¿A qué afecta principalmente el coronavirus?
El poder darnos cuenta que ataca principalmente al sistema en que injustamente habitábamos, nos dará la pauta de su capacidad de daño y el alcance de las consecuencias que arrastraremos en el caso de que sobrevivamos a este nuevo desafío que se nos presenta como especie.
En caso de que continuemos indagando en el fenómeno de superficie, en el síntoma, en la manifestación epitelial, seguiremos detrás de los efectos, y sin poder responder a todas y cada una de las consecuencias en que nos habrá afectado, sobre todo, en el cuerpo social.
Esta es la primera de las observaciones imprescindibles que la hora nos impone. La amenaza es general, global, no sólo porque se trata de una pandemia, sino porque afecta, principalmente, al pulmón del otro como significante amo. El espejo, como estadio y como objeto, nos devuelve precisamente, el número de infectados, la idea de ya estar enfermos, pese a aún no estarlo. De esta manera se detona, lenta y progresivamente, el lazo social construido desde hace doscientos años a esta parte. Nos dirá Jacques-Alain Miller: “La relación del semejante con el semejante, la relación entre dos términos que sólo tienen entre ellos una diferencia numérica implica que son equivalentes en cuanto a su contenido, que hay uno y otro, y no uno sólo” (La utilidad directa). En esta narración, institutiva del ego moderno, se afianzó y sostuvo la democracia, como principio rector y metodológico de la política, la semejanza, la equivalencia, la igualdad y lo númerico, como valores primordiales que siempre se resuelven en lo electoral, en las votaciones, en la acumulación de voluntades que tendrán unos sobre otros, para legitimar un sistema que propicia una igualdad aspiracional, de expectativas o imposible, dado que promueve en verdad, la disputa por escalar en la pirámide de quién acumule mayor cantidad de necesidades simbólicas de los otros, que se traduce en dinero o bienes deseables, o intercambiables, hasta el infinito, en una suerte de repetición del goce perverso que pulveriza la posibilidad del humano como tal.
El virus que se replica, previa invasión al sistema inmune, disfrazandose de conocido o amigo, cautivando al cuerpo a atacar (como un político en campaña electoral), genera al unísono (como el totalitarismo democrático o que no exista otra manera de administrar lo público o regir lo político) la demanda, al sistema, en este caso sanitario, de todos y cada uno de los países en donde existe (casi todos los reconocidos) por tanto, muta y lástima en verdad, con mayor severidad al cuerpo social, al “Leviatán” moderno, al sistema.
Les comunica de la implosión en todos los órdenes, en su lógica a la que no podemos conocer, dado que no tenemos episteme para ello, porque el mismo sistema imperante nos prometió tal cuestión gnoseológica, es decir que conocía, sabía y deducía todos los fenónemos que se originaban en nuestro planeta por tanto está es la razón obvia pero no por ello estrepitosa de su fracaso de no poder preveer, ni anticiparse, mediante vacuna o remedio efectivo actuante como para sostener lo que el virus, viene a socavar, sin que sepamos finalmente si tiene alguna otra ulterioridad, dado que como expresamos desconocemos, y no tenemos elementos, como para conceptualizar sus acciones y “razones”.
Los afectados reales, o familiares directos de los mismos, aislados, es decir repotenciados en nuestros egoísmos (se nos dice que la mejor forma de vivir es precisamente sin vínculo de tacto o contacto físico con el otro), alterados en nuestras rutinas impuestas por los dispositivos de control que nos forjaron y nos controlaron a sus ritmos y semejanzas, hoy nos dicen que no funcionan, que no tienen respuestas, que debemos aferrarnos a la suerte o a la fe que podamos prodigar para no necesitar de un respirador, dado que no hay ni habrá suficientes, por parte de tal sistema que caerá indefectiblemente, cuando los cuerpos se amontonen por doquier en el grito desesperado de las demandas que no serán contempladas, ni escuchadas.
Este es el peor escenario, que vislumbran los gerenciadores del sistema. No les preocupa tanto lo real, ni lo simbólico, sino lo imaginario. En varios lugares, miles, por no decir millones de ciudadanos, que habiendo creído toda sus vidas, en las certezas y seguridades de un sistema, de exclusión e injusto, tengan que despedir a distancia a sus seres queridos (ni la honra o dignidad de la sepultura y el último adiós permite el virus) sin que exista alguna variante o parámetro para evitarlo.
El sistema muestra su pantagruélica debilidad. Ya defeccionó en brindar salud, educación lo hace a distancia y como puede, trabajo y seguridad cada vez más en jaque. Por esta misma razón, se activó el protocolo de última resistencia o final. La responsabilidad, nuevamente, es del poblador, de la multitud, la transferencia del poder es manifiesta. Los gerenciadores, al ver que la pierden, que se les escurre, nos la tiran, nos la expulsan, como el virus en las gotas de tos, viene la responsabilidad de todos y cada uno de los habitantes del planeta tierra.
Resulta ser, que seremos, de acuerdo a los privilegiados, tan responsables como ellos, en caso de que nos mate el virus, o que lo haga con amigos o familiares. Esta es la razón simbólica de los aislamientos, el velo de la solidaridad que luego se transformará en culpa colectiva y la apuesta, para que luego de que esto suceda (es decir que mueran los que tengan que morir) quede lo más posible del sistema socavado.
Finalmente esto no significa que no exista en lo real, el aislamiento como prevención o como acción, o que se tenga que hacer otra cosa o se promueva una rebeldía ante ello.
Simplemente expresamos que lo más positivo, por más que aún no lo notemos (y otros pondrán el cuerpo y no lo notarán) es que el virus vino a llevarse la lógica de un sistema que ha imperado por siglos, y que nuestra adaptabilidad al cambio, determinará aquello de sí estamos en condiciones de la supervivencia en razón de demostrarnos, ante nuestros propios temores y fantasmas, como más aptos de lo que fuimos en este último tiempo, que ya es pasado. Del presente y del futuro, no podemos proyectar nada y a esto, sí es que queremos sobrevivir, nos tendremos que ir acostumbrando.