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LENIN EN EL ECUADOR[1]

Para nosotros, es un verdadero deslumbramiento la llamarada de la Revolución de Octubre. Inmediatamente suscita interés, un deseo inmenso por conocer los hechos y las primeras realizaciones, tanto entre los trabajadores como en los círculos de los intelectuales progresistas. Su gran artífice, Vladimir Illich Lenin atrae magnéticamente las miradas. Todos quieren conocer sus obras, su vida de revolucionario tenaz y abnegado, la hazaña grandiosa de la revolución que dirige magistralmente.

Es como si las puertas de la esperanza se abrieran de par en par.

Ya en 1919, los estudiantes de la Universidad Central de Quito, piden a su rector, doctor Cueva, que se les explique el significado de la revolución socialista. La información que se quiere es difícil encontrarla en un principio. La prensa en manos de los capitalistas y terratenientes, tergiversa las noticias e inunda sus páginas con burdas calumnias contra la revolución, incluyendo las más ridículas e increíbles, como se puede comprobar revisando los periódicos burgueses y católicos de su tiempo. El clero cumple igual papel con las furibundas pastorales, donde así mismo, campea el engaño y la mentira. Por esto, que se busque con afán las fuentes verdaderas. Los pocos folletos y libros en español que se consiguen, procedentes de los partidos y organizaciones revolucionarios, llegan a constituir joyas auténticas. Y muchas veces los intelectuales, para inquirir la verdad –tal como prueba la bibliografía que consta en algunas obras– tienen que recurrir a publicaciones en idiomas extranjeros, el francés principalmente.

No obstante las dificultades enunciadas, en el mismo año de 1919, algunos intelectuales y trabajadores avanzados inician la tarea de la propagación de las ideas socialistas, tarea esta, que tiene la virtud de alarmar a la prensa reaccionaria. El Comercio de Quito, por ejemplo, se expresa de esta manera en relación a este hecho:

“Se ha dado comienzo en esta capital a una obra de propaganda, más que socialista abiertamente bolcheviquista, mediante la cual, y con fines políticos, que saltan a la vista del más miope, se trata de soliviantar a la clase trabajadora contra los que tienen fortuna, de hacerle concebir irrealiza­bles esperanzas como aquella de la distribución de la propiedad entre todos, cosa que no se ha realizado todavía ni en la misma Rusia”.[2]

También se alarman grandemente los capitalistas y terratenientes, tanto, que organizan apresuradamente una Liga Nacional Obrera Antisocialista, encargada –según se dice en el periódico antes mencionado– “de buscar medidas adecuadas para el apoyo recíproco entre los capitalistas y la clase obrera”.[3] Miembros de esta Liga son, entre muchos otros, Víctor Manuel Peñaherrera, Pablo Guarderas, Francisco Chiriboga y Julio Tobar Donoso. Este último, persistiendo en el empeño, publica más tarde, en 1926, la revista La Defensa, donde escribe una serie de artículos –que después son reuni­dos en el folleto titulado Cooperativas y mutualidades– propugnando el coopera­tivismo obrero católico, para impedir en este campo, “los peligros que encerraría la anticipación de los socialistas”.[4] Para ser convincente, cita el ejemplo de los católicos belgas, afirmando que gracias a esta iniciativa, han recuperado el terreno perdido.

La alarma, empero, tiene razón de ser, ya que en verdad las ideas socialis­tas son acogidas con mucha simpatía y siguen difundiéndose a pesar de las tergi­versaciones y calumnias de la oposición reaccionaria.

Con el proceso revolucionario de Rusia es cuando se expande el deseo de conocer más a fondo la doctrina socialista que anuncia el fin de la injusticia y de la explotación del hombre por el hombre. Y esta sed de conocimiento lleva a la búsqueda de los libros y trabajos de Lenin, el genial artífice de la revolución. César Endara, uno de los fundadores del Partido Socialista Ecuatoriano, afirma lo siguiente:

“En el año veinte ya conocíamos el genio de Lenin, bajo su influencia se desarrollaba la conciencia de clase; inclusive empezábamos a leer algunas de sus obras, entre ellas La revolución proletaria y el renegado Kautsky, El impuesto en especie, editadas en España por la Editorial “Nueva”.[5]

El sociólogo Belisario Quevedo es uno de los primeros en mostrar su adhe­sión a las nuevas ideas por medio de la prensa, razón por la que es combatido con acritud por sus contrarios. Su libro póstumo Sociología, política y moral –escrito antes de 1921 y publicado solamente en 1932–demuestra con claridad su pensamiento social. En él, si bien cree que el socialismo no es adecuado para el Ecuador en el momento, lo considera sin embargo como “una necesidad histórica que tiene su tiempo determinado para aparecer a pesar de cualquier cataplasma con que se pretenda evitar o retardar su advenimiento”.[6] Allí, también, pone a la opinión pública en alerta a las falsas informaciones de los periódicos y cables burgueses, “interesados en desfigurar y desacreditar la gran revolución actual, “quizá de mayores consecuencias que la del 89”.[7] Allí, además, polemiza con vigor contra aquellos que en esos tempranos tiempos inician la campaña anticomunista. Un ejemplo. Cuando Velasco Ibarra afirma en una revista que el socialismo mata el arte y el cultivo de la belleza, él contesta en esta forma: “No obstante, en­tre los ministerios de la Dictadura proletaria hay uno de educación; que a la cabeza del Departamento de Literatura extranjera se halla Gorki; que se está llevando a cabo una intensa renovación en la música; que se sostienen las acade­mias y los museos y que los muchachos de las escuelas y de las masas populares están, por primera vez, contemplando, guiados por maestros competentes, las gran­des obras de arte y oyendo conferencias y conciertos”.[8] Es decir, que frente al sofisma y a la afirmación sin base, se oponen los hechos, que no tienen réplica posible.

