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LA DEMOCRACIA ES LO INDECIBLE DEL PODER Y LO IMPOSIBLE DE LO COLECTIVO // Escansión obligatoria.


LA DEMOCRACIA ES LO INDECIBLE DEL PODER Y LO IMPOSIBLE DE LO COLECTIVO

“Lo que circula entre nosotros denominado como vacío, es lo indecible, sin representación para quien advino al lenguaje-sujeto”. (Levín, p. 339). Sí al principio fue el verbo, como reza en las sagradas escrituras, ante sin duda, en la cronología de la historia occidental, debió haber sido, el poema de las dos vías de Parménides que nos insta a que sigamos por lo que expresaba la diosa, voz de su poema: “Vías de indagación que se pueden pensar». La primera es nombrada de la siguiente manera: «que es, y también, no puede ser que no sea»; la segunda: «que no es, y también, es preciso que no sea». La primera vía es la «de la persuasión», que «acompaña a la verdad», mientras que la segunda es «completamente inescrutable» o «impracticable», puesto que «lo que no es» no se puede conocer ni expresar”. (Platón, p.18).

Claramente Parménides inaugura la vía de lo indecible. Sin embargo, desde su señalamiento, que bien pudo haber sido el prohijar una prohibición, lo que establece es la historia misma de todo lo otro que viene sucediendo con el fenómeno humano. Creyéndonos, desde Platón mismo, con su división entre el mundo eidético y el real, vía participación, habitamos lo indecible, con la firme convicción que las conjeturas que brindamos como palabra, como logos, como concepto, como posibilidad, nos hacen algo más certeros, más auténticos en la experiencia que nos podríamos dar de acuerdo a las atribuciones de lo humano, que implican libertad, felicidad, placer, vida y sus consabidos contrapesos de opresión, tristeza, goce y muerte. Semánticas del desequilibrio o nominalismos oscilantes, nada puede variar que allí donde no estamos es donde la eternidad se consagra. En el no lugar de la experiencia fallida es precisamente, desde donde venimos o hacia donde vamos, en este mientras tanto, que damos en llamar vida, una suerte de epojé o de parentésis homeopática, el entre abrevado entre cielo y tierra en donde transcurridos, es lo accidental, lo pasajero, mientras que aquello, lo inalterable, lo inescrutable, a lo que consagramos tanto temores, como esperanzas, es la razón de ser, de nuestra permanencia finita en este presente al que sólo le dedicamos palabras, que siempre serán escasamente vacuas, para llenar el vacío del que provenimos y hacia donde regresaremos.

Aquí es donde interviene el poder y el triunfo, dialéctico como flagrante de la democracia, como todo lo que nos puede brindar a una comunidad dada, sin que nos cumpla siquiera lo mínimo, lo elemental o lo básico. De todas las formas de organización política que hemos experimentado, no salimos de las mismas, por vía consensual, razonada o bajo la lógica en que previamente nos mantuvieron tras sus normas o prerrogativas. Con esto queremos expresar que es imposible el ansiar, el desear una democracia democrática o que se guie o manifieste bajo tales parámetros.

Sí en la ambivalencia de lo humano, entre lo agonal de las fuerzas que pugnan, sean como pulsiones de vida o muerte, de verdad y mentira, de esto y lo otro, o las contraposiciones que fuesen, la democracia plantea en la actualidad, la versatilidad conjetural de hacernos creer que el poder puede ser asimilado, maniobrado, manipulado con razón y por sobre todo emoción humana e ilusamente con amor, verdad y justicia.

El pliegue, el borde, por donde, asoma el desborde lo democrático, es de acuerdo a la mayoría de las apreciaciones teóricas e intuitivas, el movimiento, el giro o la disrupción de lo femenino, una suerte de mare magnum, en donde todo parece girar alrededor de la vulva o de la vágina, como siglo atrás, el hombre (en su sentido genérico) giraba desde la hendija del falo.

