En las zonas liberadas del ELN
El Ejército de Liberación Nacional (ELN) colombiano es la guerrilla más antigua del mundo. Surgidos en 1964 al calor de la revolución cubana y ungidos por el misticismo de la teología de la liberación, han crecido en número y territorio sin dejar de buscar una salida negociada al conflicto. Tanto es así que en la región del Catatumbo, uno de los lugares donde la confrontación se vive con mayor intensidad, cuentan con poblaciones enteras bajo su control.
En Colombia la guerrilla se encuentra en los filos, y el Ejército, abajo, controlando las carreteras y los pueblos, pero acá en el Catatumbo es todo lo contrario. El Ejército tiene comandos ocultos en los filos, mientras somos los guerrilleros quienes controlamos las vías y caseríos». Así habla un guerrillero del ELN, armado y uniformado al volante de un flamante vehículo todo terreno. No circula por una pista embarrada ni a través del interior de una finca, sino por la carretera que une el municipio de Convención con Tibú, ya en la frontera con Venezuela. Para llegar hasta aquí hay que atravesar el retén de un Ejército que sabe perfectamente lo que viene después: corregimientos y carreteras en manos de guerrilleros. El retén de los soldados, que suele ser víctima de fuego por parte de francotiradores elenos, se encuentra en la orilla de una de sus bases más importantes, la de Esmeralda.
Días antes de acceder a estas, “zonas liberadas”, tal y como le gusta definirlo a algunos cuadros del ELN, los soldados comprendían perfectamente aquello que motivaría la presencia de un extranjero a bordo de un taxi. «¿A dónde va usted, a entrevistarse con la guerrilla?», preguntaba el sargento al mando. «Mejor le apunto el nombre y me dice en cuántos días sale de allá, no vaya a ser que su visita termine en secuestro», y, ajustándose el fusil al torso, tomaba nota del pasaporte en una cartilla que tenía como escritorio una caja de munición sobre unos sacos terreros.
«Es que acá en el municipio de Convención la guerra se siente mucho. Hace tres días un francotirador nos mató al cabo Palacios», se lamentaba con resignación el sargento, asumiendo la pérdida como parte cotidiana de una guerra que se presumía acabada. Pasado el retén, carretera abajo, es cuando ya se llega a este municipio, de nombre Teorama, donde los miembros no uniformados de la guerrilla hacen inteligencia sobre quién llega y quién marcha, parando solo a los vehículos que no reconocen o van con gente que les resulta extraña.
Dentro de Teorama, el primer corregimiento en manos de la guerrilla es San Pablo, en la carretera que va hacia Tibú, la ciudad fronteriza con Venezuela. Antes de cruzar el puente que da entrada al casco urbano se distingue un cartel bien alto, claro y grande, con la efigie de los dos sacerdotes más legendarios de las revoluciones sudamericanas: el colombiano Camilo Torres Restrepo y el aragonés Manuel Pérez Martínez. Del primero recuerda una cita: «El deber de todo cristiano es ser revolucionario y el deber de todo revolucionario es hacer la revolución». Y del segundo, otra: «Mientras no se apague el sol, hoy y siempre, seguiremos en pie de lucha por la dignidad de nuestros pueblos». Y, en medio, el logotipo del ELN sobre un rótulo que reza en letras mayúsculas: “Ejército de Liberación Nacional”. El cartel lleva allí meses, el mismo tiempo que lleva sin aparecer ni el Ejército ni la Policía, porque oficialmente en esta zona no hay ninguna presencia de la fuerza pública, ni en forma de cuartel militar ni como puesto de control o comisaría.