Otro tanto, y quizás con mayor extensión, sucede en la ciudad de Guayaquil. Allí aparecen algunos periódicos obreros, como los editados por el dirigente gremial Juan E. Naula, que difunden las ideas socialistas. El mismo periodista citado, en el año de 1921 publica un libro de Principios de Sociología Aplicada, que si bien adolece de errores explicables en la época, tiene el mérito de aplicar el marxismo en la interpretación del desarrollo de la humanidad, pues en general se rige por las ideas desarrolladas por Engels en El origen de la fa­milia, de la propiedad privada y del Estado. Y, sobre todo, tiene el mérito in­discutible de saludar la Revolución de Octubre y de defender con ardor a la na­ciente patria del proletariado. “Por fin –dice– sonó en Rusia el clarín de las huestes oprimidas que, en un hermoso gesto de rebelión y resolución, se lanzan a la conquista de la sublime Libertad Económica y Moral, derribando el trono, pisando la corona y abatiendo prejuicios y privilegios, que, por tantos siglos se habían cebado sobre el tormento y la humillación de las clases obreras”.[9] Y ensalza a Lenin como enemigo de toda tiranía y “adorador fervoroso de la verdadera Libertad”.[10]

Más adelante, puntualiza con más claridad su admiración por la Revolución Rusa, como la patria obrera libre de explotación del hombre por el hombre:

“La República de los Derechos del Hombre, proclamada por los marximalistas, tiene por base la equidad económica mediante la socialización de los medios de producción que son: el suelo, el subsuelo, las aguas, los inmuebles, las maquinarias y en general los útiles de trabajo… Por socialización de los medios de producción se entiende hacerlos del uso de la sociedad, todos esos elementos de vida, para servicio común de los pueblos y no sea propiedad particular de ningún individuo.”[11]

Y al mismo tiempo, acogiendo indudablemente las tesis de Lenin sobre la guerra imperialista, alerta sobre lo peligroso que es la pervivencia del imperio de capital para todos los pueblos del mundo:

“Ya hemos dicho que la última guerra mundial no fue otra cosa que una lucha de capitales. Por tanto la paz del mundo, ahora, no significa sino la explotación del mundo, por los capitales triunfantes… Para imponer esa explotación están mandando tropas aliadas contra el Soviet de Rusia, por la explotación se ahorca, se asesina y se martiriza en Norte América; por esa explotación, pretenden tener el palo levantado contra el movimiento reivindicatorio de los Derechos del Hombre en todo el Mundo.”[12]

El 15 de Noviembre de 1922, las fuerzas represivas de la oligarquía que do­minan el país, realizan una infame matanza de centenares de obreros, cuyos cuerpos masacrados, para esconder el crimen, son arrojados a la ría. Esta jornada de lucha heroica del proletariado ecuatoriano, tiene ya la inspiración de la Revo­lución de Octubre, donde se ve un ejemplo y se vislumbra el futuro. Desgracia­damente, no tiene aún la dirección de un partido obrero y predominan todavía las concepciones anarquistas, hecho que permite la intromisión de provocadores y agentes de la burguesía, que desvirtúan sus objetivos, y que, al final, le lle­van, a la derrota y al fracaso. Fracaso, bautizado con sangre.

Al estupor que le causa a la oligarquía, que esas masas de proletarios ecuatorianos traten de encontrar nuevos caminos para librarse de la explotación, se suma la airada diatriba del clero encabezada por altos prelados como el obispo de la provincia de Bolívar Carlos María de la Torre, más tarde jefe de la Iglesia católica ecuatoriana. Así se expresa el 28 de abril de 1923:

“Los tristes y deplorables acontecimientos ocurridos en Guayaquil el mes de noviembre del año pasado, despertaron en el ánimo de los ecuatorianos consternación y espanto, porque a la vista estaba, el temible Socialismo, preñado de amenazas, había puesto su planta en nuestro suelo (…) Todo lo nuevo atrae y fascina; y si bien el Socialismo, parto monstruoso del cerebro humano, lleva ya largos años de existencia, hasta hace poco, no había penetrado en nuestra Patria (…) Pero ahora no sólo amenaza apoderarse de las sencillas masas populares, a quienes engaña y seduce con los mirajes de la falsa dicha, más también pretende arrastrar, en su impetuosa y desoladora corriente, a aquellos que, por sus estudios y condición, debieran conocer mejor lo falso y desastroso de tal sistema.”[13]

Mas nada detiene el avance de las nuevas ideas, que siguen germinando cada vez más lozanas y vigorosas, como que si el suelo ecuatoriano se hubiera ferti­lizado con el sacrificio de las víctimas. Sus portadores, cada vez, son más nu­merosos.

