LA PERSONA MENOS PODEROSA DEL MUNDO
Lezmond Mitchell, indígena diné, 9 años en el corredor de la muerte
A diario, se nos obliga a escuchar que Fulanito o Menganito son los hombres más ricos del mundo. Esta campaña permanente va acompañada por panegíricos poco subrepticios a esos magnates. Semejantes loas inducen a que el sentido común de la plebe extraiga un corolario: si son los más ricos, también son los más poderosos. Naturalmente, ese supuesto sentido común conlleva una duda apenas disimulada: si los mega- ricos son mega-poderosos, entonces, ¿qué son los Presidentes de los países opulentos? Ya sabíamos que Trump o la Elisabeth de Reino Unido eran millonarios antes de ser presidente o reina pero, si comparamos sus fortunas con las que nos dicen que poseen los mega-millonarios, hallamos que no hay color: Trump es un pedigüeño comparado con ellos aunque de la reina no podríamos hablar porque nadie sabe el volumen de su tesoro privado. Conclusión: el Dinero y el Poder son un matrimonio que habita en distintos domicilios. No están divorciados ni siquiera peleados sino, simplemente, separados.
Un talante positivista trataría de resolver esa ‘separación’ recurriendo a la cuantificación. En el caso del dinero, para evaluar su volumen sólo habría minúsculos escollos contables y/o de mercado de futuros. Además, estos problemillas podrían pasar a problemones si no fuera porque, a esos niveles cupulares, poco importa que los mega-ricos tengan dinero o crédito, activos o pasivos, propiedades propias o ajenas. Sin embargo, ese mismo talante tendría enormes dificultades para evaluar el volumen de poder del Poder. Porque, lo que antes era objetivo –con reparos-, ahora es subjetivo –es decir, con muchos más reparos. Y esto sería un impedimento de menor cuantía comparado con la multiplicidad del Poder. Porque ahora, lo que antes era unívoco, se nos ha vuelto heterogéneo y múltiple hasta el punto de que mejor hablaríamos de Poderes, en plural.
Dicho lo cual y dejado en abreviatura lo que exigiría un Tratado completo, si se nos perdona el atajo, tendríamos que completar el cuadro de la homeostasis del Sistema yéndonos al otro extremo: el de los menos poderosos. El equilibrio interno de nuestro análisis lo exige y por ello lo acometemos sin olvidar que los atolladeros desgranados en los primeros párrafos se reflejan en los espejos curvos de los párrafos siguientes.
La persona menos poderosa del mundo no es necesariamente la que tiene menos patrimonio contante y sonante puesto que el dinero es una condición necesaria pero no suficiente para designarla. En cuanto a definirla como con microscópico o nulo poder, nos resulta una tarea más sencilla pero sólo por la simplicísima razón de que así lo buscamos en la definición. Naturalmente, se nos puede reprochar que estamos cayendo en el error lógico de que lo definido entre en la definición y quien así nos advierta domina el sentido. Pero, segundo atajo, la brevedad de este post nos excusa de dar mayores explicaciones. Aunque todavía nos queda un tercer atajo y éste ya es definitivo: subsumir a esa persona en el pueblo en el que vive. Si ese pueblo es el menos poderoso a escala global, ese individuo ya tiene ganado medio galardón.
Sigamos con nuestras definiciones –algunos pensarán que arbitrarias-. Los pueblos indígenas son, por definición, los pueblos menos poderosos de la Tierra. Dicho de otra forma, son los más preteridos, perseguidos, marginados, aherrojados, desheredados y un larguísimo etcétera que les ahorramos. Se nos puede argumentar que los presos, los soldados en guerra extraña, los nómadas, los refugiados, los exiliados y etcétera son aún menos poderosos que los indígenas. Pues sí, admitimos la admonición pero… estamos hablando de pueblos cuya tradición es la guerra que les hacen a todos ellos desde todos los ángulos. Una guerra total estatal que es más profunda y más letal que la guerra que los gobiernos perpetran contra la ristra de grupos sociales antes enumerada. Y ello por varias razones: a) los indígenas como individuos están incluidos en todas aquellas miserables categorías; siempre hay indígenas que están presos o que fungen de soldados bajo el tormento de unos oficiales que les consideran menos que carne de cañón, etc. b) los colectivos perseguidos no forman pueblos aunque su cohesión se aproxima a la de pueblos identificables. Van camino de serlo y son numerosos los ejemplos (cimarrones, judíos, gitanos) de que, con el paso de los años, así llegaron a conformarse. Pero todavía no eran etnias aunque ahora lo sean en algunos casos.
Por tanto, el primer requisito para encontrar a la persona menos poderosa del mundo es que sea indígena. Pero, como en el mundo sobreviven 300 o 400 millones de indígenas, la tarea puede ser como encontrar una aguja en un pajar. De hecho, los estudios sobre el actual covid-19 nos demuestran que las minorías en general y los indígenas en particular son infectados por ese virus en una proporción ostentosamente mayor que el resto de sus conciudadanos –por ejemplo, a finales de abril 2020, en la hiper-inclusiva Noruega, los somalíes caían enfermos 10 veces más que los noruegos blancos.
[Para un antecedente sobre muertes indígenas por covid-19, dentro de este blog ver post “Joven Yanomami muere, ¿por coronavirus?”, 10 abril 2020]
Por fortuna, el primer requisito se reduce mucho si introducimos un criterio dialéctico: ha de ser un indígena que subsista dentro de un Poder enorme. Esta cláusula excluye a aquellos indígenas que vivan en países cuyo poder nominal esté en manos aborígenes –por ejemplo, Papúa Nueva Guinea, Islas Salomón-. Y por mor del mayor reduccionismo, consideraremos sólo los nativos de las dos potencias mundiales: China y los EEUU.
