"Les regalamos el minuto que falta!" - En eso andamos
"A Jorge Iván Ramos Camacho, de nombre de guerra Mario Morales, in memoriam.
“Si las armas nos dieron la independencia solo las leyes nos darán la libertad”, dice Santander, padre del leguleyismo colombiano. “Como Santander es un falso héroe nacional, Colombia guiada por él, y sus hijos, que hoy nos gobiernan, va por torcido y oscuro camino que conduce a la enajenación de almas y tierra, cielo, mar y subsuelo”, afirma Fernando González, su más enconado biógrafo.
Pues si. No muy bien la Corte Suprema de Justicia ordenó la detención domiciliaria de Uribe, y lo envió a su cómoda “finca por cárcel”, cuidada por sus ejércitos militar y paramilitar, al considerar que hay riesgos de que obstruya la justicia en el caso que se le sigue por presunto fraude procesal y soborno de testigos (peccata minuta en relación al prontuario de “Matarife”…), empezaron a batir la torta los leguleyos: la Reforma Constitucional. Buena cuando la proponen ellos, diabólica cuando la propone el pueblo.
Oportunidad única para expresarse el núcleo duro del santanderismo, Duque a la cabeza, y Uribe en el Uberrimo. El protopresidente aprovechando la oportunidad “única y feliz” para insistir en su reforma constitucional y el entenado haciendo sus pinitos.
Y es que la Constitución del 91, a pesar de que no es la bitácora para un país medianamente justo y de carácter social, ha sido objetivo de guerra de toda la clase facha colombiana. Reformas caudillistas y personalistas han ido y venido haciendo peligrar, aún más, la independencia del sistema judicial.
Los elementos básicos de tal reforma desde la cúpula, concentrarían aún más el poder del presidente. Propone que el Senado juzque a los presidentes aun después de cesadas sus funciones por delitos comunes o indignidad; que el presidente de la república elija al fiscal general, a los magistrados del Consejo de Estado y a una Súper Corte resultado de la unificación de la Corte Suprema y la Corte Constitucional. "Una sola corte que le permita unificación, claridad y predecibilidad al sistema, que anule el sentimiento de selectividad y de trampa que muchos colombianos denuncian. Una sola corte con magistrados íntegros que representan a los colombianos y que no tengan una puerta giratoria con la política", como sentencío Paloma Valencia, una hechura de legisladora, obsecuente y mendaz, como su creador Uribe. Un proyecto a la altura de un Estado forajido.
Duque a su vez, argumentando la existencia de un gran consenso en la academia, los sectores políticos, la rama judicial, refrendó las propuestas de su jefe, pero en la versión express: sin constituyente. El muñeco escapándose de la mano de su ventrilocuo!
El ataque de toda esa fiebre reformista va al centro del corazón del Acuerdo de Paz de La Habana, no al del Teatro Colón, convenido con los claudicantes del partido FARC, ya un borrador de borradores amputado. Va al Acuerdo de paz original firmado en 2016 por el Gobierno y la entonces guerrilla de las FARC-EP. Los seis puntos del acuerdo fallido, son la plataforma de una Nueva Colombia: 1. Desarrollo Agrario Integral: Hacia un Nuevo Campo Colombiano: Reforma Rural Integral, 2. Participación Política: Apertura democrática para construir la paz. 3. Fin del Conflicto. 4. Solución al Problema de las Drogas Ilícitas. 5. Víctimas: «Sistema Integral de Verdad, Justicia, Reparación y No Repetición», incluyendo la Jurisdicción Especial para la Paz; y Compromiso sobre Derechos Humanos. Y 6. Implementación, Verificación y Refrendación.