El doctor Juan Honorato Peralta, otro pionero de las ideas socialistas, científico de valía, se adhiere lleno de entusiasmo y convicción a la gran Revo­lución de Octubre. Su nombre es casi desconocido entre nosotros, tanto que el es­critor Agustín Cueva Tamariz, le califica como un alto valor oculto. Peralta, discípulo de Ingenieros, es quizás el primero que en el Ecuador intenta dar a las ciencias una base materialista, principalmente en lo que se refiere a Psico­logía, Psiquiatría y Biología, aunque con las equivocaciones que el intento con­lleva. Espíritu inquieto, siempre en búsqueda de la verdad, sigue una larga trayectoria hasta descubrir el marxismo, que en su caso, no está limpio de re­zagos de la ciencia burguesa. Pero su valor, su gran valor, está en su papel de precursor y en su fidelidad a la clase obrera.

Su libro titulado La Propiedad –editado en Guayaquil en el año de 1924– es exponente de su pensamiento progresista. Muchas de las ideas allí constantes, como su posición antiimperialista al denunciar con energía la agresión de Estados Unidos a México durante el período de la revolución mexicana, merecen ser desta­cadas con mayor detalle. Mas aquí, nuestro objetivo es solamente mostrar su sim­patía y adhesión a la Unión Soviética.

“De este modo –dice– se ha iniciado la crisis del derecho de propiedad particular, individualista, a favor del dominio colectivo, como un medio necesario de dignificación moral, como una preparación para la vida en una forma de la sociedad futura, cuyos lineamientos empiezan a colum­brarse en los ensayos llevados a la práctica, con éxito brillante, por la Rusia sovietista.

La Rusia, como hemos visto antes, marcha a la vanguardia de ese gran movimiento de renovación moral y económica, de los pueblos oprimidos por las injusticias del régimen capitalista. La socialización de la economía pública, se ha decretado, en su fase inicial, para la gran industria, los latifundios, los medios de transporte y las instituciones bancarias.

La expropiación de los expropiadores, o sea la socialización de los medios productivos, ha venido, pues, a convertir la propiedad subjetiva e individualista, en una función social, en fuerza misma de las necesidades económicas, como una consecuencia inevitable del proceso histórico que atravesamos.”[14]

Más tarde, en 1927, escribe su Mensaje a los trabajadores en el X aniversario de la fundación del Soviet, que no es otra cosa, diríamos, que una reafirmación de fe en la revolución y en el provenir de la obra de Lenin.[15]

El jurista y escritor Antonio Quevedo –en esa época hombre progresista y simpatizante del socialismo– en su libro Ensayos sociológicos y políticos, en gran parte de su obra analiza con penetración y ensalza las grandes conquistas logradas gracias a la revolución. De Lenin dice lo siguiente: “Murió en Enero del presente año, después de haber dirigido la Revolución más grande que registran los siglos, en medio del amor y devoción religiosos ya legendarios, de la mayoría del proletariado ruso. Actualmente su nombre es el más popular del Globo”.[16]

Luis Felipe Chaves, que en la década del 30 llega a ocupar el elevado sitial de rector de la Universidad Central del Ecuador es otro de los intelectuales que con tesón impulsa la propagación de las ideas socialistas, ponderando la obra revolucionaria de Lenin en un opúsculo que escribe sobre el particular. Él también, como todos los pioneros revolucionarios, recorre un camino largo y lleno de obstáculos impuestos por el medio, hasta llegar a las fuentes del marxismo. Viene desde el liberalismo manchesteriano, donde después de buscar y escarbar con ahínco, no encuentra la justicia y la felicidad que ansía el hombre.

No es vano el esfuerzo por ellos desplegado para difundir la teoría revolucionaria y hacer conocer las conquistas logradas por el joven Estado Soviético. La influencia de las nuevas ideas se deja sentir en muchas partes. El mismo Partido Liberal, bajo la presión del sector izquierdizante y ante el temor de perder ascendiente en las masas populares, se ve obligado en el Congreso realizado en el año de 1923, a incluir en su Programa algunos postulados progresistas como la reforma agraria y una serie de medidas en favor de la clase obrera. Uno de los integrantes de ese Congreso, Pío Jaramillo Alvarado –La Asamblea Liberal.- sus aspectos políticos, Quito, 1924– dice refiriéndose al Programa aprobado, que allí, “el liberalismo que es evolución, el radicalismo que es acción violen­ta, ha encontrado en el socialismo el significado novísimo de la sociedad frente al Estado, y ha conseguido con esto las grandes definiciones del derecho contemporáneo, singularmente en lo que toca al derecho de propiedad, base de la ri­queza generadora de la vida”.[17] Algunos de los delegados a este Congreso, poco después, abrazaron las ideas socialistas.