Así las cosas, ¿quién dicta la ley y administra la justicia? Según un grupo de vecinos que se congrega frente a la iglesia, «es la Junta de Acción Comunal quien se encarga de resolver los conflictos. Por ejemplo, en caso de que sea algo grave, como una violación o asesinato, la guerrilla apresa al presunto culpable y es el Comité Conciliador de la Junta quien decide qué hacer con esa persona». A lo que añaden, «eso en teoría, porque muchas veces la guerrilla actúa directamente, sobre todo si son casos en los que ellos resultan ser los perjudicados». En el centro de San Pablo hay numerosos comercios, restaurantes y tres hoteles, dos de ellos nuevos, con wifi, aire acondicionado y televisión por cable. También un dispensario médico del que nadie de los congregados en la plaza tiene buen recuerdo. «El Estado acá jamás ha hecho verdadera presencia en lo que es salud pública. Los que somos de aquí guardamos mal recuerdo de ese dispensario porque cuando éramos niños íbamos allá para todos. Si te dolía una muela o tenías solo una caries, el doctor te arrancaba el diente entero. Y, si tenías algo grave, pues como ahora, te dan una pastillita y a casa. Aquí ni el cáncer ni nada grave se trata. La gente está acostumbrada a morir desatendida, es por eso por lo que la guerrilla siempre ha sido bien recibida en regiones como esta, porque al menos nos escuchaban, decían querer cambiar la cosas y hasta traían misiones médicas, aunque ahora con tanta balacera ya ni tantas».
Los domingos es el único día de la semana en el que las gentes de San Pablo pueden descansar y divertirse, aunque ya no se baila el bambuco y la machetilla al son del tiple, el acordeón o la bandola carranguera. Todo ello ha sido sustituido por los altavoces de unos bares y discotecas que ponen corridos y ballenatos a un volumen insano. De entre las terrazas donde los campesinos beben cervezas, surgen niños indígenas que van mendigando de mesa en mesa. Son de la etnia barí, descendientes de aquellos que hace cuatrocientos años presentaron una gran resistencia primero a los conquistadores españoles y después a sus descendientes criollos, quienes no conseguirían asentarse en este municipio hasta la guerra de Independencia en el siglo XIX. Diezmados por la irrupción de las multinacionales estadounidenses que desde principios del siglo XX han ido llegando para extraer petróleo, hoy apenas sobreviven unos cinco mil en todo el Catatumbo. Las regalías que produce el gran oleoducto que atraviesa las lindes de su territorio ancestral no han hecho sino ahondar en la exclusión a la que están sometidos.
Marxismo y teología de la liberación. El ELN es hoy la guerrilla más antigua del mundo. Fundada el 4 de julio de 1964, ha sufrido altibajos, aunque siempre ha contado con miles de combatientes en sus filas. Actualmente se especula con que pueda llegar a tener más de cuatro mil unidades armadas, aunque es imposible dar una cifra exacta. Con una ideología de tendencia marxista y surgida al calor de la revolución cubana, la guerrilla ha estado ligada durante décadas a la teología de la liberación cristiana. Hoy varios de sus dirigentes se encuentran atrapados en Cuba sin poder regresar a Colombia. El actual Gobierno del derechista Iván Duque rompió las negociaciones que se llevaban a cabo en La Habana desde que el anterior presidente, Juan Manuel Santos, las iniciara en el año 2016. Decidida a continuar con un diálogo que varios partidos políticos, decenas de movimientos sociales, sindicatos y organizaciones campesinas consideran necesario para dar con el fin de la desigualdad que genera la violencia (Colombia es tras Brasil el país más desigual de América), la guerrilla presente en esta región del Catatumbo se muestra abierta a explicar su punto de vista y responder cualquier pregunta.
El frente que aquí opera es el comandante Manuel Pérez Martínez, nombrado así en honor al sacerdote aragonés que fuera su más destacado estratega hasta que falleciera de hepatitis en el año 1998. Para llegar al lugar donde los guerrilleros están dispuestos a exponer sus ideas, hay que atravesar el caudaloso río Catatumbo. Como no hay puentes disponibles, o al menos libres de militares, este se cruza a bordo de vehículos todo terreno, los cuales alcanzan la orilla opuesta con la amenaza de que el agua cubra por completo el motor y se acerque a las ventanillas.
