La muerte del deseo
La pobreza y marginalidad, estructurales y flagrantes, a la que condenamos a millones de sujetos en el transitar de nuestra experiencia democrática, asesta un golpe de muerte a la constitución del sujeto y más luego de una subjetividad a la que privamos de su condición deseante. Reducidos en la miserabilidad de la supervivencia orgánica, el estado de derecho, instituido por la máxima hegeliana presente en el prefacio a la Filosofía del Derecho, “lo que es racional es real y lo que es real es racional", nos obliga a pensar desde otros pliegues. El andarivel por donde el humano pulsa, las tensiones que habitan en el cuerpo, diversas, múltiples y contrastantes, tienen que ver, con los aspectos que no son racionales y que se circunscriben por ejemplo en el ámbito del deseo. A los tres imposibles freudianos que Lacan formaliza mediante su álgebra –gobernar, discurso del amo; enseñar, discurso del universitario; analizar, discurso del analista– le agrega un cuarto, el imposible de hacer desear.
El estado y quiénes pretendan su gobierno o administración, no podrán promover deseos, ni individuales ni generales, ni mucho menos soterrados por la clave dicotómica de lo público y lo privado.
“El estado no encontrará nunca la causa de las dolencias sociales en el estado y la organización social…allí donde existen partidos políticos, cada uno encuentra la razón de todos los males en el hecho de que es su adversario y no él quién se encuentra al timón del estado. Incluso los políticos radicales y revolucionarios buscan la causa del mal no en la esencia del Estado sino en una forma concreta de estado, que es lo que quieren sustituir por otra forma…El estado es la organización de la sociedad…El estado se basa en la contradicción entre la vida pública y privada, entre los intereses generales y especiales…El estado no puede creer en la impotencia interna de su administración, o sea de sí mismo…Entonces la dolencia social es una imperfección natural, independiente del hombre, una ley divina o la voluntad de la gente privada se halla demasiado pervertida…se quejan del gobierno en cuanto limita la libertad y exigen de él que impida sus inevitables consecuencias. (Marx, C. “El fundamento de la crítica. Editorial Gredos. 2012. Madrid, p. 16)
Excluyendo al sujeto su posibilidad de tal, se lo priva de su condición deseante y en caso de que pueda fugar ésta, o que otros la podamos tutelar, como el presente caso, sobreviene la pulsión de muerte como arma efectiva y de aniquilamiento. “Freud dice que se negocia con el instinto de muerte desviándolo para dirigirlo contra los objetos”.
(Segal, H. “De la utilidad clínica del concepto de instinto de muerte. Amorrortu. Buenos Aires. 1991, p. 43).
Sí bien en la teoría psicoanalítica el concepto de pulsión de muerte, es controversial, aclaramos desde que concepción compartimos tal supuesto.
“La pulsión de muerte es del mismo orden que el sistema de Sade, una voluntad de destrucción, de comenzar de cero, voluntad de Otra-cosa en la medida en que todo puede ser puesto en causa a partir de la función del significante. Y a la vez es voluntad de creación de la nada. En este sentido Lacan dice que la pulsión de muerte es una sublimación creacionista, en tanto es estructural que existiendo la cadena significante en el mundo, hay un más allá de la cadena, el ex-nihilo sobre la que se funda y se articula como tal. La pulsión de muerte indica ese punto de límite que no se puede franquear, el de la Cosa”. (Saldivia, F. “Lo bello y lo sublime en el psicoanálisis lacaniano”. Publicado en NODVS LII, junio de 2018).
La cosa estado, como principio rector y organizador de nuestras sociedades, bajo la égida de lo real-racional, deja escapar lo otro de esos otros no contemplados. Sin embargo, las respuestas teórico-prácticas, hasta ahora emitidas y propuestas, cabalgan sobre una misma dinámica, van en un mismo sentido, en un horizonte de un sendero harto trillado y transitado.
“La compulsión a la repetición que Freud busca mostrar en Más allá del principio del placer se refiere a un residuo donde la repetición se sitúa en un primer plano. Freud entiende la compulsión a la repetición como una manifestación de la pulsión de muerte, caracterizada por una tendencia más elemental e independiente de la obtención de placer, que obedece a la necesidad de repetir compulsivamente lo displacentero, y donde no es posible encontrar el deseo de satisfacción, ni siquiera en forma de transacción o compromiso”. ( Corsi, P. Aproximación preliminar al concepto de pulsión de muerte en Freud. Rev. chil. neuro-psiquiatr. v.40 n.4 Santiago oct. 2002. p, 368).
Contemplar un estado de derecho que se precie de tal, es decir que tenga la legitimidad de continuar monopolizando lo público, no puede seguir dejando de lado, a millones de sujetos, a los que aniquilamos su condición de seres deseantes.
Insistir en en la aporética contraposición de lo público y lo privado, sin reflexionar acerca de la petición de principios de que nuestras sociedades se conforman bajo el axioma de lo real-racional, nos detiene en la insoportable levedad de la pulsión de muerte que nos condena a repeticiones que más temprano que tarde terminarán por matar nuestro cuerpo civil.
La sublimación creacionista, de imaginar, de simbolizar e introyectar otros preceptos o perceptos tal como propuso Deleuze, para a partir de los mismos organizar nuestra sociedad civil y los poderes que la reglamenten, podría ser una alternativa que nos devuelva el sentir de la vida, como disposición, como integración de lo individual y lo general y la rearticulación de las viejas y perimidas nociones de lo público y lo privado.