Aproximaciones al fascismo: concepto y tesis
Foto: La Razón méxico
SERGIO DE ZUBIRÍA SAMPER / Revista Izquierda
La actitud y comprensión sobre el fenómeno del fascismo en América Latina y Colombia parece estar acompañada de un estado de negación constante. Diversos mecanismos contribuyen a esta experiencia de amnesia o negacionismo y un “olvido” tan reiterado en la investigación social es un síntoma de alerta regional. En Europa y Norteamérica, desde hace más de dos décadas, la teoría política prioriza estudios sobre neofascismo, protofascismo, urfascismo, fascismo eterno, fascismo societario, populismo de derecha, etc. Mientras tanto, la investigación y bibliografía sobre derechas y fascismo es actualmente escasa en nuestro continente. El Seminario Internacional convocado, en 2014, por el Instituto francés de Altos Estudios de América Latina, y que se condensa en el libro Las derechas en América Latina en el Siglo XX: problemas, desafíos y
perspectivas” (2016), postula la tesis de la “falta de una reflexión historiográfica y teórica sobre esta familia política”.
Convergen un conjunto de causas e imaginarios que impiden la superación de este “olvido” o “negación constante”. Dentro de las causas teóricas podemos ubicar de manera provisional las siguientes:
a. La teoría política en la región lleva más de dos décadas muy centrada en la interpretación del “interregno” o “giro progresista” de ciertos gobiernos a partir de 1994/1998. Debates como la caracterización de los gobiernos de izquierda, nacional-populares o progresistas, como también el postneoliberalismo o alterneoliberalismo, han sido predominantes en los últimos años en las ciencias sociales latinoamericanas.
b. En general se ha identificado la “familia política” de la derecha con los partidos políticos tradicionales realmente existentes en los respectivos países que se remontan a las nacientes repúblicas del siglo XIX, y se evita por ello acercarlos a fenómenos como el fascismo. Se extiende la opinión no académica de que el fascismo es exclusivamente europeo y limitado a tres décadas del siglo XX.
c. La noción de “populismo” ha cumplido en la teoría política latinoamericana funciones difusas y ambivalentes. Es difusa su utilización cuando cualquier situación no comprendida se caracteriza de “populismo” y es ambivalente cuando se exacerba o devalúa la importancia de la categoría para explicar fenómenos sociales.
d. Son escasos en este Continente los partidos, movimientos e ideólogos que se adscriben de forma directa o explícita con el fascismo, prefiriendo las expresiones “derecha”, “nacionalismo” o “conservadores”; cierto uso despectivo y confuso del término ha ido alejando cada vez más la adscripción de los partidos políticos a su utilización.
Los imaginarios sociales que impiden la comprensión del fenómeno del fascismo son bastante profundos y muy divulgados.
De forma fragmentaria podemos enumerar:
a. La suposición de que solo existe fascismo cuando se utiliza el “terror” directo, especialmente físico, de los campos de concentración o prácticas de exterminio.
b. En regímenes “democráticos” o con “democracia formal” no puede existir el fascismo; la apariencia o supuesto que la democracia liberal es completamente antagónica con el fascismo.
c. La tendencia a hacer análisis de la realidad de carácter fáctico o sincrónico (no percibo ahora el fascismo), evitando la valoración tendencial o dinámica de los procesos sociales (existen tendencias, trayectorias o estrategias de fascistización).
La publicación reciente en Colombia de dos artículos en medios periodísticos de circulación nacional, ha desatado una polémica aplazada sobre el fascismo en nuestro país. El primero, de la columnista de la Revista Semana, María Jimena Duzán, titulado Uribe, el fascista; el segundo, una entrevista en el diario El Espectador de la profesora Constanza Castro con dos investigadores sobre la amenaza fascista a nivel mundial, con el inquietante interrogante:
¿Tiene sentido hablar de fascismo en Colombia?
El presente escrito intenta aportar elementos conceptuales y una visión panorámica sobre el debate actual en la ciencia de la historia y la teoría política sobre el fenómeno del fascismo. Contiene dos partes substantivas. En la primera, arriesgamos algunas determinaciones del concepto de “fascismo” y postulamos un conjunto de tesis que consideramos relevantes para la aproximación a este concepto y proceso tan complejo. En la segunda, elaboramos una cartografía provisional y necesariamente incompleta de formas de aproximación teórica al fenómeno del fascismo.
Distinciones conceptuales ineludibles
El término fascismo proviene de la palabra italiana fascio y remite a un doble origen: al grupo político que lideraba Giusseppe Garibaldi en tiempos de la unificación italiana y a un símbolo imperial romano que expresa autoridad.
