ESTADO DE CORRUPTOS
La crisis humanitaria, agudizada por la pandemia del COVID-19, continúa en el país. Mientras el gobierno factura el costo de la crisis al pueblo ecuatoriano, las élites son beneficiadas por las políticas públicas adoptadas y por los negocios ilícitos que continúan.
La corrupción no es un hecho actual o aislado, tampoco es fenómeno exclusivo del Ecuador o de los países pobres, sino es un producto generalizado del sistema social, es una derivación del ejercicio del poder de una minoría que gobierna el planeta.
La sumatoria del dinero sucio cada año, si se consideran delitos como el enriquecimiento ilícito, la evasión de impuestos y otros actos de corrupción sumarían un perjuicio de 2,6 billones de dólares, para los estados, de acuerdo a estimaciones hechas por la Organización de Naciones Unidas.
Aunque no se tienen tasaciones del peso de la corrupción en el país, nadie duda de que es un mal endémico vinculado a la historia nacional. Cada gobierno estuvo involucrado en más de una polémica, pero la mayoría de ellas no fueron procesadas y alimentan la arbitrariedad.
Hay fortunas que se erigieron con los contratos estatales, las coimas, los sobreprecios, los diezmos y el chantaje. No son pocos los casos en el Ecuador. Basta mirar a la familia Bucaram que lucró de la alcaldía de Guayaquil y de la presidencia de la República, para juzgar que sus riquezas mal habidas continúan acaudalándose gracias al reparto de la administración pública en el que ubican a parientes y socios.
La misma lógica funciona con socialcristianos y socialdemócratas, correístas, populistas y morenistas, liberales y conservadores. Es que esas élites, un puñado de familias llamadas de estirpe y con casta de abolengo, han gobernado cíclicamente generación tras otra, pues el Estado les pertenece.
El pueblo está hastiado de la impunidad, de jueces asalariados del poder, de fiscales timoratos, de asambleístas y alcaldes tramitadores, de testaferros y familiares contratistas, de delincuentes que se disfrazan de políticos, de políticos empleados de banqueros y empresarios, de caudillos que se exilian en otros países y se hacen llamar víctimas.
Pero nada es eterno, temprano llegará el momento en que se haga justicia. Encarcelar a los corruptos y recuperar lo robado no debe ser una promesa, ni una amenaza, sino una acción urgente.
Francisco Escandón Guevara
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