En un pais en el cual se han cometido 47 masacres en lo que va del año 2020 (solo en agosto fueron cometidas 13, que dejaron 58 muertos), frente a lo cual cargos como Miguel Ceballos, anteriormente alto comisionado para la paz, lo único que ha hecho es aportar polémica santanderista, al afirmar que no son masacres sino “homicidios colectivos”, ya que según él una masacre se da “cuando hay indefensión de las víctimas”, y acusando de narcotraficantes a las víctimas, ensuciando la vida y la muerte de jóvenes deportistas, niños indefensos, mujeres asesinadas por razones de género, campesinos, trabajadores, indígenas, afros, para poder seguir “negociando con la viuda”, y cercenar todo atisbo de vida.
El mismo ministro de Defensa, Carlos Holmes Trujillo, vinculó sin reato a las víctimas con el narcotráfico, acusando sin proceso y sin prueba, y presentó la fórmula mágica para eliminar “la fuente de financiación de los masacradores”: Es importante la aspersión con glifosato que puede erradicar entre 400 y 600 hectáreas diarias, mientras que con grupos móviles se erradican 70 hectáreas y con la erradicación manual no aérea, entre 170 hectáreas. “Asperjando se erradica un número más alto de hectáreas de cultivos ilícitos lo cual es más fundamental”.
Para eso también se necesita una reforma constitucional: para eliminar la vida.
Un trágico ejemplo de ello es el del excomandante de las FARC-EP Jorge Iván Ramos Camacho, conocido por su nombre de guerra Mario Morales, quien fue asesinado el sábado 29 de agosto. Con él ya son 225 excombatientes asesinados desde la firma del Acuerdo Final de Paz. Mario estaba encargado de la implmentación del Programa Nacional Integral de Sustitución de Cultivos Ilícitos (PNIS) en el país y lideraba varios procesos relacionados con la implementación del Acuerdo Final de Paz en Bolívar.
El terrorismo de Estado de Colombia promueve el uso de tóxicos que envenan a los seres humanos y a la naturaleza, criminaliza la pobreza, y a la vez, por acción u omisión, apaga la vida de quienes ofrecen alternativas a los campesinos y todos los humildes, y trabajan por su dignidad.
Viene a la mente la recreación de Gabriel García Márquez en Cien años de soledad, de la masacre de las bananeras en 1928, leída mil veces, y me permito transcribir:
La ley marcial facultaba al ejército para asumir funciones de árbitro de la controversia, pero no se hizo ninguna tentativa de conciliación. Tan pronto como se exhibieron en Macondo, los soldados pusieron a un lado los fusiles, cortaron y embarcaron el banano y movilizaron los trenes. Los trabajadores, que hasta entonces se habían conformado con esperar, se echaron al monte sin más armas que sus machetes de labor, y empezaron a sabotear el sabotaje. Incendiaron fincas y comisariatos, destruyeron los rieles para impedir el tránsito de los trenes que empezaban a abrirse paso con fuego de ametralladoras, y cortaron los alambres del telégrafo y el teléfono. Las acequias se tiñeron de sangre.
Leído el decreto, en medio de una ensordecedora rechifla de protesta, un capitán sustituyó al teniente en el techo de la estación, y con la bocina de gramófono hizo señas de que quería hablar. La muchedumbre volvió a guardar silencio. -Señoras y señores -dijo el capitán con una voz baja, lenta, un poco cansada-, tienen cinco minutos para retirarse.
La rechifla y los gritos redoblados ahogaron el toque de clarín que anunció el principio del plazo. Nadie se movió.
-Han pasado cinco minutos -dijo el capitán en el mismo tono-. Un minuto más y se hará fuego.
José Arcadio Segundo se empinó por encima de las cabezas que tenía enfrente, y por primera vez en su vida levantó la voz.
-¡Cabrones! -gritó-. Les regalamos el minuto que falta
Colombia levantará la voz. La traición a la paz, y no el Acuerdo de La Habana, fallido, mutilado, y traicionado, reconfiguró el paisaje político. Hay que sabotear el sabotaje!
Les regalamos el minuto que falta.
En eso andamos!
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