Podríamos añadir entonces la siguiente apreciación; sí la ley es el padre, el deseo de la madre es la transgresión. “Desde Freud, inventor del psicoanálisis, la maternidad se inscribió como un síntoma de las mujeres, un modo particular de ellas de hacer con la falta. La lógica freudiana para las mujeres parte del no tener el falo, encontrando en el hijo su equivalente. Entonces, ellas se completan o se sienten completas teniendo niños. A partir del psicoanalista Jacques Lacan, el niño no ocupa tanto el lugar del falo de la madre, sino el lugar del objeto que causa su deseo, un objeto de satisfacción no representable, carente de significados, y que escapa a la imagen y al Ideal. De modo que, el lugar del niño en el deseo materno se emparenta con los objetos pulsionales: la voz, la mirada, la caca” (Giraldi, p. 22).

El poder, como lo pulsional por antonomasia de lo indecible de lo humano, embarazó, nuevamente, a nuestra condición, y estamos en tránsito, en proceso, de ser a la vez, al unísono, concomitantemente, la parturienta, el engendrador y el gameto formado.

Nos vamos licuando, en deconstruir los principios mediante los cuáles comprendíamos los conceptos que otrora nos apaciguaban al brindarnos cierta precisión en explicaciones que creíamos o sentíamos como conmensurables, atendibles o que básicamente nos conformaban en un grado mínimo.

No nos tranquilizarán las mismas palabras, modos o dialécticas en las que nos veníamos desenvolviendo de acuerdo a los roles que nos fueron dados o que fuimos heredando.

Lo único cierto, e inmodificable, es que en este plano, desde Parménides, como desde siempre, la vía que pensamos que estamos transitando, no es precisamente la de la verdad o del conocimiento. Esa es de la que provenimos, hacia donde vamos siempre, al concluir esta experiencia de lo finito. En este mientras tanto, todo puede ocurrir, y estaremos más cerca de aceptarlo, es decir de manejarnos con ello, sí es que nos convencemos ( o confabulamos que es lo mismo, hasta tal vez lo sea suprimir y reprimir) de que toda la palabra, toda razón que se articule mediante ella, no puede dejar de traducir, de significar, de representar un beneficio para quién la plantea, y un perjuicio, velado, oculto, por ende engañado o engañoso, para todos aquellos a quienes necesite convencer o persuadir a los efectos de consumirles su fuerza, o cegarlos en su reacción.

Esta es la razón por la cual la democracia posee sus horas contadas, el nuevo cuerpo en el que el envase del poder, referirá al fenómeno humano, tiene tras sí, otras formas, otras codificaciones y por ende, estipulará otros movimientos, otras manifestaciones.

Llámese como se llame (incluso le podrán seguir llamando democracia, o neodemocracia o democracia reformada) lo cierto es que ninguna organización de lo humano, podrá ponerle palabras, o un decir, al poder. Este seguirá siendo indecible. Salvo que se haga filosofía, pero para ello, antes que nada y por sobre todo, se debe poetizar. El único índice serio que manifieste un cierto “avance” en términos de calidad de lo humano, debe tener correlación en como tratan sus comunidades a sus poetas. Y tal como sucede con la política, desde Platón a esta parte, en relación al vínculo con nuestros poetas, estamos igual o peor que antaño dado que lo democrático, precisa la disolución de lo colectivo, pese a que prometa o promueva lo contrario.

Nos conmina a la máxima lacaniana de que hace obligatorio lo que no está prohibido. Nos insta al paroxismo individualista de una libertad sin fronteras, que precisa el exterminio del margen o del límite, y que nos sitúa en la sacralización permanente, de los derechos particulares, en nombre de un todos o de una generalidad que diluye, que perfora o finiquita la concreción de la misma. La democracia, se lleva puesta, o liquida, lo real, y se entroniza en el significante simbólico de lo deseable, de allí, qué a decir de Derrida, sólo sea posible en un por venir, por fuera, o en su ipseidad, de la dimensión témporo-espacial.

Nunca arribaremos a tal destino, como la graficaba poéticamente el escritor paraguayo “La democracia es una costa de la que nos alejamos, a medida que nos acercamos a ella” (Roa Bastos, p. 43), como tampoco llegará tal tiempo en donde se nos alumbre, o se nos haga posible, el habitarla, en la medida que nos promete, sus románticos cantos de sirena.

