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LA GUERRA CAMPESINA DE FERNANDO DAQUILEMA


LA ALIANZA OBRERO CAMPESINA

Reseña histórica de la lucha campesina y obrera en el Ecuador.

(Tomado de “Nuestra Política en el Movimiento Obrero. MIR. Enero 1985, Segunda Edición)

INDICE Introducción

Capitulo i. América un volcán insurrecto

Capitulo ii. La guerra de Túpac Amaru

Capitulo iii. Las instituciones coloniales de servidumbre y esclavitud

Capitulo iv. Las guerras campesinas en el ecuador

Capitulo v. Nuestros precursores

Capítulo vi. La guerra campesina de Fernando Daquilema

Capítulo vi. La revolución liberal y la lucha social

Capitulo vii. La clase trabajadora y el proletariado Capitulo ix. La ofensiva de los agroindustriales Capitulo x. La reforma anticomunista

Parte 4.-

CAPITULO VI. LA GUERRA CAMPESINA DE FERNANDO DAQUILEMA

En 1795, de las entrañas de nuestro pueblo surge un lema de convicción y compromiso con la sagrada causa de la libertad y la soberanía de la patria, éste no podía ser otro que: "Juntos a Morir o a Vivir". Lema que no podía surgir sino, de la comprensión de que la unidad de los explotados, esclavos y oprimidos era y será la base para el triunfo de la lucha social de los explotados.

Los héroes de la independencia, son -según los historiadores burgueses- únicamente condes y marqueses. Pero los siniestros personajes que comandaron la represión contra el pueblo indio, derrotado después de su guerra de 1803, son hasta nuestros días sus descendientes, los que han combatido ferozmente al pueblo. Son ellos los que crearon la división regionalista, son ellos los que han levantado su doctrina racista, el odio y desprecio para todo lo indio y cholo. Son éstos los que dividieron a nuestro pueblo y crearon un mundo de indios en el Ande, uno de cholos en la Costa y uno de salvajes en el Oriente. La comuna campesina, siempre objeto de codicia, fue cercenada, cada vez que el poder de las clases capitalista urbana o rural lo requería. Los indios y cholos fueron violentamente despojados de sus tierras comunales.

La lucha del pueblo fue primero contra el clero, más tarde contra el poder de condes y marqueses, después contra el militarismo despótico, y en la república contra los gobiernos representantes de los intereses de los sectores burgueses llamados liberales o conservadores.

Las guerras de la independencia, no alteraron en nada la situación de esclavitud y miseria del indio, el negro, y el montubio. Por eso el levantamiento de Daquilema, resume el clamor de los explotados y oprimidos, por democracia, libertad, justicia e igualdad.

Más de treinta años guerras entre conservadores y liberales, tenía al país convulsionado, hasta que llega al poder García Moreno tratando de poner orden, unificar el país, e iniciar el desarrollo de la obra pública, haciendo recaer sobre los hombros de los indios el peso de su proyecto; este es el escenario de la guerra campesina de Fernando Daquilema.

La historia oficial, apenas reseña este acontecimiento. Ello resulta lógico, por el odio y temor que despertó entre liberales y conservadores, terratenientes de la Costa y de la Sierra, industriales y comerciantes, aquel latigazo que les diera en su rostro el pueblo indio insurrecto, que proclamo a Daquilema "Rey, continuador de la nobleza y estirpe de nuestros mayores, restaurador moral y cultural de la nación. A la cual la dominación colonial y capitalista había

conducido hasta el borde de la disolución, y a la miseria y esclavitud más espantosa de sus

naturales.” 1

Es Daquilema nuestro jefe "decembrista", para quien restaurar una república monárquica no era regresar al pasado, negarse al presente e ignorar el progreso y el porvenir. Veintiséis años tenía Daquilema, cuando se le impone el deber de conducir al pueblo indio en la nueva jornada de lucha, de ahí en adelante su vida es ejemplo. Nos legó: que, ante el deber y la causa del pueblo, nadie puede negarse, que hacerlo es traición.

