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Del #Quedateencasa al ¿A dónde nos vamos a ir? // Pharmakon


“A menos que los filósofos reinen en los estados, o los que ahora son llamados reyes y gobernantes filosofen de modo genuino y adecuado, y que coincidan en una misma persona el poder político y la filosofía, y que se prohíba rigurosamente que marchen separadamente por cada uno de estos dos caminos las múltiples naturalezas que actualmente hacen así, no habrá, fin de los males para los estados ni tampoco para el género humano”. (Platón. La república. Libro V. 473d. Editorial Gredos.)

Tal como el efecto placebo, el convencimiento del paciente que al tomar una determinada medicina mejorará por más que ésta no tenga ningún principio activo, muchos administradores en situaciones de crisis, sobreactúan la toma de decisiones, apoyados en la reglamentación cumplimentada por uniformados armados, para encontrar una salida y convencerse y convencer sobre la misma.

Con la intención de evitar el pánico que inmoviliza, y que posteriormente puede causar la toma de decisiones irracionales, afianzados en la perspectiva de hacer camino al andar, no son pocos, los que al frente de las tormentas se dicen sabedores para enfrentar con éxito las mismas y en verdad, apenas si pueden brindar un diagnóstico preciso y acertado de lo que está ocurriendo.

Paradójicamente, el término “éxito” proviene del latín exitus, que significa salida, pero vinculada a una salida hacia la muerte (exitus letalis en las historias clínicas para cerrar el caso del occiso). Con el paso de los siglos, olvidamos la connotación mortuoria y representa el triunfo, o la salida gananciosa de un lugar, situación o acontecimiento.

A tal punto el concepto éxito, se reconvirtió con el paso que realizamos sobre el tiempo, que no son pocos, los que últimamente, titularon nuestra cultura o modo o comportamiento como “exitista”.

La aceleración en la que nos sorprendimos de un tiempo, a esta parte, nos llevó a reproducir, a multiplicar, a replicar exponencialmente, en el afán de acumulación en el que nos encontramos perdidos en este laberinto. Necesitamos salir, necesitamos tener éxito en el amplio sentido del término. No se trata de; en dónde quedarnos, por más que en una contingencia, este muy bien que lo hagamos en casa, dado que, en verdad, el principal problema, el problema radical o el único problema es que no tenemos horizonte, porque no sabemos a donde ir, o por expresarlo, en otros términos, desconocemos en donde esta la salida.

Por supuesto, que la respuesta no podría ser de índole individual. Mayoritariamente la responsabilidad es de los gobiernos, ejercidos por los gobernantes, a quiénes, en su mayoría, hemos elegido para ello.

En todo caso, es una obligación moral, sanitaria y normativa, que podemos asumir individualmente el que nos sigamos quedando en casa (habría que reconocer que mientras más se extiende el confinamiento, mayor grado de dificultad genera lo que en un principio podría ser considerado algo muy sencillo de realizar o aplicar) como también lo es, una obligación de estado, de gobierno y un imperativo categórico que atañe a todos y cada uno de los gobernantes que nos digan a ciencia cierta, a dónde nos vamos a ir o a dónde nos estamos yendo.

En el laberinto confuso, viralizado, de la repetición automatizada, no puede seguir siendo tal como discurso único, el slogan, la consigna, el axioma, el rezo o la marca del “quedémonos en casa”. Ya ha sido suficiente con ello, el que lo sigamos repitiendo o blandiendo como canto de esperanza, podría resultar contraproducente.

Es tiempo que los gobernantes, nos brinden la salida. Podamos ser conducidos por estos guardianes, al éxito, se torna la función principal en esta hora de zozobras, que requiere lo mejor de sí, de cada una de las comunidades, que mediante la política sigan resolviendo las tensiones del poder, qué en estos tiempos, como pocas veces o nunca antes, posee un objetivo expreso, manifiesto y claro.

Necesitamos salir, necesitamos tener éxito. Sí bien no es una fórmula perfecta o mágica, los primeros que han pensado y escrito cuestiones de estado, nos legaron aquel buen consejo, del que hace mucho no lo tomamos o establecemos.

El gobernar y el saber deben estar asociados, filosofía y política no pueden ser compartimentos estancos. De los laberintos, se sale por arriba, como nos demostró Marechal, y para ello, es necesario abstraer, que es pensar, imaginar, razonar, que en definitiva es salir de las repeticiones, de las réplicas, de lo dado, olvidar diferencias e implementar las variables de la intuición, aprehendida por los que se dedican al conocimiento, a la sabiduría y lo ponen al servicio de las multitudes, del pueblo, del afuera, de las calles.

 

Pharmakon

El veneno en su dosis adecuada no mata sino que cura. Este es principio científico con el que actúan las vacunas, inocular la enfermedad menguada para que el organismo genere anticuerpos. Escribe Derrida: “Pero la palabra pharmakon no solo significa remedio. También es un color, un tono artificial, un maquillaje, un veneno, o incluso un chivo expiatorio, todas estas cosas que se supone que vienen del exterior para engañar, mentir. Estas cosas que han estado allí desde el origen, a Platón le gustaría sacrificarlas, destruirlas, como la tradición greco-occidental querrá después de él. La función de las estructuras, sociedad, institución, lenguaje, sistemas de oposición es decir la verdad, suprimir las imitaciones, revertir el pharmakon. (Derrida, J. “Farmacia de Platón en la Diseminación”. Editorial Fundamentos. 1997. pág. 108)

El autor de la República, como tantos otros diálogos, en al menos dos pasajes de este texto afirma “Parece que los gobernantes deben hacer uso de la mentira y del engaño en buena cantidad para beneficio de los gobernados; en algún momento dijimos que todas las cosas de esa índole son útiles en concepto de remedios”. (Platón. “La república. Editorial Gredos. Libro V. 459d.)