También en la transformación política del 9 de Julio de 1925 se deja sentir el influjo de las ideas del socialismo. Algunos jóvenes oficiales, gestores del movimiento, tienen ideas socialistas, aunque no bien estructuradas, razón por la cual no pueden dar una certera dirección a su gestión política, pero que sin embargo contribuyen para que en el primer momento –durante la etapa democrática– se tomen algunas medidas avanzadas. El principal dirigente civil de la revolu­ción juliana, Luis Napoleón Dillon –escritor y economista distinguido– poco más tarde, cuando se reúne la primera Asamblea Socialista, hasta envía su adhesión al nuevo Partido.[18]

Todo lo expuesto demuestra que el ambiente es favorable y que existen las premisas necesarias para la organización de un Partido Socialista, que sea la vanguardia del pueblo y de la clase obrera ecuatoriana.

En efecto, de la labor propagandística y de difusión teórica, se pasa a la organización de los primeros grupos socialistas. Ya para el año 1924 funciona en Quito el grupo “La Antorcha”, que tiene como órgano doctrinario el periódico del mismo nombre. También funciona en esta misma ciudad el grupo denominado “So­ciedad Amigos de Lenin”, dirigido por el distinguido escritor mexicano Rafael Ramos Pedrueza, que pone a disposición de sus miembros su biblioteca, la que cuenta con numerosas obras marxistas difíciles de encontrar en el medio y que por lo mismo contribuyen mucho para la formación ideológica de sus componentes, quienes realizan una acción digna de encomio y que llegan a pedir la afiliación de su agrupación a la Tercera Internacional Comunista. El 13 de Julio se crea el “Núcleo Central Socialista de Quito” que tiene mucha actividad y que inclusive organiza asam­bleas públicas para propagar las nuevas ideas. Así mismo, en otras provincias y poblaciones del país, funcionan grupos que se van creando paulatinamente. En Cuenca existe el “Núcleo Socialista del Azuay”, en Riobamba se funda él “Partido Demócrata Social”, en Manabí tiene actividad el “Núcleo Revolucionario de Manabí” y en Tulcán actúa el grupo socialista denominado “La Reforma”. Las ciudades de Loja, Ambato, Ibarra y Otavalo, tienen también sus grupos socialistas. Y en Guayaquil, el 28 de marzo de 1926, se realiza la primera asamblea local socialis­ta.

Los grupos socialistas que acabamos de citar están conformados mayoritariamente por intelectuales, debiéndose exceptuar tan solo el de Guayaquil, que gra­cias al desarrollo económico de la ciudad, puede contar con una buena represen­tación obrera. Muchos de los intelectuales que integran los primeros núcleos socialistas están llamados a ocupar un elevado lugar en el campo de las letras y de la cul­tura nacional. Para que se vea que esto es así y que no exageramos, teniendo en cuenta que sus nombres son poco conocidos por las jóvenes generaciones de hoy, vamos a mencionar, aunque sea a al­gunos de ellos.

El grupo “Antorcha” está formado por 11 personas –ver El 15 de Noviembre de 1922 y la Fundación del Socialismo relatados por sus protagonistas,[19]– casi to­dos intelectuales, de los que, en aras de la brevedad, mencionaremos únicamente a los más distinguidos. Ellos son: Jorge Carrera Andrade, considerado, sin discusión, como una de las altas cimas de la poesía ecuatoriana, y no solamente ecuatoriana, sino latinoamericana, razón por la que consta en múltiples antologías; el prestigioso sociólogo Ángel Modesto Paredes, encargado de la difusión de AMAUTA, la gran revista de José Carlos Mariátegui, en nuestra patria; el poeta Hugo Alemán; Augusto Arias, intelectual múltiple: poeta, periodista, biógrafo, crítico literario y pedagogo; Delio Ortiz, a quien Benjamín Carrión considera “uno de los más vigorosos escritores políticos del Continente”;

El grupo “Lenin” está integrado así mismo por algunos intelectuales. Tres son ingenieros: Alberto Suárez Dávila, Pablo Charpantier y Timoleón Jácome. Hay un periodista: Luis Anda Rumazo. Pero la figura más sobresaliente es la del pro­fesor Fernando Chaves, conceptuado como el precursor de la gran novela indigenis­ta ecuatoriana, con su conocido libro Plata y bronce, publicado en 1927.

Y en los otros grupos de provincias, como ya se dijo, el panorama es pareci­do. Únicamente daremos dos ejemplos. En el socialismo de Guayaquil está el gran escritor José de la Cuadra, cuyos cuentos y novelas que son numerosas y muy co­nocidos, por su alta calidad literaria, no faltan nunca en las principales anto­logías de la lengua castellana. Y en el grupo socialista de Cuenca está Carlos Aguilar Vásquez –médico– cuyas Obras completas publicadas en la década del 70 se componen de seis gruesos volúmenes, dos de poesía y cuatro de prosa, donde podemos hallar una gran variedad de géneros: novela, cuento, teatro, periodismo y ensayos histórico–sociológicos, como Xima por ejemplo, que demuestra su humana preocupación por la causa del indio.

