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Así habló Angela

Descenso. Largos días, apañados por la tempestuosidad de la reflexión solitaria y el profundo meditar, interminables noches, aromatizadas con la penetrante fragancia de la sempiterna búsqueda o corroídas por el escandaloso sonar del desenmascarado silencio. Hambre, frío, dolor, atributos ineluctables de la condición fisiológica, como tales soportables ante la ausencia. Esperanza, deseo, ambición, elementos necesarios de la insuperable condición humana, como tales tormentos insalvables ante la mera presencia ideal.

Tras un período asequible de arduas negociaciones con sus circunstancias, Angela comprendió el llamado de su yo, y con ello, el del método de su misión. El cansino danzar impertérrito de la salitre, conducida por el machacar constante del agua, indicaba con vehemencia el límite de los pasos de la adusta mujer que con la mirada depositada en el horizonte, amalgamaban con basta precisión, la entidad de sus pensamientos y la solidez de sus experiencias. Segundos, minutos, centurias, milenios, para establecer un margen absurdo de temporalidad, cuándo en un insensato instante, la críptica y enrevesada especulación, logra eternizarse.

Fue así, que luego de insopesables soliloquios, en un indeterminado momento, Angela, con sus rubios y sedosos cabellos al viento, se detuvo ante un cúmulo de piedras adentrados en el mar, avanzó hasta el bloque macizo más alejado de la acumulación granítica y con los brazos levantados, pronunció con mística firmeza: Consideradme, inescrupulosa naturaleza, tú que has pergeñado con sarcástica precisión este inhabitable sepulcro, incandescentemente pútrido y lamentablemente oneroso, para espíritus dignos del fragor bravío, que la posesión de la verdad despierta.

Os has considerado, simples palurdos de tu edénico sitio, quiero que sepas que no levanto la voz como para el reclamo de una porción de tierra, no me interesa lo que pueda llegar a cosechar en tan escabroso lugar, yo anunció el advenimiento inminente de mi lucha, por razones morales, pues sé que el término no te causa simpatía, ni por soberbia, ya que no tengo nada que demostrar, lo hago por dignidad, cosa tan alejada de tus dominios.

No me perturba él tener que evangelizar a cientos de babayos, dócilmente amaestrados por tu petulante arrogancia, sí, me causa cierta molestia, el saber que tras tu redención, no existirá parámetro alguno como para clasificarme. Y escucha lo que digo, sí puedes oírme, lastimera parturienta engalanada de arrojos sentimentales, el fruto de tu prostituido vientre pasará al cobijo de mi pontificado himen, él cuál aguarda un ceremonioso y respetable desgarramiento, proveniente de la sensatez de la razón y no de la inequidad de la pasión. Yo iré develando tus estériles misterios, sujetos al poder corruptor de tu detestable apariencia.

El hombre es como el agua, no se sabe bien de donde vino, cambia fácilmente de estado, a veces se muestra calmo otras embravecido, puede saberse dulce o amargo, ser decisivo o no en el ambiente. Pero no sólo es necesario sino constituye un continuo discurrir sin sentido inherente, ya que estos forman parte de construcciones relacionadas pero independientes, como el caso de un mar, en el cual el sol y la arena, pueden crear una playa, pues está originariamente constituye un sitio donde existen carpas, mesas, sillas y otros utensilios que dan un sentido al agua y su finalidad. Resulta pues innegable que el hombre, en cuanto tal, es sólo en la medida de la coherencia de su entidad, formado por su ser y las exigencias de este, que forjan su dimensión real.

El hombre, oasis en la niñez, océano en la juventud, río en la madurez y agua de pozo en la vejez. Así habló Angela.

Ascenso. Gran estupor, consumado revuelo, soberano sosiego, hubo de causar una esotérica reunión en donde Angela expresó el ocaso, temporal, de su misión terrena. Dionisíaco jolgorio, exacerbada algarabía, irrefrenable excitación, sintieron sus apóstoles al enterarse que en forma inminente el imperio de la verdad avasallaría el poder supino de la ignorancia, defenestraría la titánica fuerza de lo verosímil, ofreciendo con ello la tierra prometida, negada, y varias veces, de manera sibilina, susurrada en las postrimerías de la desesperanza humana.

En las ladinas fauces, solemnes por obligación como vergonzosas por necesidad, él desafinado canto, que con arrojo pusilánime intenta prolongar la acústica fiel que detenta la vehemente frescura del primigenio y cándido estertor, hará mella despilfarrando con onerosa practicidad sólo destajos inapropiados, roídos por la voraz limitación de la lengua y rumbrados por la omnisciencia de la posibilidad, mendaces, entumecidos por la nominalidad de lo universal y sofocados por el realismo de lo particular, sagrados al fin, sagrados por la temerosa asechanza del miedo y por la esperanzadora promesa de la buenaventura, sagrados más que nada por las ambigüedades mismas del calvario existencial, que al no ser tratado, por metástasis degenera en ruindad social.

Os exhorto a la saturación de vuestras risas, la palabra ya tiene un significado, él sustantivo humano manifiesta su presencia y el curso de su desarrollo no variará, ni ante las petulancias de la desinformación, notificadas por los cirigallos, que portan medios de comunicación atentando en forma ininterrumpida contra la dignidad, a favor de incandescentes y fatuos fogonazos, conseguidos por intermedio de un azaroso escogimiento de mártires públicos, que en detrimento de la objetividad necesariamente muestran lo triste de la subjetividad, que para ese entonces ya alcanza un grado increíblemente considerable de celebridad, tampoco cambiará de rumbo ante la fascinación lamentable, recargada de envidiosos presagios, por parte de aquellos que expresen un consentimiento y comunión con respecto a vuestras ideas y que al darse vuelta mascullen malignos deseos ante la muestra contundente de su inferioridad, no intelectual ni moral, tan sólo espiritual, ya que se darán cuenta que sus supuestas buenas intenciones respondían a absurdas pretensiones personales, y al encontrarse con la inevitable comparación llorarán por su fracaso y por vuestro éxito, recordad que a la grandeza no sé la ostenta sólo se la detenta.

Consanguíneos intentarán treparse al aluvión de lo inevitable, no os olviden jamás que sois animales de sangre caliente, no pueden garantizar sus acciones ante la conformación de un torrente plasmado de sustancias engañosas, costumbristas y formales, a un pariente siempre hay que tratarlo con deferencia, ya que pueden poseer elementos ligados a vosotros con el fin de perjudicarlos, recordad que el bien es patrimonio individual y quimera universal.

De todas maneras es mi última advertencia, no les tengo fe, ni confianza, me voy porque es el momento en el cual mi seguridad, exteriorizada en cada uno de ustedes, debe hacer frente a los obstáculos y finalmente hacerse con la verdad.

el atardecer me sorprenderá en la resurrección y las estrellas antecederán mi reino.

Así habló Angela.

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