Pista a dentro, los corregimientos que vienen tras San Pablo, son otros como San Juancito o Mundo Nuevo. Decorados por igual con toda la iconografía elena (en carteles, pintadas, murales y pegatinas), estos caseríos están divididos por retenes que no son de la guerrilla (la cual observa silenciosa tras la maleza), sino por civiles que cobran unos pocos pesos por utilizar sus carreteras. Según una mujer que levanta la barrera, «cobramos tres mil pesos porque el Estado no nos ha hecho carreteras, así que somos nosotros mismos quienes administramos y arreglamos la vía, o la despejamos cuando hay derrumbes. Aquí esto lo lleva la Junta de Acción Comunal, entregamos un recibo y hacemos que pague hasta la guerrilla cuando pasa».
Pobres y colonos. Las plantaciones de coca están presentes a lo largo de todo un recorrido en el que también se observan algunos toldos cubriendo los bidones de gasolina que se emplean en las “cocinas” (lugares donde se procesa la hoja para obtener la cocaína). Aún siendo temporada de lluvias, las precipitaciones han sido escasas, lo cual se nota en la pequeñez de los tallos y lo corto de las hojas. Sin embargo, tal y como explica un campesino, «esta es una mata muy dura. Resiste bien la sequía o las lluvias. Es por eso por lo que aquí dejamos de cultivar frijol, café o yuca para pasarnos a la coca. Los insumos para sacar buen cacao o café son muy costosos. La coca tiene menos gastos y crece seguro». Aquí, aparte de pobres, casi todos son colonos. No descendientes directos de aquellos invasores que llegaron hace quinientos años, sino desplazados por el conflicto, desterrados por terratenientes o simples buscadores de fortuna que, a lo largo de los setenta, ochenta, noventa, e incluso en el presente, siguen viniendo a levantarse una casa con cuatro tablones y cultivar donde se pueda.
Muchos de aquellos que llegaron hace unas décadas, aún se resienten de las heridas que causó aquí la embestida de los paramilitares a partir e los años noventa. De entre todas las decenas de masacres que los organismos de derechos humanos han documentado, destaca la de La Gabarra, en la que tal y como quedó demostrado, el Batallón de Contraguerrilla número 46 colaboró con las ya desmovilizadas AUC (Autodefensas Unidas de Colombia) para terminar con la vida de 43 civiles valiéndose de armas de fuego, hachas y motosierras. Uno de los colonos, con más de treinta años de experiencia como campesino en este corregimiento, recuerda con tristeza aquellos días. «Aparte de las masacres, mataban por separado a todo aquel del que sospechaban, o a las mujeres, que las rapaban y cortaban los senos, e incluso chinitos (niños) bien pequeños. Eso no eran hombres, eran peor que el diablo, y siempre venían cuando se replegaba el Ejército. Pasado un tiempo aprendimos. Si el Ejército abandonaba un caserío, sabíamos que en horas venían los paracos. Fue el mayor terror que haya conocido nunca el Catatumbo».
Restablecer el diálogo. Pasado el corregimiento de Santa Inés y habiendo tomado cierta altura, está esperando una columna guerrillera. No solo unidades del Frente de guerra Manuel Pérez Martínez, sino también del histórico Frente Camilo Torres, uno de los más emblemáticos. Aguardan en la orilla de la carretera, algunos de ellos vestidos de civil, portando metralletas Uzi y armas ligeras. Otros llevan camisetas que recuerdan su adhesión al cristianismo revolucionario, y hablan sin temor de esta desconocida faceta de su mística política: «Le puedo decir que la mayor parte de la guerrilla cree en Dios y se considera católica». A lo que otro añade: «Y, aunque han entrado muchas iglesias evangélicas en la región, nosotros seguimos siendo católicos, aunque eso es algo que cada eleno decide por cuenta propia». Preguntados por las plantaciones de coca vistas a lo largo del recorrido, niegan cualquier relación con la mercantilización de esta. «El mundo ha de saber que la coca es la única forma de subsistencia de estos campesinos, así que nosotros no podemos negarles que la trabajen. Lo único que nosotros hacemos es cobrar un impuesto por su existencia en el territorio, pero nosotros no traficamos. La prueba es que jamás ningún dirigente del ELN ha sido acusado de narcotráfico por los Estados Unidos».