A base de todos estos grupos se forma el Partido Socialista Ecuatoriano. Del 16 al 25 de mayo de 1926 sesiona la primera Asamblea Nacional Socialista que aprueba tres documentos importantes para su marcha y posterior desenvolvimientos: Declaración de Principios del Partido Socialista Ecuatoriano, Programa de Acción del Partido Socialista Ecuatoriano y Estatutos del Partido Socialista Ecuatoria­no. En 1928, el Partido ingresa a la Tercera Internacional Comunista. Va­mos a mencionar a unos pocos delegados al primer Congreso del Partido: Emilio Uzcátegui, sin duda uno de los escritores ecuatorianos de mayor producción, sobre todo en lo que atañe a pedagogía y problemas educativos en general; Juan Pablo Muñoz, músico y escritor notable; Reinaldo Murgueytio, maestro sobre todas las cosas, pues consagra su existencia íntegra, a la educación de la juventud ecuatoriana; Miguel Ángel León, gran poeta; Gregorio Cordero y León, autor teatral de preferencia; Abraham Moscoso, un gran pintor, considerado justamente como precursor de la pintura de denuncia social.

Entre las tareas como Partido está armar ideológicamente a los cuadros revolucionarios, porque se comprende todo el valor de las palabras de Lenin, aquellas que indican que sin teoría revolucionaria no hay práctica revolucionaria. Y se encamina también a difundir y mostrar por todos los medios las hermosas conquistas alcanzadas en corto tiempo por la Unión Soviética. Es esta labor la que principalmente, por su mayor conocimiento teórico en ese entonces, realizan los intelectuales del Partido, ya sea organi­zando cursos dentro de su seno o dictando conferencias en las organizaciones populares. Para esta época se tienen ya mejores y más directas fuentes de in­formación.

Llegan varias publicaciones en castellano de la Editorial “Europa–América” de París que, entre muchos otros libros de gran valor educativo, edi­ta en dos tomos las Obras Escogidas de Lenin, donde se incluyen trabajos de la importancia del ¿Qué hacer?, Un paso adelante, dos pasos atrás y Dos tácticas de la socialdemocracia en la revolución democrática, por ejemplo. La misma Edi­torial hace conocer los Diez días que estremecieron al mundo de John Reed –emo­tiva epopeya de la revolución que se adentra en el alma– y los Recuerdos de Lenin de Krupskaia, su firme compañera, que pinta al gran dirigente puro y modesto como es, ardiendo siempre en la llama de su elevado ideal. La Editorial “Edeya” de Barcelona publica también varios libros de Lenin, tales como El Estado y la revolución, El imperialismo etapa superior del capitalismo, El extremismo enfermedad infantil del comunismo y La Comuna de París[20] pongamos por caso, al lado de obras de Marx y Engels y de algunos dirigentes y publicistas ru­sos de ese tiempo, como Stalin, Molotov, Bujarin, Losovski, Manuilski, etc. Igual papel cumplen las editoriales españolas “Cénit” y “Jason”, así como las publicaciones de los partidos comunistas de Argentina y Chile, que aunque no con la regularidad y proporción de las europeas, llegan al Ecuador. Sobre todo, entre las americanas, las de Argentina: los camaradas de ese país, a raíz misma de la Revolución de Octubre, se convierten en entusiastas difusores de la ideología marxista en nuestro continente.[21] En suma, se puede decir, que para los primeros años de la década del 30, buena parte de las principales obras de Lenin han sido traducidas al castellano y por lo mismo son conocidas aquí, si bien es cierto, en círculos reducidos.

De aquí, de las fuentes que dejamos citadas, adquieren sus conocimientos los militantes del Partido Socialista, varios de los cuales se esfuerzan por darle una justa orientación marxista–leninista y por aclarar los puntos sobre los cuales surgen enconadas divergencias, fruto del bajo nivel teórico unas veces, pero principalmente producto de la lucha ideológica que se desarrolla en su interior.

Reflejo de esto es la conferencia sobre La dictadura del proletariado dictada en 1928 por el escritor Enrique Terán, en ese entonces Secretario General del Consejo Central, que algunos elementos derechistas impugnan. Él, en esta conferencia –publicada luego en folleto con el mismo título– aborda una serie de problemas importantes, defendiendo los puntos de vista de Lenin, cuyas enseñanzas, dice, “han llenado la ciencia revolucionaria, dándola una potencialidad y un valor indiscutible y firme”. Señala que “su obra puede ser sintetizada por el estudio de la dictadura del proletariado, con todos los detalles de su aplicación y por el análisis del actual imperialismo capitalista, última etapa del desarrollo de la burguesía”. Se refiere a la necesidad de la asimilación de la teoría revolucionaria, citando la frase de Lenin, que dice que sin ella “la práctica se pierde en las tinieblas”. Y sobre el tema central, argumentando en favor de la forma de gobierno por la revolución, anota: “El Poder Soviético es la aplicación de la dictadura del proletariado y solo él podrá realizar su programa y sus principios de igualitarismo humano”.

