Aniversario del asesinato del líder afroecuatoriano Jaime Hurtado González
Foto: Red voltaire
Los «extremistas» son asesinados en febrero
Por Juan Montaño Escobar / Red Latina Sin Fronteras
«Awà ní ìbí tí àwà lònì, nítòrípè à dúrò léjìkà, awò n tí wòn wa síwàjú wà» (Hoy estamos donde estamos, porque estamos parados en los hombros de los que vinieron antes de nosotros) -Proverbio yoruba
Fue en febrero, el 17, iniciando la segunda hora de la tarde (13:20), miércoles de ceniza, cuando lograron asesinarlo, a él, a su sobrino, Wellington Borja y al diputado alterno Pablo Tapia. Desde aquellas esquinas con antenas y desde aquellos periódicos fenicios repitieron que era extremista. Negro y extremista. Más o menos, si las circunstancias se vienen complicadas hay que serlo en esa doble vía política. Parece inevitable. Aunque cierta prudencia recomendada, a veces realmente es aplicable, pero en otras situaciones quizás es cobardía pura. Esta conseja va de boca en boca: “no son buenos los extremismos”. Si no son buenos es porque se desprecia el sacrificio de la virtud. Hay quienes anhelan vivir la comodidad de un centro inmutable, milimétrico, pero la vida, la verdadera, aquella que sale a aguantar sol adverso, a patear calle o buscar las razones críticas de sus crisis prefieren ese extremo. Desde finales del siglo XVIII se llama izquierda a esa inconformidad con los absolutismos. Este perdurable convencionalismo tiene menús de confusiones, porque algunos le ajustaron unas precisiones matemáticas, para medir el largo, el ancho y la altura de la izquierdidad. Aunque en la física las leyes tienen sus formulaciones y dependen de factores inevitables, en política funciona la relatividad de las acciones según unas ‘condiciones objetivas’. Y ‘subjetivas’, ¿por qué no? Mientras llega esa fecha plenaria, no se extravía el ‘ser-político’ actuante. Es decir, un día la lengua militante es de fuete, otro esa misma lengua es sinfonía para los oídos, está ese momento que hace estremecer y resquebrajar muros de los Jericós temporales por resguardar injusticias. Por eso, entonces, son extremistas. Jaime Hurtado González, fue solo eso inevitable: un ‘ser-político’. Si ‘eso’ fuera una cancha de fútbol sería virtud, mártir del balompié, pero en la semiótica reaccionaria eso es ‘extremismo’. En clave de cimarronismo eso es bueno. A veces es mejor.
Unas semanas después de su asesinato, el periodista de la revista ecuatoriana Vistazo y autor de un interesante reportaje verificó que el libro que Jaime Hurtado G. leía en esos días de febrero de 1999, era la biografía de Malcolm X; un señalador marcaba la cantidad de páginas leídas. Jamás se sabrá su consideración a ese otro extremista como él, actor de sus última lectura, Malcolm X . Al menos repasaba una vida que había terminado en febrero y por trágica coincidencia también terminaría la suya.
Nació como Malcolm Little, quien después de su peregrinación a La Meca, dijo llamarse El-Hajj Malik El-Shabazz. Pero para la historia está eternizado con su ‘X’, con la cual sustituyó a su apellido de esclavizado. Sí, ya sé, un extremismo. Nació el miércoles 20 de mayo de 1925. Fue asesinado el domingo 21 de febrero de 1965, a la tercera hora de la tarde (15:00). Fue el precursor de la reparación histórica, por los siglos de esclavización y privación de derechos de ciudadanía republicana, para las Comunidades Negras de las Américas y de la Diáspora, como un derecho humano obligatorio de los Estados con la mediación de la Organización de las Naciones Unidas (ONU). Esa gestión empezó a cumplirla a finales de 1964.