A pesar de que la guerra con el Estado se encuentra en un momento de confrontación diaria, los integrantes de este frente insisten en que la paz es posible. «Nosotros estamos deseando de que se restablezcan los diálogos entre nuestra delegación de Paz y el Gobierno de Duque», responden coralmente. Y añaden: «Buscamos una salida al conflicto armado con una solución para los problemas del pueblo, pero no una dejación de armas o alto al fuego sin condiciones. Más aún viendo lo que están haciendo con las FARC-EP tras la firma de los acuerdos. No solo no han cumplido nada de lo acordado, sino que los están matando. Ya van camino de asesinar a 200». Según indica Wilser, comandante del Frente Camilo Torres, «la criminalización de los lideres sociales nos preocupa especialmente. Desde la llegada de esa supuesta paz, han matado a cientos. Naciones Unidas lo ha denunciado muchas veces, pero nada cambia. El ELN es una resistencia a esos abusos».
Algunos de los guerrilleros portan fusiles de precisión con mira telescópica. Uno de ellos, de nombre Alexander, explica cómo trabajan: «En el Catatumbo la guerra que vivimos ahora es muy de francotiradores. También de explosivos y minados para atentar. Tratamos de dar a un capitán y no a un simple soldado. Pero el Ejército también se aposta e intenta darnos. Cuando ellos le cortan el cuello de un tiro a alguien de nuestro territorio no sale en ningún periódico pero, cuando nosotros les damos, sale como noticia en todos lados y nos llaman terroristas».
El parque natural del Catatumbo, que es la inmensa superficie andina que se esconde poco más allá de la colina en la que nos encontramos, conecta con la también tupida Serranía del Perijá, cuyo costado oeste recae en Venezuela. Tras esta se encuentran La Guajira y el mar Caribe, lo que convierten a este vasto territorio en un lugar ideal para la supervivencia de cualquier guerrilla. Tanto es así que por aquí andan reorganizándose las FARC-EP. Concretamente el Frente 33, que trabaja por recuperar el espacio perdido tras haber entregado las armas en el año 2016. Según comenta Wilser, del ELN, «hay un poquito de problema con ellos porque no nos queda claro quién manda allí, pero por el momento nos llevamos bien y les dejamos que se estructuren y crezcan». Buena prueba de ello es un enorme cartel sobre la vía principal de San Pablo. Lleva colgado ya meses sin que nadie lo haya tocado, y dice: «El éxito de la vida no está en vencer siempre, sino en no darse por vencido nunca. El Frente 33 de las FARC-EP les desea una feliz navidad y próspero 2020».
Otra cosa bien diferente es la relación con el último remanente del Ejército de Liberación Popular (EPL), una guerrilla maoísta que, tras desmovilizarse en 1991, ha terminado con algunas unidades integradas en el mundo del narcotráfico y sus grupos paramilitares. Aquí, en la región del Catatumbo, todos los conocen como “los pelusos” y están en guerra abierta con el ELN desde marzo del 2018. «Hace uno o dos años, los pelusos nos podían matar hasta seis personas por día en Convención. Ahora siguen por la zona, pero los hemos sacado a casi todos. Están más por la capital regional, que es Ocaña, o en Tibu, junto a la frontera con Venezuela, donde han reclutado a mucha gente y se han hecho fuertes», relata el grupo de milicianos a la par que escenifica como actúan los pelusos. «Bajan en moto de dos. Uno dispara y el otro acelera. Incluso ahora puede pasar porque algunos de esos manes están muy locos. Nuestros colaboradores cuando salen de nuestro territorio en carro hacia Ocaña, donde ya no tenemos control del territorio, van directos sin parar. A nada que nos reconozcan nos disparan sin dudarlo», señala el francotirador Alexander.
