Carrizal. El contexto político debía ser potenciado por esas operaciones, que debían gatillar una situación sublevación nacional, de levantamiento popular; sin embargo, como eso no sucedió, el Partido comenzó a revisar la Política de Rebelión Popular, en un momento en que en el país primaba el espíritu de negociación y «reconciliación». Tomemos en cuenta que el año ochenta y siete el Papa hizo una visita a Chile promovida desde las alturas políticas, especialmente por los sectores dirigentes de la Democracia Cristiana y la izquierda tradicional, que no compartían la perspectiva de la rebelión, sino que más bien intentaban producir una salida que terminara con la polarización y el enfrentamiento.

Fue entonces, más o menos en mayo del ochenta y siete, cuando empezamos a escuchar acerca de un debate que se estaba produciendo entre el Frente y el PC, debate que podía tener consecuencias serias. Aunque eso era previsible. Ya para el año ochenta y seis, cuando el Partido había llegado a un punto de no retorno, quería renegar de la Política de Rebelión Popular, aunque no lo expresaba abiertamente; sin embargo, estaba tomando una serie de medidas de carácter orgánico mediante las cuales quería desmantelar al FPMR. Incluso al jefe del Frente, Raúl Pellegrin, querían removerlo de su responsabilidad y mandarlo a trabajar a un regional del Partido, como secretario.

En la dirección del Frente había dos miembros del Partido, lo que era una suerte de intervención directa; esos dos militantes eran incondicionales al Partido, el famoso comandante Huerta, y otro personaje. Por eso, cuando nos comunicaron de la ruptura, no fue una gran sorpresa, aunque nos sentimos mucho más en soledad y más vulnerables, porque perdimos bases de apoyo, ya que el Frente descansaba bastante en la estructura del Partido. Hay que entender que esa división fue una fractura del Partido, no del Frente, como quisieron presentarlo, pues es la estructura militar completa, el «brazo armado», la que se escinde del Partido. Sólo algunos cuadros, que estaban en el Frente cumpliendo una misión que el propio Partido les había encomendado, se quedaron en él.

La división se oficializó a fines de junio de ese año, y la versión que el Partido le entregó a su militancia, para fortalecer la cohesión interna, ya que en su mayoría la militancia comunista le tenía una gran simpatía al Frente, fue que se había tomado una decisión orgánica y disciplinaria contra la comandancia del Frente, porque no estaban acatando las decisiones políticas del Partido, y porque el Frente no estaba respetando el centralismo democrático y estaba actuando en rebeldía.

Recuerdo que en varias oportunidades José Miguel (Rodrigo), antes del quiebre, me dijo que nosotros íbamos a continuar la lucha a pesar del PC. Eso quería decir que estábamos conscientes, desde un comienzo, que el PC en algún momento iba a ser un obstáculo. Él lo tenía muy claro, pero no quería una ruptura porque apostaba a las bases comunistas, sabía que la dirigencia era el problema, y quería que la mayor cantidad de militantes se incorporara a la política que nosotros considerábamos justa. Es importante aclarar que cuando digo que el PC podía constituirse en un obstáculo para la lucha popular, me refiero específicamente a su dirigencia, o, más particularmente aún, a la dirigencia en el exterior, y a algunos de la dirigencia interior. Porque varios otros sí intentaron impulsar una política confrontacional contra la dictadura, como en el caso de Gladys Marín, que fue una de las principales promotoras de la Política de Rebelión Popular.

Pero el Partido en su conjunto no tenía una verdadera voluntad revolucionaria. Un ejemplo concreto fue la gran protesta que hubo en julio de 1986, una protesta fuerte, violenta, que tuvo atisbos de explosión insurreccional. Especialmente en algunas poblaciones se vio la posibilidad que ese levantamiento se desbordara, que avanzara hacia el centro, pero faltó poder de fuego. Esos episodios eran realmente potenciales sublevaciones, bolsones de vacío de poder, donde se reclamaba a gritos que el Partido entregara los fusiles. Pero el PC no entregó las armas, a pesar que había un compromiso político con la lucha popular. Ya había sido Carrizal, tenían más de mil o dos mil fusiles, sin embargo, no le habían entregado nada al Frente, no disponíamos de fusiles. Los que había estaban en las manos del Partido, ellos los controlaban. Los entregaban de a gotas, porque sabían que esas sublevaciones se podían desbordar, y el Partido no quería perder el control. Estaban conscientes que si se entraba en una disputa más abierta no podrían darle una dirección al proceso. La dirigencia del Partido iba a quedar de lado. ¿Qué podía hacer ahí un Jorge Insunza? (33) Si había un levantamiento, naturalmente iba a tomar más relevancia el Frente en la conducción, y el Partido Comunista desconfiaba de eso, porque siempre ha querido tener el control.