Ni Jaime Hurtado González ni Malcolm X nunca se creyeron extremistas, ni se creían destinados a serlo, pero la revolución para ellos fue algo serio. Admiraban las que en este mundo habían sido y serían. Y los procesos revolucionarios jamás prescinden de los detalles y no solo porque Dios (o Alá) esté en ellos, más bien porque hay una pedagogía sencilla producto de aquellos eventos relevantes mínimos. Ambos hablaron con oralidad cimarrona o sea de los Negros del campo.
“Permitidme que, al comenzar mi corta intervención, afirme lo siguiente: creo, sinceramente, que mi sola presencia en el recinto legislativo de mi Patria significa, de suyo una revolución en la vida parlamentaria del Ecuador”1. Era junio de 1979, por primera vez una persona afroecuatoriana era electa al Congreso Nacional. Habían transcurrido 149 años desde la proclamación de la República (agosto de 1830). Y hasta ese año una parte importante de las personas negras ni siquiera tenían derecho al voto, porque se las consideraba analfabetas. Un extremista causaba una revolución en la mente de la gente ecuatoriana de barrio adentro y de las parroquias rurales. Y ese asalto inteligente a los cielos del conformismo y de la inconcebible resignación de las juventudes de allá abajo cambió el destino de miles y miles de vidas ecuatorianas y americanas. No hay margen para las dudas. Negros tuvieron que ser y aun extremistas.
“Bueno, yo no creo en eso de engañarse a sí mismo. No me voy a sentar a tu mesa con el plato vacío para verte comer y decir que soy un comensal. Si yo no pruebo lo que hay en ese plato el sentarme a la mesa no me hace un comensal. El vivir en los Estados Unidos no nos hace norteamericanos”2. En cualquier extremo de la mesa (republicana) que nos sentemos y no participamos en la manducatoria, entonces no somos ciudadanos o ciudadanas. La ciudadanía, ese derecho sagrado a la igualdad, no es una condecoración. Por favor. Así fue sencillamente extremista, es y si fuera necesario sería la exigencia de nuestros derechos. ‘Voluntad de vida’, dice Enrique Dussel; cimarronismo incombustible, diríamos por estas veredas palenkeras. Exigir que las palabras de la Ley tengan resultados disfrutables, valorables, contables, ¿acaso eso es extremismo? ¿Quién puede calificar la intensidad del padecimiento ajeno? “En eso que estás pensando te convertirás”, aconsejaba Muhammad Ali. Los pensamientos que retrataron a Jaime Hurtado G. y Malcolm X están en nuestras comunidades, de acá y de allá. Sin ellos, sin su extremismo, quizás la República de la Calle sería un poquito más difícil.
No es pernicioso repetirlo, pero es perenne blues las vidas de quienes eligen estirar sus anhelos más allá del horizonte de sus individualidades y saben que deben recorrer más millas que los demás. El extremismo no es un defecto es la virtud evolutiva de la humanidad. Al menos el extremismo de Jaime Hurtado G. y Malcolm X. Ya está escrito: es blues interminable. Se me ocurre este de Big Daddy Wilson (su nombre de nación es Adam Wilson Blount): if you walk in my shoes you might understand. (Si caminas con mis zapatos me entenderías)3. Los extremistas concentran, en uno de esos días inevitables, todo el decoro comunitario. En pocas individualidades, en una más que en las demás. Solo caminan, mientras más caminan más millas recorren. O dicho en la narrativa ancestral afropacífica: “mientras más caminaba más andaba y mientras más andaba más caminaba”. Al final es la historia más como conciencia que como ciencia (o quizás ambas a la vez, confundidas en los hechos) les concede la magnitud bendita del acierto. Everybody think they know me don’t even know my name if you really wanna help me you got to feel my pain (Cada quien cree que me conoce, ni siquiera sé mi nombre, si realmente quieres ayudarme deberías sentir mi dolor)4. Malcolm X eligió llamarse. Jaime Hurtado González prefirió no variar el eco en la posteridad (aunque no fuera esa su intención).