“Como movimiento político moderno nació en el norte de Italia en 1919, y su fundador fue Benito Musolini (...) Sus orígenes ideológicos son anteriores a su nombre” (F. Finchelstein). Como movimiento se caracteriza por ser una impugnación al orden liberal previo a la Primera Guerra Mundial, como ideología expresa un nacionalismo extremo y un distanciamiento con las ideas de la Ilustración. La guerra y la militarización de la política constituyen para el fascismo un nicho ideológico central:
“Adolf Hitler y Benito Mussolini decían abiertamente que la guerra constituía su experiencia personal más importante, y tras la Primera Guerra Mundial los dos exsoldados consideraron la violencia y la guerra como elementos políticos de primer orden”.
Aparece simultáneamente casi en todo el mundo; basta recordar en la década del veinte del siglo pasado movimientos como el nazismo (Alemania), falangismo (España), legión portuguesa (Portugal), nacionalismo (Argentina), integralismo (Brasil), Leopardos (Colombia), entre otros. No es un fenómeno exclusivamente europeo.
El concepto de “fascismo” contiene desde sus orígenes tres núcleos de tensión, y por momentos de ambigüedad, posiblemente intencional. El primero, el concepto pretende ser un sistema de ideas y creencias plenamente articulado o más bien un conjunto cambiante de figuras, eslóganes y símbolos.
El segundo, la existencia de “vecindades semánticas” (R. Maliandi) con nociones como “totalitarismo”, “dictadura”, “autoritarismo” y “populismo”, como también con “patriotismo” y “nacionalismo”. Tercero, su aplicación o uso, por momentos indiferenciado, a órdenes como “movimiento”, “ideología”, “régimen” o “formas de socialidad”.
En la investigación social existen aproximaciones que le otorgan al fascismo una unidad conceptual y ciertos componentes universales, como también aquellas que le adjudican una dimensión más bien adaptativa y flexible. Para esta última interpretación, el fascismo nunca llegó a ser un sistema de ideas y creencias completamente articulado, cerrado, porque
además no lo pretendió. Aunque no exista una oposición de principios entre estas dos aproximaciones, si podemos afirmar la existencia de ciertos acentos.
El fascismo es un fenómeno típicamente moderno, pertenece a la fase capitalista de desarrollo social, no a sociedades tanto, los oprimidos siempre vivirán con la amenaza de este “estado de excepción”; en M. Horkheimer y T. Adorno, el fascismo es el peor producto posible de la modernidad capitalista, al ser una forma reaccionaria de “modernismo”, que nunca critica la
lógica del capital. El fascismo nunca será una tendencia antisistema, se usará para legitimar el capitalismo en sus crisis; se opondrá siempre a cualquier proyecto emancipatorio para restaurar una modernidad capitalista totalitaria.
Las primeras consideran plausibles unos rasgos generales del fascismo y buscan la aplicación de estos a situaciones diversas. Acentúan la “unidad” frente a la diversidad de manifestaciones. Las segundas realizan aproximaciones más complejas, sin renunciar a factores compartidos en todo fascismo.
Consideran que el “desprecio” por la teoría y la “glorificación” de la acción hacen del concepto y de la ideología fascista algo cambiante y capaz de adaptarse a situaciones muy variadas. Lo importante es el sentido autoafirmativo, intencional y violento de la acción; no el contenido teórico.
En el prefacio a Mi Lucha, Hitler, lo expresa de forma directa: “Yo sé que los partidarios conquistados por medio de la palabra escrita son menos que los conquistados merced a la palabra hablada y que el triunfo de todos los movimientos habidos en el mundo ha sido obra de grandes oradores y no de escritores”; por ello dedica dos capítulos, uno a la “propaganda guerrera” y otro a “la importancia de la oratoria”. En sus estudios sobre la propaganda fascista, T. Adorno subraya tres características de es “propaganda”: a) Es personalizada, esencialmente no objetiva; en ella los agitadores invierten gran parte del tiempo en hablar de sí mismos o de su público; b) Todos los demagogos fascistas sustituyen los fines por los medios; c) Al promover exclusivamente los medios, la propaganda misma se convierte en el “verdadero” contenido; es decir, la propaganda empieza a funcionar como una satisfacción de deseos.
Siempre existirá un área “gris” o de “indeterminación” del concepto fascismo con algunas “vecindades semánticas”, especialmente con “dictadura”, “totalitarismo”, “autoritarismo” y “populismo”. Por los límites espaciales de este escrito no podemos asumir con detalle estas distinciones, pero nos interesa subrayar este ámbito de penumbra. Cuando hablamos de fascismo estamos hablando de “dictadura”, pero esta no es necesariamente fascismo; dictadura no equivale a fascismo. En medio de los “usos” y “abusos” del concepto “totalitarismo”, como lo ha mostrado E. Traverso, llevando a desmesuras teóricas e históricas como su uso para una “apología de la visión liberal del mundo” o el borramiento de las diferencias entre la historia rusa y alemana, también podemos sostener que el “totalitarismo” no es un atributo exclusivo del fascismo; existen sociedades de administración total sin ser plenamente fascistas. El fascismo es mucho más que ser autoritario, aunque este no pueda existir sin rasgos y personalidad autoritaria, como lo han investigado W. Reich, M. Horkheimer y T. Adorno.