De hecho, creo que ellos no querían realmente una rebelión, sino que querían volver al gobierno democrático burgués, en términos clásicos. Querían volver a la situación anterior al golpe de 1973. Anhelaban ser diputados, senadores, y tener cargos políticos. Pero, lamentablemente, el tiempo no retrocede, por eso es que de parte del Frente había una apuesta por un proceso insurrecciona ininterrumpido, para que hubiera una democracia más participativa, una democracia avanzada y popular, en la que los dirigentes sociales pudiesen participar de manera directa, en una asamblea general, representativa, que dirigiera el país. Estábamos pensando en otro tipo de situación. El pueblo en sí gobernando. Esa era la perspectiva que teníamos nosotros, y que el PC no quiso seguir. Por el contrario, intentaba obstaculizarla.

El Frente se nutría de las Unidades de Combate y de las Milicias (34) que pasaban desde el PC a formar parte de nuestros grupos operativos; de hecho, estaba establecido que mensualmente debía pasar una cantidad determinada de Unidades, pero el Partido no cumplía con esos acuerdos. Tuvimos que contornar, saltar el muro, haciendo contactos por canales no regulares para establecer el vínculo orgánico, cuestión que luego el Partido reclamaba, alegando que nos estábamos robando a sus militantes. Pero eran casos puntuales, en que un combatiente se había pasado al Frente saltándose los conductos regulares, porque en las poblaciones todos estaban esperando el pase, la mayoría quería ingresar al Frente, pero el pase no llegaba, porque el Secretario del Partido, que era el que tenía el poder de dar esa autorización, no cumplía. Y no lo hacía por negligencia, sino porque no quería que esos militantes se fueran, porque iban a perder el control sobre ellos. Insisto en que no eran todos los secretarios del Partido los que entrababan nuestro funcionamiento, sino algunos que tenían una fuerte reticencia hacia nosotros, por la influencia que ciertos miembros de la Dirección del Partido ejercían sobre ellos, en función de ir frenando, de ir controlando, de ir retrasando un desarrollo más acelerado del aparato militar.

En instancias intermedias, por ejemplo, un secretario regional, que estaba en la línea de los que frenaban este desarrollo, tenía que traspasar cinco Unidades de Combate al Frente, pero dilataba la entrega del vínculo, después pasaba una, no las cinco, y así iban obstaculizando nuestro desempeño. Eso lo alimentaban desde arriba, llegaba un tipo de la Dirección Interior, por ejemplo, que estaba por el freno y alentaba esas prácticas diciendo: «Los rodriguistas se están mandando solos, están haciendo su propia voluntad, quieren dividir al Partido»; les metían ese tipo de cosas en la cabeza, para ganarlos para su posición. Los partidos grandes son máquinas, y esa era una conspiración en contra de la política misma del Partido. Por otro lado, la Política de Rebelión Popular podía tener múltiples interpretaciones, cabía desde hacer un rayado hasta ir a dar unos tiros a los pacos. Dentro de eso cada uno estaba haciendo lo suyo. No hablaban en contra del Frente abiertamente, pero decían: «Los Manolos son jóvenes, son irresponsables, están siendo manipulados por esos oficiales cubanos, que vienen de afuera, que creen que esto es Nicaragua, que quieren calcar lo de Nicaragua». Así pretendían invalidar lo que estaba haciendo el Frente.

Por ese entonces comencé a tomar conciencia que entre los compañeros del Frente había bastante molestia con la actitud del Partido, se dieron a conocer una serie de opiniones muy críticas, mientras la dirección del PC seguía reclamando que le estábamos robando a los militantes, que pasábamos por encima de la relación orgánica. Pero el Frente se cuidaba mucho de no avalar esas prácticas, e incluso se le llamaba la atención a los compañeros que lo hacían. Si habían llegado unidades de manera irregular, se les pedía a los encargados que regularizaran el pase. Algunas veces incluso se las devolvían al Partido, para no crear más conflictos por pequeñas cosas que significaban un mayor distanciamiento entre el Frente y el PC.