China alberga a 55 pueblos indígenas reconocidos amén de una docena de pueblos no reconocidos como ‘étnicos no Han’ -entre ellos los famosos sherpas y los judíos. Por otra parte, China rompe los estereotipos sobre las etnias. Uno dellos cae sobre su demografía cuantitativa; creemos que las etnias se componen por unas docenas de personas olvidando que, sólo por citar a los dos pueblos más cuantiosos de la China indígena, ese prejuicio rueda por los suelos: los Zhang ascienden a 17 millones y los Hui, a 10 millones. Pero la falta de una documentación ‘etnica’ digna de crédito nos impide considerar el caso chino.
Por ende, hemos de centrarnos en los EEUU y, dentro dellos, nos quedamos con el caso Diné porque sospechamos que allá podemos localizar a la persona menos poderosa. Partiendo del convencimiento de que la enfermedad en general y el covid-19 en particular denuncian contundentemente una ausencia de poder, veamos: la Nación Diné (más y peor conocida como Nación Navajo), con apenas 173.000 habitantes según un censo y con el doble de población según otros censos, registró el 26 abril 2020, 1.540 casos de coronavirus y 58 muertes. En esa fecha, los fallecidos por covid-19 entre los Diné (navajo) superaban las cifras de otros 13 estados de EEUU… juntos.
[A efectos comparativos y para que observemos cómo los Diné pueden estar mirando al covid-19, sería bueno consultar: Weaver, H. N. (1999). Through Indigenous Eyes: Native Americans and the HIV Epidemic. Health & Social Work, 24(1), 27–34. doi:10.1093/hsw/24.1.27, un raro artículo en el que se estudia una epidemia desde la mirada indígena]
Aquella excesiva mortandad no puede extrañar a quien conozca que los Diné padecen en grado escandaloso diabetes, obesidad, hipertensión y dolencias cardíacas, hiperlipidemia, enfermedades renales y paupérrima nutrición. Asimismo, que un tercio –otros elevan el porcentaje a un 40%- de sus hogares no disponen de agua corriente, ni de electricidad, ni de acceso a internet. Por todo ello, es ‘natural’ que la ratio de infectividad por el covid-19 dentro de la Reserva Diné sea 22 veces la ratio nacional de los EEUU (según los científicos diné Shazia Tabassum Hakim, Joseph Angel de Soto, 2020) Para ‘remediar’ esta hecatombe étnica, el Congreso USA ha presupuestado 8.000 millones de US$ a distribuirse entre las 573 tribus reconocidas. Pero, como sabemos que de presupuesto destinado a dinero realmente depositado en manos de los beneficiarios dista un enorme trecho, tenemos derecho a preguntarnos ¿cuántos de esos millones llegarán a los amerindios USA y cuántos a los Diné no burocratizados ni corrompidos? Sean los que sean, es obvio que el despilfarro y la corrupción serán enmascarados con un aluvión de propaganda que destacará que esos ‘indios’ –así, en general- son millonarios porque tienen casinos, derechos petrolíferos, etc. Dicho en gringo, bullshit.
Estamos, pues, situados en un pueblo indígena amenazado por innumerables enfermedades dentro de una potencia enorme. Sólo nos queda encontrar en esa Nación a una persona que, satanizada por el Gran Poder y abandonada por el mundo, esté en una situación de indefensión absoluta mientras se enfrenta a una calamidad suprema. Tal es el caso de Lezmond Mitchell, 37 años, quizá el único amerindio USA en el corredor federal de la muerte. Conviene subrayar lo de ‘federal’ porque está siendo asesinado, no por un tribunal diné sino nada menos que por todos los EEUU. Mitchell perpetró dentro de la Reserva diné dos horribles crímenes contra dos mujeres de su pueblo. Nadie duda de que merece un castigo pero la pena debería haberle sido impuesta por su pueblo y no por los EEUU quien irrespeta así los innumerables Tratados firmados de nación a nación o de pueblo a pueblo con Washington. Por su parte, la justicia Diné -inerme en este caso y en muchos otros- y la mayoría de ese pueblo se oponen rotundamente a la pena de muerte. Pero el resto del mundo no sabe nada y, mientras llega la hora fatídica, Mitchell lleva nueve años en el Death Row. Sumado todo ello, hoy por hoy, Mitchell es la persona menos poderosa del mundo.
[Mucho más conocidos que Lezmod Mitchell, son Leonard Peltier (n. 1944) indígena anishinaabe lakota, quien lleva en prisión desde 1975, cuando fue apresado dentro de unos incidentes en los que fueron asesinados por las ‘fuerzas del orden’ más de 250 lakotas. Peltier fue condenado sin pruebas a dos cadenas perpetuas sin posibilidad de remisión. I.e., lleva 45 años preso, dos veces su vida en libertad –huelga añadir que los asesinos que mataron a cientos de sus parientes, no han sido ni siquiera procesados. Y no menos justamente célebre que Peltier es Mummia Abu-Jamal (n. 1954) no indígena sino un afroamericano que fue Pantera Negra. Estuvo en el corredor de la muerte desde 1982 hasta que, en 2011, fue confusamente conmutada –mejor diríamos diferida- su pena por una de cadena perpetua. Por su fama mundial, no hemos incluido a Peltier ni a Mummia en el escrutinio para elegir a la persona menos poderosa del mundo]