[22]Las enseñanzas de Lenin –geniales por su verdad, claridad y precisión– son faro que guía desde un principio la actividad del Partido y de varios intelectuales. Por esto, las fechas de su nacimiento y muerte, nunca pasan desapercibidas para sus militantes, conforme se constata revisando sus publicaciones. La fecha de su natalicio es día en que se hace el recuento de su prodigiosa actividad revolucionaria y se pone de relieve el valor de sus lecciones. Y la fecha de su prematura desaparición, es día de dolor hondamente sentido, día en que brota de los corazones la promesa de fidelidad a su legado.

Y esta actitud de los intelectuales es muy generalizada. Inclusive aquellos que tienen divergencias con algunos principios del marxismo, no dejan de admi­rar a Lenin y rendir homenaje a la Revolución de Octubre. Tal es el caso del doctor Ángel Modesto Paredes, que pone en tela de duda la necesidad de la dic­tadura del proletariado en su libro Naturaleza del poder público y del sometimiento del hombre a las autoridades del país aparecido en 1929,[23] pero no obstante esto adopta la posición antes indicada y no deja de aprobar y elogiar las conquistas alcanzadas por la Unión Soviética. Y es el caso también del doctor Luis Gerardo Gallegos, que hasta llega a separarse del Partido por no estar de acuerdo con las resoluciones de La Internacional según confiesa en su trabajo Rusia Soviética y la Revolución Mundial, publicado como suplemento de la revista Rieles en 1931. Allí, al lado de sus desacuerdos, traza una semblanza encomiástica de Lenin y no deja de poner de relieve los éxitos alcan­zados por la revolución, tanto en los aspectos económicos como culturales. Es­tas palabras, con las que finaliza el trabajo mencionado, reflejan sin duda el fondo de su pensamiento: “El proletariado resolvió tomar el Poder, y en Octubre la vanguardia bolchevique arrastró tras sí a las grandes masas de trabajadores y las condujo a la toma del Kremlin enarbolando la Bandera Roja que hoy flamea allí como una lengua da fuego. Rusia es la Patria del Proletariado mundial y el leninismo la antorcha que alumbra la conciencia de los explotados”.[24]

José de la Cuadra le dedica uno de sus mejores cuentos: El santo nuevo. Allí, mezclada con las ingenuas creencias campesinas, un viejo montubio, oyendo hablar de las conquistas de los trabajadores rusos, transforma en santo a Vladimir Lenin y lo vela junto con las imágenes religiosas que adornan su humilde vivienda. “Sin confesárselo del todo –se dice en el relato– ño Franco suponía que Lenin podía salvarlo, por vía del milagro, de los abusos del patrón cuando se llegara el caso”.[25]

Sin duda que hay ficción, pero salida de una realidad. Ángel Felicísimo Rojas, otro gran literato, afirma sin recurrir a la fantasía, que el marxismo salta “a un pequeño foco campesino: en Milagro, a pocos kilómetros del puerto”. Dice que la “divisa es, también, aquí: El soviet de los soldados, obreros y campesinos”.[26]

Siendo así de notable la influencia de la revolución de Octubre y el prestigio alcanzado por Lenin, es comprensible que cuando muere ‒21 de enero de 1924‒ el duelo y la aflicción sea denominador común de todos sus partidarios y admiradores. Todos los grupos socialistas que en ese entonces existen y varias organizaciones de trabajadores celebran sesiones para expresar su pena y recordar los méritos del gran líder comunista desaparecido. Crespones negros cubren los corazones doloridos.

Y esta vez, dado el grandor del acontecimiento, los periódicos burgueses dan la noticia con frases respetuosas e insertan artículos elogiosos en honor de Lenin. Unos pocos ejemplos:

El diario El Universo de Guayaquil –24 de enero de 1924‒ dice: “Su cerebro fue esplendente sol, cuyos rayos de luz despertaron las conciencias entumecidas por el despotismo.[27]

El Telégrafo de Guayaquil –23 de enero de 1924‒ expresa lo que sigue:

“Profundamente doloroso será para los obreros y trabajadores del mundo, para todos los desheredados de la fortuna y todos los que alientan en sus corazones los ideales de amor y fraternidad humanas, la desaparición eterna del apóstol, del forjador de un universo nuevo, del que con su mente concibió la sociedad del futuro y con sus poderosas energías inició y emprendió la obra magna de su constitución”.[28]

La Prensa de la misma ciudad de Guayaquil –23 de enero de 1924‒ manifiesta:

“Inmenso apóstol de la transformación social, a cuyas doctrinas renovadoras del pensamiento universal, cayeron los viejos moldes de la civilización y la corona de los zares triturada bajo el golpe de un martillo de libertad, que los siglos de despotismo autocrático pusieron en manos del Pueblo de todas las Rusias”.[29]

Y el periódico El Día de Quito –25 de enero de 1924‒ agrega:

“Lenine, Lenine, el hombre de la Revolución rusa, su jefe, su apóstol, su conciencia, su brazo, su verbo, después de haber consumado la transformación más formidable que ha visto los siglos y de haber hecho tabla rasa de todo el derecho consagrado y de las instituciones milenarias, acaba de morir, materialmente, según nos comunica el cable”.[30]

Desde luego, frases como las transcritas, sólo podían ser escritas por personas de mente lúcida y simpatizantes de la obra de Lenin que, por lo que se ve, tienen acogida en esa época en las páginas de los periódicos de la burguesía.