Los milicianos hablan de que han reclutado a muchos venezolanos y aseguran que están aliados con grupos narcoparamilitares como los Rastrojos, e incluso con el Clan del Golfo. Un miembro de la guerrilla, que como muchos de aquellos que entran y salen de sus territorios no se puede identificar, da detalles de cómo intentaron llegar a acuerdos con ellos. «El año pasado, cuando les ganamos la guerra por aquí, se dieron reuniones con ellos para darles un chance en el ELN, pero no fue posible. Son puros paracos».
Una de las salidas de estas “zonas liberadas” pasa por el corregimiento de El Aserrío. Es un lugar célebre en la memoria del ELN por acoger una de las iglesias donde ofició varias misas su líder más carismático, el aragonés Manuel Pérez Martínez. También porque aquí, cuatro años atrás, los guerrilleros derribaron un helicóptero Black Hawk del Ejército colombiano. Éxitos bélicos que no terminan de traducirse en mejoras para los civiles que viven en el fuego cruzado. Tratando de hacer lo mejor de una tierra que prácticamente desconoce la paz desde que en 1530 llegara Ambrosio Alfinger (un atípico conquistador alemán al servicio de la Corona española) están Milcíades Guerrero y Jesús Noel Carrascal, de la Junta de Acción Comunal. Compaginando su papel de guías, y con gran entusiasmo, desvelan algunos episodios desconocidos del lugar, como la sacristía donde se escondió el cura Pérez, u otros espacios de carácter didáctico, como La Casa de la memoria, museo en el que se da a conocer la historia del Aserrío y la llegada de los primeros colonos al corregimiento. «Un lugar al que es fácil llegar pero del que es difícil salir», relatan como queriendo explicar lo complicado que es salir de la espiral de pobreza en la que se encuentran atrapados.
Vistos por el Estado y sus expresiones paramilitares como parte del “enemigo interno”, estos humildes representantes de una sociedad civil sin vínculo alguno con los actores armados, suelen ser víctimas de atentados y desaparición forzada. Según el Instituto de Estudios para el Desarrollo y la Paz, en lo que va de año ya son más de cien los líderes asesinados. Este incesante reguero de muertes, que viene siendo denunciado año tras año por el alto comisionado de las Naciones Unidas, ha cobrado aún mayor fuerza desde la firma de los Acuerdos de Paz entre el Estado y la guerrilla de las FARC-EP, haciendo de Colombia el país del mundo en el que más líderes sociales son asesinados.
De regreso hacia el mismo retén del Ejército por el que días atrás accedimos a estas “zonas liberadas”, van desapareciendo los guerrilleros uniformados y pasan a dominar la escena jóvenes motorizados con arma corta. Ya subido a un servicio de transporte público, los miembros del ELN se despiden con un recado. «Si al llegar arriba los soldados le interrogan sobre nosotros, no se preocupe, ellos ya saben cómo es todo aquí abajo». Y dicho esto, se alejan entre el gentío que anda de recados por el centro de San Pablo. Veinte minutos más tarde, llegando al retén militar de una frontera que el Estado jamás reconocerá que existe, se observa a los militares registrando las pertenencias de dos indígenas y un campesino. 500 años después, la conquista del Catatumbo aún no ha acabado.
* Fuente: Naiz.eus
https://www.resumenlatinoamericano.org/2020/07/12/colombia-en-las-zonas-liberadas-del-eln-reportaje/