“No llegan lejos los de a’lante si los de atrás corren bien”. Dicho de la cubanidad guajira y es cierto en las vidas que deciden su propio andar. O correr. Jaime Hurtado G. comenzó la escolaridad formal a los diez años de edad, nunca es tarde si se despierta al cimarrón. Unos años después estudió becado en el Colegio Eloy Alfaro de Guayaquil. La subjetividad andariega se volvió objetividad veloz en las pistas de atletismo y en las canchas de básquetbol. El diploma de abogado fue la palanca para mover el peso rocoso de tantas injusticias y levantar solidaridades en tribunales.
Malcolm X, en la prisión, leyó para varias vidas y recobró con sus lecturas y reflexiones aquellos pasos perdidos de tanta juventud afroamericana atajada tempranamente al fondo de sus existencias. El Poeta Antonio Preciado explico mejor estos ‘andares/caminares’ y estos ‘caminares/andares’. “Vengo de andar, de largo a largo, más de mis propios días, porque para llegar, si no me alcanzan, voy tomado prestadas las semanas”5. Había que extremarse para no vivir la pena eterna de un ánima solitaria. Así fue con Jaime Hurtado G. y Malcolm X.
“Sé a dónde voy… por eso entre todos voy perdido”6, escribió Jaime Hurtado G. En su mapeo visionario no estaba el 17 de febrero de 1999. ¿O sí? “Si quieres encontrarme, búscame entre todos”7. Reiteraba su ánimo aquiescente. ‘Estar entre todos’ es irse al extremo, ser un extremista. Es una condición obligatoria para perpetuar la libertad más definida. Al revés, atenerse a las conceptualizaciones de los grupos opresores con el poder de sus mensajes (el medio equivale al mensaje), de sus academias crepusculares, de las variadas colonialidades, avanzar en puntillas para no despertar a quienes duermen satisfechos de sus privilegios, disculparse porque nuestras meriendas estuvieron bien conversadas, bien palabreadas y porque la rebeldía tiene su escala de cero al extremo. “No creo en el extremismo injustificado de ningún tipo. Sin embargo, creo que cuando un hombre ejerce el extremismo, cuando un ser humano ejerce el extremismo en defensa de la libertad de seres humanos, eso no es un defecto. Y cuando alguien es moderado al ir en busca de la justicia para los seres humanos, yo digo que es un pecador”8. Y yo creo que más que ‘pecador’ es un malvado. Es perverso.
“¡Quiero hablar hoy, no mañana!” La puso ahí, radical e inapelable, Jaime Hurtado G., pero Malcolm X también pudo haberla dicho. Y la decimos ahora mismo. No hay comunidad que se respete que no exija hablar en ese instante y no cuando la hegemonía social y política quiera. O permita. Más aún, cuando se es “negro como yo, las 24 horas del día y algunas horas extras”9. No se confundan las prisas son por la vida, por el vivir, por el existir, sin importar los próximos febreros. 17 o 21, por la tarde, a balazos, con la misma intelectualidad criminal e imperial. Se quiere que la palabra libere y produzca sociedades muchos más justas y ubuntológicas. Al menos en esta rodada del empobrecimiento mortal.
Jaime Hurtado González y Malcolm X también pudieron apuntar con el dedo hacia allá y decirlo palabra por palabra antonio-preciadista: “comenzamos iguales la jornada, el mismo ayer, sobre las mismas aguas. Yo sigo caminando, sigo, sigo, yo sigo caminando con la misma pisada, y tú te has quedado atrás, junto a ti mismo, con una triste vena solitaria”10. Otra vez mientras más caminamos más andamos y mientras más andamos más caminamos, en comunidades pluriversas, arracimados. Eso es liberación aquí y ahora, con todos y todas, así los opresores se queden por allá con sus “tristes venas solitarias”, dañando a la gente, al agua y al aire.
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