También en otras publicaciones, y en otras ciudades ecuatorianas, se da la infausta noticia del fallecimiento de Lenin y se elogia su obra y personalidad.

Después de la muerte de Lenin su nombre se convierte en símbolo revolucionario de todos los militantes socialistas, razón por la que pasa a ser la denominación preferida de muchos de sus organismos y publicaciones.

Su muerte es recordada todos los años sin ninguna falta. Ya no solamente entre los miembros del Partido, sino en asambleas democráticas más amplias. Y los intelectuales, en esta ocasión, no dejan de expresar su pesar por acontecimiento tan infausto. El poeta Jorge Carrera Andrade interpreta así, en el año 1928, la pena hon­da del proletariado ecuatoriano:

Trabajadores

que rizáis los cabellos duros de la madera;

camaradas humildes; herreros; labradores

que leéis como un libro la nube pasajera

y sabéis el agrícola idioma de los vientos;

hombres que dais, a diario, vuestro amor hecho pan;

cargadores de fardos en los muelles hambrientos;

obrero niño, que eres de este siglo guardián;

viejos que camináis a la muerte de hinojos;

campesinos; soldados; hermanos del taller;

una perla de llanto hay en todos los ojos

porque se ha ido el Padre, para nunca volver!

Lenin! Lenin ha muerto. El ánfora de barro ya vacía,

se ha roto dando un gran resplandor!

Ha muerto el que cambiaba en diamante el guijarro,

la flecha en golondrina, por obra del amor.

Ha muerto el que bendijo el arado y la fragua;

el que a todos los seres tendió su mano amiga,

el que dijo a los pobres: De todos es el agua,

de todos es la Tierra, de todos es la Espiga.

El condujo la nave del siglo con sus manos

y lo salvó, en su hora, del naufragio profundo.

El forró los colmillos de los lobos humanos

y levantó el Arco Iris da la Paz sobre el mundo.

Illictch! Lenin! Profeta! Tuya, fue la semilla,

el esfuerzo paciente y la agraria labor.

Tu hoz de sangre segó la zizaña amarilla,

Señor de los humildes ¡Tú eres el Sembrador!

Tú llenaste de luz el interior del fruto

y encendiste la antorcha con leña del pasado.

Hiciste tu camino sobre el mar, a pie enjuto,

y las Montañas de Oro, a tu voz se han volcado.

Calvas de los esclavos rozad, rozad la tierra.

Barbas de los ancianos, temblad, temblad de amor.

Su canción cuotidiana interrumpe la sierra

y en la granja descubre su frente el labrador.

Un estremecimiento pase en la tarde quieta,

la fragua resoplante detenga su labor,

se arrodille el caballo que hala de la carreta

y, en el umbral del campo, llore el perro pastor.

Sobre la mesa puesta baje una luz divina

y tenga un sabor nuevo el cuotidiano pan .....

Lenin un día puso sus manos en la harina

y, envueltas en la miga, sus palabras están.[31]

Joaquín Gallegos Lara, el gran escritor comunista, al conmemorarse los diez años de la muerte de Lenin, dice en prosa admirativa y glorificadora:

“Lenin es el luchador proletario máximo, el héroe marxista. Su grandeza no es la grandeza vacía de los representantes de las clases reaccionarias del individualismo explotador. Lenin es el heroísmo de las masas populares hecho hombre. Lenin es la inteligencia de las masas populares hecho hombre (...) Lenin es la sustancia de todas las masas populares hecha hombre. Está, co­mo buen compañero, en medio de nosotros; está en medio de nuestra vida; y es lo mejor de la clase, la punta de la vanguardia, el conductor, el que ve más lejos y más claro, el que comprende más, el que sabe más, el que puede más y vence más.”[32]

Ningún aniversario de la muerte de Lenin pasa desapercibido por los revolucionarios ecuatorianos. Al lado de la perla del llanto de que nos habla el poeta, está también el puño cerrado, siempre dispuesto, para el combate contra la explotación y la miseria.

Hoy, aprovechando la caída de la Unión Soviética, la reacción ecuatoriana y sus lacayos –esos tontos neoliberales que pregonan “el fin de la historia”‒ quieren borrar el nombre de Lenin del recuerdo humano. Deseo, a la vez que imposible, muy significativo, porque implica el temor, el miedo contenido, de que sus ideales de justicia vuelvan a florecer, de que ese fantasma de que hablaba Marx vuelva a recorrer la Tierra, ese fantasma enemigo de la injusticia, que tanto les aterroriza.

¡No, la memoria de los grandes hombres y las grandes ideas, no mueren nunca!

[1] Tomado de Oswaldo Albornoz Peralta, La influencia del marxismo y de la Revolución de Octubre en los intelectuales del Ecuador, 2018, pp. 15-43; y de Duelo por la muerte de Lenin, en Páginas de la historia ecuatoriana, t. II, 2007, pp. 159-165.