La democracia, se alimenta de la supresión del otro, en cuanto, a la imposibilidad de que lo asimilemos y que podamos conformar un todos, o un nosotros, a sabiendas de esto mismo, reproduce y multiplica las, posibilidades, supuestas, de cada uno de los que se crean o sientan, habitantes de un espacio democrático, para desandar, todos y cada uno de los derechos individuales que le asistan, que necesiten o que simplemente deseen.

Esta es la razón, por la cuál, la democracia, en la astucia demoníaca, de hacernos creer que es el poder en el pueblo, vía o mediante representantes o representación, legítima o legitimada, se constituye en la forma más absoluta y totalitaria, que supo producir el ser humano, al menos en los últimos doscientos años.

Brinda la atrapante y seductora sensación, narcótica, de que cada uno de la que la componen, lleva dentro de sí, por el simple hecho de habitarla, el sublime derecho, a que sus consideraciones, sean tan válidas como la de los demás. En esta suerte de “babelismo” de deseos, expresiones y exclamaciones, forja su coerción normativa, alumbrando el electoralismo que acendra el principio furtivo.

La democracia, es una pena de muerte de lo colectivo, aprobada por mayoría popular, votada en cámara de representantes y validada en los tribunales, ad hoc, que instauran el republicanismo que brinda, el veneno, con el que narcotiza a sus habitantes o ciudadanos; la supuesta posibilidad de todos y cada uno de ellos, que puedan hacer oír, exclamar y peticionar su consideraciones, más allá de que estás lleguen a algún lugar que no sea el vano éter, la plaza, vacía e indiferente, que es en verdad el cementerio de lo colectivo y por en de lo público, en su sentido lato.

Obligados a creer en la igualdad que santifica, multiplica la mismidad, engulle la diferencia, al proclamarla, al hacer de cuenta que la defiende, la deja libre, a precio y regla de un mercado, en donde siempre manda y mandará no el que más tenga, sino el que tiene, que es el propio mercado, o el sistema.

Aquí esta su trampa, obliga lo que no prohíbe, entonces, a fin de cuentas, todos terminan creyendo posible lo imposible. La democracia, crea o recrea al sujeto político, lo empodera, falsamente, pidiéndole a cambio que abandone la posibilidad de la concreción de lo colectivo, la construcción de lo público. Nadie en democracia, podría sentirse impelido, o incluso necesitado, a pugnar por algo que no le afecte, que no le competa.

La democracia, invade lo íntimo, destituye al sujeto, desde su esencia, lo deja huero y en simples formas, lo desnuda, quitándole el deseo, de que sea algo más que la mera expresión de los instintos más bajos, de un hombre, ya reducido, a su expresión liminar de un animal famélico y en celo.

La democracia, en esta versión salvaje, se reproduce, en todos y cada uno de sus integrantes autómatas, que tienen como único objetivo, el acumular bienes, productos y servicios, que sacien el hambre y la sed, para sin preguntarse, repetir una y otra vez, el ciclo tras generaciones.

La democracia es un producto, de la expresión más acabada del sujeto que no reconoce más que asimismo, haciendo creer que consensua o que converge diferencias entre iguales, no en su condición, sino entre sus deseos.

La democracia jamás se propondrá, eliminar o reducir la pobreza o la marginalidad, para ello, opera u orbita, en algunos, que individualmente pueden salir de ella, como excepciones que confirman la regla. La regla, palabras más, palabras menos, como referimos en el título, es básica, sencilla y contundente.

La democracia es lo otro de lo colectivo, es la consecución paroxística del individualismo.

Esta es la razón por la cuál, se han disuelto los partidos como reservorios de ideas, es la razón por la cuál, las políticas, se reducen a los políticos y es en definitiva el latrocinio mayor al que no somete.

La democracia no devela, no revela, ni mucho menos, pone a consideración electoral, en nombre de las libertades que dice avalar, defender y promover, sí es que los seres humanos, queremos, deseamos o pretendemos, el imperio de lo individual para que nos amputemos la posibilidad de construir, o reconstruir lo público o lo colectivo.

La democracia sienta bien, porque no exige ni demanda, pensamientos, reflexión, ni sacrificios, solamente, brinda la sensación placentera como falsa de que todo será posible con tan sólo invocarla.