Todas las reglas de juego que rigen nuestras vinculaciones colectivas, se fundan o fundamentan, en el último eslabón o resquicio, en la voluntad o fuerza, de alguien o conjunto de los mismos, que lo impone porque sí y sin más razón. Cada uno de los impuestos o condicionados, podrá tomarlo como cura (es decir aceptándolo) o como veneno (tendrá que irse o padecer las consecuencias) y el resto, argumentos, formas y explicaciones, vendrán siempre despúes. Finalmente, el campo armado, la escenografía conformada, se replica por medios de comunicación, los que brindan la idea, siempre supuesta, de que tal realidad, puede ser democráticamente cambiada, para mejor. Derrida, en el análisis político e inicial del concepto pharmakon, plantea incluso el valor como tal, en relación a la escritura, como noción argumental y performativa por sobre la palabra. Se toma como remedio y se constituye como normativo a los efectos de ordenar el poder, de los que antes solamente manejaban por intermedio de la palabra (por lo general dioses o reyes con vínculos con tales).

El autor, mediante el pharmakon, reitera la epopeya de Prometeo de robarle el fuego a las deidades y entregarnósla a los humanos. Dejando en claro, que esto mismo es tanto cura o remedio como veneno.

La alegoría de la caverna, pasa a tener vinculación no con el presente o con el futuro, sino con el pasado. No es una invitación para que se busque una luz de verdad, sino para que sostengamos la verdad que creamos más conveniente a la salida de lo incierto, de lo indeterminado, que por tanto nos resulte creíble y confortable, tal como la que nos sostuvo dentro del útero materno, ante de que nos alumbraran al mundo o que salgamos de la misma.

Es una cuestión de índole individual no colectiva. Así lo escribe, Derrida en la cita párrafos arriba, la célebre posición de “lo personal es político” que propone el estructuralismo de Foucault es básicamente la relectura en estos términos de la cuestión platónica.

Nos tocaría en algún momento, desafiarnos, en tratar de encontrar sentido, o un sentido más en comunión y encumbrado, que construyamos o reconstruyamos esa noción de lo colectivo, esa decisión que en calidad de humanos, nos debemos repetir una y otra vez ante lo público y lo político.

A modo de homenaje a lo griego, y por ende a las fuentes de lo filosófico, de lo occidental y de lo democrático, podríamos conjeturar en una suerte de alegoría socrática.

Gobernar no es más que volver a enjuiciar a Sócrates, en una suerte de eterno retorno, en donde cada tanto, fallamos, como cura o como veneno, a un individuo determinado, para aleccionar o referenciar a lo general o colectivo.

Recordemos el mito socrático. Enjuiciado por corromper, con sus ideas o en verdad con sus preguntas o cuestiones a los jóvenes de la sociedad establecida, es condenador a beber cicuta, para tal como explicaría el dicho popular luego, muerto el individuo (perro) se termine lo universal (rabia). En nombre de tal humanidad, como remedio para la misma, se envenena a uno de los suyos. El pharmakón como concepto pleno de lo humano y como elemento determinante y ordenador de lo político.

Las guerras o disputas como continuidad de la política por otros medios, sigue la luz de esta conceptualización, unos deben morir para que otros vivan mejor.

Hace tiempo que nuestro cuerpo enfermo, necesitaba de medicación. Todos y cada uno de los índices, reflejados en mucho de nuestros comportamientos, desnudaban la excepción cada vez más común de masas ingentes de pobres, marginales e indeseables, para que los menos que ya vivían bien, lo siguieran haciendo mejor.

A la luz de los acontecimientos, tenemos en verdad por delante, un nuevo momento bisagra en donde decidiremos (habrá que ver como se termina de conformar esta mayoría que decidira y como sera la reacción de las minorías) para quiénes el pharmakón será cura y para quiénes veneno.

Como alguna vez la humanidad, ya decidió que era mejor, que algunos de sus exponentes siguieran respirando más allá de pensar, de la palabra respetar y hacerla circular, seguiremos escribiendo, no sólo hasta que el cuerpo diga basta (ya sabemos que la palabra escrita, la excede, esta es su magia) sino hasta la posibilidad de que por fuerza mayor de la imposición, se determine que sea nociva, peligrosa y enfermiza y que la expresión y con ella la libertad, en vez de ser considerada una cura, sea tratada y entendida como veneno.

Pero esa expresión de lo humano, esa salida, esa faceta, ese camino, ese pliegue, lo hemos visto varias veces, pensadores, creadores, artistas y filósofos, censurados, encarcelados, asesinados y callados. Detalles más o menos, sabemos como continúa la serie en caso de transitar tal sendero.

Lo heterodoxo y por ende, sorpresivo, que nos dote de lo novedoso en cuánto a indagar más allá de lo conocido, sería que alguna vez, desde la plaza, los foros y los balcones, los intelectuales, pensadores, filósofos y creativos, se ganen los aplausos de las multitudes (la palabra escrita, atributo de aquellos, se validaría con las habladas y los gestos patrimonio de las masas, cerrándose la cinta de moebius) y tener en tal reconocimiento alegórico, un respeto de esa faceta de lo humano, que sea tanto cura como veneno, y que tal mayoría construida entienda de la convivencia de lo justo e injusto y de la dosificación apropiada para que la cura de algunos no signifique siempre como relación necesaria, suficiente y excluyente, el envenamiento de tantos otros. Saliendo de esta manera, de la lógica binaria que nos propone la acepción y el concepto de pharmakon.

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