[2] El Comercio, Quito, 1919.

[3] Idem.

[4] Julio Tobar Donoso, Cooperativas y mutualidades, La Prensa Católica, Quito, 1942, p. 14.

[5] El Pueblo N° 705, Guayaquil, 25 de enero de 1970.

[6] Belisario Quevedo, Sociología, Política y Moral, Editorial Bolívar, Quito, 1932, p. 120.

[7] Idem, p. 81.

[8] Idem, p. 83.

[9] Juan E. Naula, Principios de Sociología Aplicada, Tipografía y Papelería de Julio T. Foyain, Guayaquil, 1921, p. 227.

[10] Idem, p. 228.

[11] Idem, pp. 228-229.

[12] Idem, p. 239. Las cursivas son del autor.

[13] Carlos María de la Torre, Escritos Pastorales, Quinta Carta Pastoral. Acerca del Socialismo, Editorial Ecuatoriana, Quito, 1933, pp. 101-102.

[14] Juan Honorato Peralta, La Propiedad, Librería e Imprenta La Reforma, Guayaquil, 1924, pp. 155, 162 y 167.

[15] Juan Honorato Peralta, El Pasado el Presente y el Porvenir. Un Mensaje a los trabajadores, Imprenta el Progreso, s.l., 1927.

[16] Antonio Quevedo, Ensayos Sociológicos y Políticos, t. I, Tip. Editorial Chimborazo de V. Arturo Cabrera M., Quito, 1924, pp. 244-245.

[17] Pío Jaramillo Alvarado, La Asamblea Liberal. Sus aspectos políticos, s. e., Quito, 1924, p. 112.

[18] “Sesión nocturna del 17 (de mayo de 1926): Se leyó una comunicación del camarada Luis N. Dillon que se adhiere decididamente a la Asamblea del Partido Socialista, “su viejo ideal”, proclamando la ruina de los partidos tradicionales”, en Labores de la Asamblea Nacional Socialista y Manifiesto del Consejo Central del Partido, Imprenta El Tiempo, Guayaquil, 1926, p. 35.

[19] Leonardo Muñoz enumera a los miembros del Grupo Antorcha: “Éramos los hermanos Paredes (Ricardo y Ángel Modesto), los hermanos Carrera (Jorge, César), Ernesto Mogollón, Gonzalo Pozo, Hugo Alemán Fierro, Julio H. Peñaherrera, Delio Ortiz, Augusto Arias y Leonardo Muñoz… Tienen que estar once”. El 15 de Noviembre de 1922 y la Fundación del Socialismo relatados por sus protagonistas, Segunda Parte, Corporación Editora Nacional - INFOC, Quito, 1982, p. 90.

[20] Los títulos citados son los que tienen los libros publicados por los editores que se nombran y que los tomamos de los originales que constan en los catálogos de la época.

[21] V. Goncharov, El Camarada Vitorio. Semblanza de V. Codovilla, Ed. Progreso, Moscú, 1980, p. 36.

[22] Enrique Terán (Iskra), La dictadura del proletariado, Imprenta del Consejo Central del Partido Socialista Ecuatoriano. Sección de la Tercera Internacional Comunista, Quito, 1929, pp. 21, 32.

[23] “El sistema de los Consejos ensayado por la revolución rusa de 1905 y desenvuelto ampliamente por la del 17, se dirige a cumplir este afán de la democracia nueva, tan ponderado desde los tiempos de la Comune”. Por su factura constitutiva y por el fin perseguido, por la manera de seleccionar sus contingentes y disponer la vigilancia de los gobernantes; no puede dudarse que supera y modifica cualquier ensayo antecedente”. Ángel Modesto Paredes, Naturaleza del poder público y del sometimiento del hombre a las autoridades del país, Imprenta de la Universidad Central, Quito, 1929, p. 406.

[24] Luis Gerardo Gallegos, “Rusia Soviética y la Revolución Mundial”, Suplemento N° 3 de la revista Rieles, Quito, Imprenta de la Universidad Central, 1931, p. 165.

[25] José de la Cuadra, Guasinton, Talleres Gráficos de Educación, Quito, 1938, p. 91.

[26] Angel F. Rojas, La novela ecuatoriana, Fondo de Cultura Económica, México, 1948, p. 91.

[27] Véase semanario El Pueblo N° 706, Guayaquil, 28 de enero de 1970.

[28] Idem.

[29] Idem.

[30] Idem.

[31] Jorge Carrera Andrade, “Lenin ha muerto”, en La Vanguardia, Órgano del Consejo Central del Partido Socialista, Año I, Nos. 5-6, Quito, 1928, pp. 18-19. Reproducido también en Hugo Alemán, Presencia del pasado, Casa de la Cultura Ecuatoriana, Quito 1953, pp. 107-108.

[32] Joaquín Gallegos Lara, Bandera Roja. Órgano del CC del Partido Comunista del Ecuador, Guayaquil, 22 de enero de 1934. En Páginas olvidadas de Joaquín Gallegos Lara, recopilación de Alejandro Guerra Cáceres, Editorial de la Universidad de Guayaquil, 1987, p. 238.

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