En esta dimensión dogmática, performativa, la democracia es ley no escrita, porque proviene de un costado de nuestras entrañas, del mismo lugar del que la deidad se sirvió para crearnos, por más que creamos o no en tal fábula, para demostrarnos que somos débiles, sobre todo en las elecciones, que como aquella primigenia, han sido, son y serán, patrañas.

Referencias bibliográficas.

Giraldi, G. (2015). Notas escritas una mañana cualquiera. Rosario. Río Paraná.

Levín, R. (2004). Hacia un psicoanálisis de lo indecible. Buenos Aires. ApdeBA.

Platón. (2011).Timeo. Madrid. Gredos.

Roa Bastos, A. (1996). Metaforismos. Barcelona. Edhasa

 

Escansión obligatoria.

El término no es usual, pero refiere, de acuerdo, a quién lo puso a rolar con un significado más amplio a: “una puntuación afortunada” (Lacan, J.). Los puntos permiten respirar al texto. Las restricciones impensadas a nuestras libertades más básicas tienen por objeto que se nos garantice la posibilidad de seguir respirando.

No sabemos que palabras vendrán después de este punto y a parte, ¿largo e inesperado.? No sabemos quiénes tendrán mayores responsabilidades en escribirlas. No sabemos, si tendremos la posibilidad de seguir contando con las palabras.

No sabemos. En algún punto, equívoco, como fatídico, hemos asociado no saber con no respirar. El quiebre, la ruptura, el disloque de esta conjunción, como de toda, es lo que nos genera tanta zozobra y pavor.

La escansión es un fenómeno que surge de lo textual, no podemos escandir un asiento contable, en lo numérico los puntos pierden el sentido mismo de su esencia. En verdad, para ciertos contextos el punto en relación, a los números, es señal de multiplicación. Réplicas automáticas y automatizadas, por ende, viralizadas. No se puede poner punto a la ganancia ilimitada (en términos o expresión contable). O tal vez sí, pero no lo hemos intentado o no lo hemos querido. En otro punto equívoco como fatídico, asociamos imposibilidad de cambió o modificación en el campo o en el plano de lo numérico. Las palabras pueden variar en su significante y significado, más el dos siempre seguirá siendo la suma de uno más uno y la resta de seis menos cuatro.

La espiritualidad apofántica de nuestro logos, del sistema mismo de comunicación, nos habla de las carencias a las que nos sometemos al afirmar que una cosa es tal para al momento mismo, deja de ser tantas cosas. El principio de no contradicción, auspiciando y generando la aceleración ya desatada con el poema de Parménides.

En ese después que nos hará entender, lo que no comprendemos y no aceptamos asumir que no lo sabemos, se juega el destino su azar, ya sin afirmar ni preguntar, teniendo al humano como testigo, como enclave, y como autor, de una obra que la cree suya, como para volver a realizar una escansión.

Puntuar nuevamente, para que el relato, respiro mediante, resignifique el conjunto de signos y los pueda fundir efectivamente con su contraparte numérica o continúe en su reiterado intento por.

Cuando el uno deje de ser tal, la multiplicidad no será necesaria para explicar eso otro, que en el afán terminamos transformando a la amorosa búsqueda de la verdad, en la alocada carrera en la que estamos insertos y en la que terminaremos, diluyéndonos, para evitar nuestra condición incierta e indeterminada.

El párrafo finalizó. Tal vez sea el fin también de un capítulo o de la narración. Puede que simplemente un descanso, como tantos más.

Tenemos eso sí, la posibilidad de que más luego, nos expliquemos más acabadamente, con signos numéricos o lingüísticos, o de los que fuesen para una humanidad más entendida o como la queramos llamar.

Necesitábamos dejar de respirar, o tener más cierta la posibilidad tal, para saber que el otro en cuanto a lo que me complementa, puede ser el peligro que me extermine, en la contradicción tajante, de qué sin su existencia, como reflejo o espejo, ya nada tiene sentido, siquiera el respirar sí no lo puedo escuchar hacer lo mismo lo que para uno, en su desafío múltiple, puede ser tan cotidiano y natural.

Punto.

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