De todos modos las diferencias ya estaban marcadas, lo que fue evidente cuando el PC quiso frenar la protesta del 2 y 3 de julio del año ochenta y seis, la que, a pesar de ellos, fue una de las movilizaciones más intensas y radicales en contra del régimen militar. Sin embargo, aún era posible multiplicar esa radicalidad e intensidad, si hubiese existido la voluntad, si se hubiese entregado una cantidad importante de armamento. No se trataba, en todo caso, de una cosa exclusivamente técnica, existía un componente subjetivo indesmentible. Pero en ciertas poblaciones no se pudo salir porque estaban cercadas por las tanquetas, cerco que, con el armamento adecuado, se pudo haber contrarrestado y superado totalmente. No quiero decir que se trataba de armar a las masas, sino simplemente de entregar veinte fusiles por población, lo suficiente para pertrechar a los grupos territoriales del Frente y las milicias, que ya tenían preparación y que podían contribuir a la autodefensa de la movilización que se podía desbordar en el mundo popular, apropiándose de las calles. Al fin y al cabo, era a eso a lo que se le llamó Sublevación Nacional. Pero esos procesos son muy caóticos, nadie los puede controlar. Iba a ser una demostración feroz de soberanía popular. Podíamos imaginarnos a miles de personas avanzando desde las poblaciones hacia el centro; pero no iba a ser una marcha en columnas, disciplinadamente, iba a ser en desorden, iba a ser saqueando, tomándose Santiago. Lamentablemente, había quienes tenían otra concepción, más gradualista, y querían ir haciéndolo todo de manera controlada, para que no se les fuera de las manos. Sin embargo, la historia no se desarrolla así, la historia avanza a saltos, con irrupciones, con explosiones.

Teníamos antecedentes de que en la Dirección Interior del PC había un sector que creía en el camino de la rebelión, creía en la perspectiva sublevación nacional, y que se las estaban jugando por lograr una democracia lo más avanzada posible. Nadie podía predecir exactamente lo que eso iba a significar después, qué tipo de gobierno se crearía, ni qué iba a pasar con las Fuerzas Armadas, pero nosotros estábamos luchando por esa salida. Evidentemente, en algún momento, se iba a tener que negociar entre las fuerzas políticas y los sectores sociales. Y si el resultado era una democracia más avanzada o menos avanzada, iba a depender, en gran medida, de cuanto quedaran desmoronadas las FF.AA. y cuan organizado quedara el pueblo. Esa era la medida.

Ahora, los que no estaban muy convencidos de esa salida, seguramente temían que pudiera haber un reguero de sangre, y no confiaban en que se pudiera llegar a una situación en que se acorralara a las FF.AA., por eso estaban predispuestos a negociar en la primera oportunidad que se les presentara; con tal que pudiesen volver a la democracia que existía en el tiempo de la UP estaban dispuestos a negociarlo todo. Sabiendo que iba a prevalecer la impunidad, se negoció todo, se negociaron los muertos, se negoció la memoria, todo. Algunos en el Partido se conformaban con eso, y no querían que se produjese la Rebelión Popular. Porque, ¿quién puede acotar una rebelión, en su praxis desatada?

Evidentemente, había poblaciones más radicalizadas, Y otras que iban más lento, pero en el fondo, en esos reventones son arrastrados todos, y en ese momento el espíritu de la revuelta tenía mucha fuerza. Por eso, y esta es la interpretación que yo hago, cuando el año ochenta y seis fracasa la Sublevación Nacional, el sector de la Dirección del PC que nunca estuvo convencido de la política de Rebelión Popular, comienza a ganar espacios, cuestiona la política y acorrala a los otros miembros de la Dirección, que sí estaban ganados para ser consecuentes con lo que el mismo Partido se había planteado, y los hacen claudicar. A comienzos del año ochenta y siete elaboran lo que se llamó «precisiones tácticas», donde le bajan el perfil al Frente, e incluso intentan cambiar a su jefe. Ese año, el Partido Comunista abandona la Política de Rebelión Popular, a cambio de una salida negociada con la dictadura; lo hacen conscientemente, aún teniendo la opción de persistir por el camino de la Rebelión Popular y profundizarla.