Los nexos con el “populismo” son bastante entrecruzados y enredados. Es conveniente reconocer que el uso de los adjetivos
contemporánea. Los debates sobre “populismo” inician sobre sus orígenes, tipologías, rasgos y culminan en la aceptación o no de la existencia de populismo de “derecha” y de “izquierda”. Para algunos investigadores hay que comenzar distinguiendo el populismo premoderno (por ejemplo, los populismos ruso y norteamericano del siglo XIX) del populismo moderno; sitúan el nacimiento de este último en Latinoamérica luego de la derrota del fascismo, pero encuentran relaciones entre las experiencias fascistas derrotadas y el populismo de la segunda mitad del siglo XX. La tesis de F. Finchelstein es “el populismo moderno nació del fascismo”; sugiere una tipología de populismos modernos: a) El populismo clásico; b) El populismo neoliberal; c) El populismo neoclásico de izquierda; d) El populismo neoclásico de derecha y extrema derecha.
En el plano histórico y conceptual, pero sólo como modelos o “tipos ideales” (M. Weber), se podrían encontrar estas diferencias entre populismo y fascismo: 1) El fascismo celebra la dictadura; el populismo no; 2) El fascismo idealiza y pone en práctica formas directas y crudas de violencia; el populismo no; 3) El populismo es una democracia autoritaria; el fascismo es una “dictadura ultravioleta”.
Cuando historizamos estas características las tres distinciones anteriores experimentan dificultades; por ejemplo, basta afirmar que el “populismo” es una forma de “democracia autoritaria” o es necesario arrimar otras características contextuales e históricas para que exista populismo.
Como los conceptos son esfuerzos de rodeo o intentos de apropiación del movimiento de lo real, también allí encontramos dimensiones de tensión. No puede ser idéntico aplicar o utilizar el concepto de fascismo para un movimiento político, una ideología, un régimen político o ciertas formas de socialidad. El Manifiesto Fascista (1919) de Mussolini y Mi Lucha (1925) de Hitler, una especie de autobiografía ideologizada, deben ser analizados en dimensiones diferenciables a la conversión de Italia y Alemania en regímenes fascistas consumados. Designar a una ideología o movimiento como fascista no conlleva la conclusión mecánica que todo un régimen político y estatal ya lo es. Mantener distinciones a nivel de movimientos, ideologías,
regímenes y modos de vida, posibilita hacer análisis de procesos diacrónicos y contradictorios. Adquieren sentido nociones
como “fases prefascistas”, “protofascismo en ciernes”, “estrategias de fascistización”, etc., que develan la complejidad de lo real; como también permiten desentrañar contradicciones, como, por ejemplo, las formas societarias tienden al fascismo y el régimen político no lo es, o viceversa. En la entrevista del El Espectador, el profesor Pablo Piccato, de la Universidad de Columbia, expone:
Es importante esa distinción entre el fascismo como régimen, el fascismo como movimiento político y el fascismo como ideología. Creo que sí es importante utilizar el concepto de fascismo, y entender la historia del fascismo. No porque podamos predecir lo que va a pasar, pero sí para entender los patrones que han llevado al ascenso de regímenes fascistas.
Es decir, el hecho que no podamos aplicar el concepto punto por punto no quiere decir que no podamos pensar en la posibilidad de que hay una coherencia con el fascismo en el proyecto político de Trump, Bolsonaro o Uribe.
Tesis para aproximarse a un proceso sin dirección única
Las anteriores distinciones conceptuales nos permiten postular un conjunto de tesis que logren relacionar concepto y experiencia histórica. Debemos reconocer la tensión ineliminable entre “teoría abstracta” y movimiento histórico real. Son tesis necesariamente polémicas y no pretenden, como lo afirma agudamente el profesor Piccato, “predecir lo que va a pasar”.
Ningún proceso histórico transita en una dirección “única”, pero comprender sus trazos y patrones históricos es relevante para la investigación social. Expande la conciencia anticipatoria que caracteriza las subjetividades humanas.