La sabiduría de su raza se plasma cuando establece un programa político que se resume en los objetivos de libertad, tierra, derechos y justicia. Como primera decisión, forma un comando político-militar para enfrentar la tarea. Nombra como general de su ejército a José Morocho y concibe así que el ejército popular debe estar centralizado bajo los criterios de "unidad y mando único".

Su orden de terminar con los blancos se ubica en la exacta dirección de atacar a los detentadores del poder; por ello fija, que la insurrección general permitirá realizar el programa político. Desde el punto de vista militar considera necesario: crear una vasta zona liberada, para desde ella dirigir los ataques contra los centros políticos de la clase dominante; la guerra de movimientos como la forma de acción que permitiría al ejército popular ganar experiencia y acumular fuerzas; concibe la toma de poblados con criterio de propaganda política; crea la caballería india, como para equiparar fuerzas con el enemigo, que disponía de armamento moderno.

Sobresalen en la gesta heroica su general y sus capitanes: José Morocho, Bruno Valdés, Nicolás Aguagallo, Miguel Pilamunga, Juan Majé, Lucas Pandi, Antonio Guancho, Pacífico Daquilema, Francisco Gusñay, Julián Manzano, Isidro Cuñas, Manuel Salambay, Isidro Basuy, Mariano Pinda, el gran capitán Baua y las inolvidables capitanas Manuela León (héroe de la toma de Punín) y Cecilia Busay. Todos jefes, caciques de comunidades indígenas.

No era, como puede verse, un movimiento aislado, situado únicamente en Cacha, Yaruquíes, Sicalpa, Punín y Cajabamba, sino que era un movimiento de alcance nacional. Su derrota, no puede ser buscada en hipotéticas teorías sobre la inferioridad racial del indio, en sus creencias religiosas, etc., sino en las bases materiales de las que partió la empresa. Las guerras campesinas y populares han sido derrotadas, porque no contaron con criterios estratégicos definidos, que combinen la cuestión externa con la interna. Es decir, fracasó porque no existió una política de Alianzas con otros sectores sociales explotados y oprimidos.

La gesta de Daquilema no tuvo retaguardia de guerra, que en este caso debían ser las ciudades, no tuvo tiempo para consolidar una zona de operaciones, menos podía ser una zona liberada. El armamento y la organización de su ejército fueron insuficientes para enfrentar a una clase que marchaba con un armamento correspondiente al grado de desarrollo de la sociedad.

La transformación de la guerra campesina y popular en guerra de liberación nacional, no es un hecho arbitrario. Por el contrario, son el resultado del desarrollo del movimiento proletario internacional. A tal objetivo contribuyó el triunfo de la revolución del pueblo ruso, y el desarrollo del internacionalismo proletario.

Así como ayer, los condes y marqueses se mancharon las manos de la sangre rebelde de nuestro pueblo; ahora, liberales y conservadores se mancharon con la sangre india que clamaba derechos, libertad, democracia y justicia. Las guerras campesinas constituyen el acontecimiento que han tratado de borrar de las páginas de la historia. Nadie puede borrar de la historia la responsabilidad, el baño de sangre, y la orgía burguesa para castigar a los "decembristas" y sobre todo al osado Fernando Daquilema

Tan pronto se supo en el campo que había comenzado la guerra contra los patrones, los indios de las comunas toman partido por el ejército rojo, para inscribirse en las luchas que le permitan buscar su libertad y sus derechos. Cuando el ejército liberal -ejército popular- inicia las batallas decisivas contra los conservadores y el clero, en el campo serrano se escucha: "nuestra libertad la trae Alfaro, vamos a encontrarla o todos los runas debemos morir".