El Frente, en cambio, vio la necesidad de desarrollar una verdadera estrategia de poder, considerando que incluso la Rebelión Popular tenía un techo táctico. Queda así en evidencia que la separación que se produce entre el Partido Comunista y el Frente Patriótico Manuel Rodríguez, que hasta ese momento era su brazo armado, ocurrió debido a diferencias políticas. Se ha especulado que las diferencias eran más bien de carácter orgánico, o por razones de desavenencias personales, pero en términos estrictos lo que subyace son las diferencias políticas. Un hecho importante que marca esta situación fue que el Partido Comunista tomó medidas orgánicas, entregó una orden para hacer cambios en el Frente, y Raúl Pellegrin (José Miguel) tuvo que salir de su cargo. Eso, evidentemente, era una maniobra para desarticular al Frente, para arrastrarlo hacia la salida negociada que el Partido había elegido. El Frente se resistió a implementar esas medidas orgánicas, y llamó a realizar un debate con el Partido Comunista. Sin embargo, el Partido adoptó entonces medidas más punitivas, y se negó a ese debate, sosteniendo que las decisiones de la directiva del Partido debían ser acatadas por todas sus estructuras. Estaban en su derecho, ya que esas son sus normas de funcionamiento y es la forma en que las instancias pertinentes toman sus decisiones.

El Comité Central del Partido había tomado la decisión de apostar por la salida negociada, y el Frente, como una estructura más del partido, debía asumir esa decisión; el argumento para no discutirlo abiertamente era que las condiciones restrictivas de la clandestinidad impedían convocar a un debate más participativo.

El Frente, a pesar de su corta historia, ya había adquirido un perfil propio y gozaba de cierta autonomía, y vio la necesidad de generar las condiciones para abrir un debate con el Partido, de discutir aquellas decisiones tan importantes que tenían que ver con el futuro de nuestro país, pero el Partido Comunista se negó rotundamente a ese debate. Es difícil hacer un juicio de valor, para entonces quedaba en evidencia que ya habían dos caminos trazados, y que, en cierto modo, esa ya era una situación sin retorno.

El Frente había madurado, no se trataba de militantes comunistas cumpliendo funciones en el Frente, sino que ya éramos rodriguistas. Se había producido en nosotros una transformación, y teníamos una diferencia específica respecto a los militantes comunistas. No se trataba de que nos sintiéramos superiores, ni nada de eso, simplemente existía una diferencia en nuestra forma de percibir la política; considerábamos que en el contexto histórico que nos tocaba vivir era necesario actuar, que había que producir cambios efectivos y profundos.

Por la autonomía que teníamos, éramos capaces de elaborar una crítica al Partido y a su historia, críticas que dentro del Partido siempre fueron muy sesgadas o acalladas, como si fuesen tabús. Para nosotros, que el Partido tuviese 60 años de existencia no era necesariamente una cuestión de orgullo, pues a pesar de su historia, de su experiencia política, nunca había optado por llegar hasta las últimas consecuencias, nunca había profundizado suficientemente las contradicciones como para pasar a la ofensiva revolucionaria. Creíamos, como el Che Guevara, que se triunfaba o se moría, no se vivía permanentemente en función de reformas moderadas. Esta visión crítica implicaba un distanciamiento político e ideológico respecto del partido que había dado origen al Frente.

El proceso de quiebre del Frente con el Partido Comunista duró dos o tres meses (de abril a junio de 1987). En ese momento yo tenía responsabilidades como jefe operativo intermedio, trabajaba directamente con José Miguel, por lo que tuve la oportunidad de conocer de primera mano la problemática que se estaba viviendo. A la militancia del Frente se le entregó bastante información acerca de cómo iban las discusiones con el PC, y es importante destacar que José Miguel siempre señaló enfáticamente que, a pesar de haber tenido diferencias, no podíamos desechar la posibilidad de volver a confluir con el Partido Comunista en el futuro, y de trabajar juntos, especialmente a nivel de la militancia de base. No había que transformar las diferencias con el Partido en una guerra, a pesar que hubo ciertas situaciones poco éticas en el momento del quiebre, pero siempre la actitud de nuestros dirigentes, orientada hacia la militancia del Frente, fue la de no buscar revanchismos. La dirección del Frente discutió la actitud que tendría respecto del Partido, y quien lideró la posición de no generar conflictos fue José Miguel, y no estaba solo en eso.