Nuestra primera tesis: El fascismo es un fenómeno típicamente moderno, pertenece a la fase capitalista de desarrollo social, no a sociedades precapitalistas o feudales. Para W. Benjamin, existe un nexo secreto entre progreso tecnológico y fascismo, por tanto, los oprimidos siempre vivirán con la amenaza de este “estado de excepción”; en M. Horkheimer y T. Adorno, el fascismo es el peor producto posible de la modernidad capitalista, al ser una forma reaccionaria de “modernismo”, que nunca critica la lógica del capital. El fascismo nunca será una tendencia antisistema, se usará para legitimar el capitalismo en sus crisis; se opondrá siempre a cualquier proyecto emancipatorio para restaurar una modernidad capitalista totalitaria.
La segunda tesis: El fascismo es un fenómeno global transnacional que adopta variantes nacionales, es decir, una ideología
transnacional con variantes nacionales.
Como ideología nunca pretendió ser “nueva”, ni de “ruptura”, como tampoco “cerrada” y por ello recupera una nacionalismo conservador y reaccionario. Su ultranacionalismo, antiilustración y antimarxismo se acoplan a las particularidades históricas nacionales. Por ejemplo, en el caso español, el franquismo es una “tradicionalización totalitaria del fascismo católico” (R. Morodo), y el fascismo latinoamericano constituye la continuidad del Imperio español como una “manera primaria de promover un antiimperialismo republicano autoritario” (F. Finchelstein).
El fascismo es un fenómeno global transnacional que adopta variantes nacionales, es decir, una ideología transnacional con variantes nacionales. Como ideología nunca pretendió ser “nueva”, ni de “ruptura”, como tampoco “cerrada” y por ello recupera una nacionalismo conservador y reaccionario. Su ultranacionalismo, antiilustración y antimarxismo se acoplan a las
particularidades históricas nacionales.
La tercera tesis: La investigación histórica ha encontrado relaciones entre el populismo de derecha y el fascismo, tanto en sus orígenes históricos como en sus prácticas sociales. Nada impide que este populismo recaiga en sus antiguos fundamentos fascistas; es una exigencia moral y política tener conciencia de este peligro. Dos consejos de T. Adorno son relevantes en estos tiempos de incertidumbre: el primero, reiterar que el “nuevo” imperativo categórico es orientar nuestra acción y pensamiento para que “Auschwitz no se repita, que no vuelva a suceder nada semejante”; el segundo, la supervivencia del fascismo “en la democracia es potencialmente mucho más amenazadora que la supervivencia de tendencias fascistas contra
la democracia”. En la misma perspectiva de Freud y Walter Benjamin, después de Auschwitz toda la cultura occidental, junto con la crítica contra ella, se han convertido en basura. Perder de vista los espectros o vestigios del fascismo, como lo sabía muy bien Primo Levi, puede conllevar su retorno a causar mayores estragos ahora robustecido, porque las puertas de
ingreso a Auschwitz siempre estas abiertas y demasiado cerca.
Ya dotados en nuestro equipaje teórico de ciertas distinciones conceptuales ineludibles y de unas tesis orientadoras para la comprensión de un movimiento real tan vertiginoso, podemos echar a andar en ciertas aproximaciones relevantes para comprender el fenómeno del fascismo.
La segunda parte de este artículo estará dedicada a ese propósito.
Referencias
»» Adorno, T. (1984). Dialéctica Negativa. Madrid: Taurus.
»» Adorno, T. (2003). Ensayos sobre propaganda fascista. Barcelona: Voces y culturas.
»» Benjamin, W. (2012) Obras. Libro I, volumen 2. Madrid: Abada.
»» Castro, C. (17/10/2020). ¿Tiene sentido hablar de fascismo en Colombia? Recuperado de https://www.elespectador.com/
noticias/politica/tiene-sentido-hablar-de-fascismo-en-colombia/
»» Finchelstein, F. (2018). De fascismo al populismo en la historia. Bogotá: Taurus.
»» Hitler, A. (1960). Mi Lucha. Bogotá: Ediciones Modernas.
»» Morodo, R. (1996). “Totalitarismo”, en Díaz, E. (editor) Filosofía política II. Madrid: Trotta
»» Payne, S. (2001). El fascismo. Madrid: Alianza Editorial.
»» Gentile, E. (2004). Fascismo. Historia e interpretación. Madrid: Alianza Editorial.
»» Traverso, E. (2005). El totalitarismo: Usos y abusos de un concepto. En Sabio, A., y Forcadell, C., (Coords.) Las escalas del pasado: IV Congreso de Historia Local de Aragón (99-110). Barbastro: UNED.
»» Traverso, E. (2016). Espectros del fascismo: pensar los derechos radicales en el siglo XXI.
Octubre de 2020
https://revistaizquierda.com/images/easyblog_articles/1247/Izq90_art0_20201023-192308_1.pdf
Comments