Julián Quito escapó de las manos de los condes y próceres de la independencia. Lo mismo ocurrió con el general José Morocho que escapó de los terratenientes liberales y conservadores y se unió al ejército del liberalismo doctrinario de Eloy Alfaro. En este ejército está también Alejo Saenz, jefe del levantamiento de 1994 en Licto, que, junto con Huamán, son los tres generales indios reconocidos por Alfaro y su gobierno, regresando a sus comunidades a continuar organizando a su pueblo, para continuar su lucha, contra los nuevos terratenientes surgidos de la revolución liberal.

Interminables levantamientos, sublevaciones e insurrecciones unen la larga cadena de la guerra revolucionaria. Desde la resistencia nacional, la lucha anti-colonialista, el enfrentamiento contra los opresores de los indios y negros, hasta la lucha por la emancipación del trabajo de toda forma de opresión y explotación por los capitalistas.

Luego de la resistencia nacional de Rumiñahui, los levantamientos se hicieron intermitentes, 1537, 1550, 1557, 1568..., son continuación de la resistencia nacional. Desde 1600 hasta 1803, la lucha continúa como guerra anti-colonialista de los indio negros cholos y mestizos explotados; y desde 1824, pasando por 1871 hasta nuestros días se transforma en larga lucha democrática y agrarista de los indios, cholos, negros, montubios y de las nacionalidades orientales que hoy reivindican en la defensa de su tierra, ante la presencia de los monopolios imperialistas, es pues el comienzo de la lucha anti-imperialista.

Con la consolidación de la producción capitalista, el mercado, la producción mercantil y el salario, definen la vida y la cultura nacional. La ciudad se impone al campo, ya no pueden las formas gremiales o comunales incidir sobre la ciudad, como en el pasado; ahora todas las instituciones urbanas, decide la vida del campo. Por eso a partir de 1895, la historia de la organización popular y de sus luchas, pasa a tomar el lugar que antes lo ocupaban las luchas campesinas; ahora estas se encuentran unidas a la suerte de los proletarios urbanos y a la lucha de las ciudades.

La lucha popular urbana viene de lejos, del largo y profundo camino de heroísmo y abnegación por la libertad, la igualdad, la democracia y la justicia. Pero hoy son banderas populares, proletarias, campesinas que proclaman de "tierra, alimentación, vestido, salarios, educación,

vivienda, democracia, libertad y derechos, progreso y soberanía nacional”.

Así como, a la clase obrera, al proletariado no se le puede estudiar sin comprender la evolución de la organización de los oficios, y por tanto del origen y formación de los trabajadores, la historia nacional no puede ser entendida si se omiten las guerras campesinas y las insurrecciones populares.

En la historia de las luchas populares, las mujeres han jugado un papel de primer orden, no en las conspiraciones palaciegas ni en la vida novelesca de un caudillo, sino en la dura lucha por la defensa de su vida y de los derechos de su raza. Así, en Baños a fines del siglo 18, la presencia del cholerío con sus mujeres da testimonio de la acción que encarna la mujer trabajadora2.

Son indias las que reivindican la rebeldía, el coraje y la igualdad de la mujer en las gestas gloriosas de la lucha por la libertad, la igualdad, la democracia y la justicia. Los documentos de 1803, ponen ya una larga lista de capitanas y jefas insurrectas. Son ellas las descuartizadas, flageladas, asesinadas. Son ellas las que dieron calor a la lucha en el páramo,

para hacer de las guerras campesinas verdaderos combates anti-clericales, anti-esclavistas y anti-colonialistas. Son ellas las capitanas de la guerra del pueblo indio contra la explotación y dominación capitalista (2).

Así nacieron las precursoras proletarias, convocando, caminando, corriendo por pajonales y páramos, sufriendo la misma suerte de sus jefes revolucionarios, de su raza, de nuestro pueblo. De ellas viene la fuerza histórica de las indias y cholas, de las que habla nuestro poeta nacional César Dávila en su "Boletín y Elegía de las Mitas". De ellas viene la grandeza de obreras y campesinas, en los levantamientos populares a lo largo de la vida republicana, de ellas viene el legado que hoy levantan los combatientes revolucionarios y proletarios.3

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