El año 1986, definido por el Partido como «el año decisivo», el Frente interpretó la Política de Sublevación Nacional como una política de putch, en la que se trataba de dar un golpe y tomar el poder, pero entendíamos (probablemente por la experiencia que varios miembros de la Dirección tuvieron en la revolución sandinista) que este camino sería mucho más prolongado, por las características que tienen en Chile la derecha y las Fuerzas Armadas. Se necesitaba una estrategia de poder bien delineada, no sólo en relación con la dictadura, sino, de hecho, más allá de ella, que asegurara una salida avanzada desde un punto de vista democrático y popular. Comenzamos entonces a hacer esfuerzos para construir una estrategia en esa dirección, la que fue elaborada finalmente en el verano de 1988, en gran parte por José Miguel, que tenía una capacidad productiva extraordinaria, además de gran capacidad para escuchar. Él se alimentó de la información y de las opiniones de otros miembros de la Dirección, y el resultado de ese proceso fue la estrategia de Guerra Patriótica Nacional (GPN).

En el momento del quiebre, un 80 o 90% de los miembros de la Dirección se mantuvo fiel al Frente, lo que demuestra que no hubo una verdadera división, como intentaron presentarlo los adeptos al PC. Lo que realmente ocurrió fue que el Frente, casi en su totalidad, se fue del Partido Comunista. Los militantes que se quedaron en el Partido no fueron más del 10%, sin embargo, en ese proceso, se perdió retaguardia, se perdió influencia y la posibilidad de llegar a otros sectores. También se dieron casos en que resultaron afectados lazos familiares; había familias en que el hijo era del Frente y los padres eran comunistas. Se provocaron también, producto del quiebre, problemas de seguridad para nosotros, porque habíamos invertido mucha infraestructura y logística en función de las bases del PC, cosas que tuvimos que intentar recuperar rápidamente. Fue, de todos modos, un triste proceso.

Notas:

33 Jorge Inzunza Becker era diputado del Partido Comunista en 1973, y sale al exilio luego del golpe militar.

34 Las Milicias eran unidades que constituían el resultado del Trabajo Militar de Masas del Partido Comunista (TMM).

Fuente (extracto): Mauricio Hernández Norambuena (2016): Un paso al frente. Habla el comandante Ramiro del FPMR. Santiago: Ceibo Ediciones.

http://www.resumenlatinoamericano.org/2020/02/16/chile-1986-87-fmpr-y-pc-dos-tacticas-enfrentadas-comentarios-de-mauricio-hernandez-ramiro/

 

Chile. La Plaza de la Dignidad se solidariza con el prisionero antifascista Mauricio Hernández, Ramiro

Andrés Figueroa Cornejo / Resumen Latinoamericano

El próximo 20 de febrero, Gendarmería, la entidad uniformada que controla los penales de Chile, debe ofrecer una respuesta sobre la situación de aislamiento que sufre el luchador antifascista Mauricio Hernández Norambuena, Ramiro, en la Cárcel de Máxima Seguridad.

De acuerdo a la Comisión de Derechos Humanos del Colegio Médico, el luchador social se encuentra confinado en condiciones «inhumanas, crueles», y que comportan tortura. El informe de la entidad gremial no tuvo ningún efecto que redundara en un cambio de los malos tratos de gendarmería.

Debido a ello, el abogado de Mauricio, Alberto Espinoza, informó que «la Corte de Apelaciones, ratificada por la Suprema, instruyó a que Gendarmería se pronuncie el próximo 20 de febrero, si Mauricio Hernández continúa o no aislado». Por eso el 19 de febrero, en las afueras de la Cárcel de Alta Seguridad en Santiago, amigos y familiares de Ramiro realizarán una manifestación pacífica para que Gendarmería sepa que el ex militante del Frente Patriótico Manuel Rodríguez cuenta con apoyo social y nacional.

Como parte de las movilizaciones para terminar con la tortura de un hombre que ha ofrecido su vida a la lucha inclaudicable por la libertad de las y los oprimidos de Chile y el mundo, este viernes 14 de febrero, las protestas de la Plaza de la Dignidad que se aproximan a su cuarto mes, ofrecieron su cálida reunión, lucha, memoria viva y ternura agrupada a Mauricio Hernández Norambuena.

Una joven manifestante expresó que «Ramiro es uno más entre nosotras y nosotros. Un hermano mayor que inspira a las generaciones que nos incorporamos a la misma causa social por la paz con justicia social, con derechos sociales garantizados, contra toda forma de opresión», y añadió que «Mauricio nos prueba a diario que se puede luchar toda la vida. Sabemos que él ha debido estar prisionero 21 años por dar todo de sí por la libertad y la igualdad entre las personas, razones que el poder no perdona. Pero también sabemos que será resultado de nuestro empeño popular su liberación definitiva».

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