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Colombia: estado terrorista colonizado, disfrazado de democracia

Narciso Isa Conde / Kaos en la Red


Foto: Contagio Radio


» en verdad, con un Estado Terrorista y sus gobiernos asesinos, es imposible lograr garantías de paz. A quien ejerce la cultura de la muerte con tanta pasión y sin el menor escrúpulo, no le cuesta nada engañar; más bien siente placer y se regocija de no cumplir la palabra empeñada».


El velo se ha corroído y desgastado tanto que ya no encubre.


Las máscaras se caen al piso.


Las mentiras al desnudo no resisten más repeticiones de agencias, medios y cadenas de desinformación al servicio del llamado “mundo libre”.


Lo tanto es inocultable.


CIA, DEA, MOSSAD, PENTÁGONO-COMANDO SUR… ya no pueden ocultar sus complicidades y sus culpas en la explosiva crisis política colombiana y su larga estela de muertes, desapariciones y sufrimientos.



Las bases militares estadounidenses, el ingreso de Colombia a OTAN y la extrema subordinación del poder constituido a EEUU, han aplastado drásticamente la soberanía colombiana, quizás como ningún otro caso latino-caribeño.

Allí no hay posibilidad de rejuego de autonomía limitada. El coloniaje imperial es feroz y, además, complacientemente aceptado por los protagonistas y beneficiarios de esa falsa democracia.


Las intermediaciones nativas tipo DAS, Centrales de Inteligencia de las Fuerzas Armadas, Presidentes, Ministros de Defensa, oligarcas, comunicadores… suben a la superficie por más que traten de enterrarlos o encubrirlas.


Los mercenarios, bajo el manto de corporaciones gringas, no pueden negar el patrocinio de EEUU.


Más de seis mil “falsos positivos” en los gobiernos de Uribe y de Santos no es poca cosa. El objetivo prioritario de las acciones criminales planeadas desde la Central de Inteligencia de la Armada Nacional en Bogotá, ha sido asesinar a líderes sindicales y sociales, eliminar ex -guerrilleros firmantes de la paz y generar terror en gran escala.


El paramilitarismo -forjado por la asesoría estadounidense, tutelado por el alto mando militar y alimentado por la narco-corrupción- se ha desbordado grotescamente en la ejecución de innumerables fechorías, tanto en la guerra impuesta como en la “paz” chueca o chimba.


BAJO EL DOMINIO DE UN ESTADO TERRORISTA NO PUEDE HABER PAZ.


Antes se decía que los asesinatos y las masacres eran causados por la existencia y el accionar de las guerrillas, y hasta se pregonaba que la “democracia colombiana” estaba por esa razón compelida a una “profilaxis” violenta.


Tal versión procuraba poner las cosas al revés, pese a que la “democracia representativa” colombiana, se tornó tempranamente en un Estado súper-violento y poco después en Estado terrorista y narco-terrorista integral.


La violencia, plagada de masacres, fosas comunes, moto-sierras, mutilaciones, asesinatos y torturas, se inició a finales de la década de los 40 con el asesinato de Gaitán y el genocidio campesino, y desde entonces no ha cesado.


La Marquetalia de Marulanda solo fue una digna respuesta del campesinado masacrado y del atrevido y audaz inicio del pueblo de esa joven Nación al legítimo ejercicio del derecho a la insurrección; derecho reconocido por la ONU, antes de ser políticamente pervertida por EU y la UE.


No puede escapar a estas necesarias valoraciones subversivas del largo imperio de la mentira oficial, el hecho de que cada vez que la insurgencia colombiana ha intentado acordar la paz, la violencia se ensaña más contra ella y contra su pueblo.

Esto fue lo que aconteció cuando, luego de un pacto de paz, la Unión Patriótica pasó a la legalidad: el costo fue de alrededor de 5000 víctimas mortales del Terrorismo de Estado santanderiano.


Pasa ahora, inmediatamente después del intento de paz concertado en la Habana y traicionado tan pronto fue proclamado, y quien sabe si desde antes de “cuajar”.


Porque en verdad, con un Estado Terrorista y sus gobiernos asesinos, es imposible lograr garantías de paz. A quien ejerce la cultura de la muerte con tanta pasión y sin el menor escrúpulo, no le cuesta nada engañar; más bien siente placer y se regocija de no cumplir la palabra empeñada.


El Instituto de Estudios para el Desarrollo y la Paz de Colombia (IDEPAZ) destacó que “desde la firma del Acuerdo de Paz en Colombia, en 2016, hasta el 15 de julio de 2020, 971 líderes sociales y personas defensoras de derechos humanos han sido asesinadas en el país”, y adicionalmente se produjeron 31 masacres con un total de 132 víctimas


Pero no solo.


El terror continuó en ascenso en el último semestre del 2020, en plena pandemia; y el balance en el 2021, de enero a la fecha, es el siguiente:


– Otros 57 líderes sociales y activistas de derechos humanos fueron asesinados/as.

-22 ex–guerrilleros/as corrieron la misma suerte.

– Y las masacres se elevaron a 91, mientras en las protestas del Iro. de Mayo contra otro intento de masacre fiscal, fueron acribillados/as 19 colombianos/as tras las descarada orden del Presidente Duque de “disparar” a matar.


A los compases de esa ruta macabra, EEUU, la Unión Europea, el Estado terrorista Israelí y el Grupo de Lima, no han cesado en involucrarse con ese poder colombiano colonizado y gansterizado en la pérfida misión de desestabilizar y revertir el proceso bolivariano; activando toda la plataforma militar y paramilitar de ese Estado vasallo en vía de ser reventado por un pueblo que ha dicho basta y ha vuelto a rebelarse como lo hizo en aquel bogotazo y en aquella Marquetalia, de nuevo activadas.


Es muy penoso que para que se produzcan algunas tímidas críticas de los ya degradados organismos multilaterales de este injusto y maltrecho orden internacional, tenga que evidenciarse tan cruel balance; mientras, apostando al olvido y a la perpetuación del sistema en crisis, sus mentores de seguro seguirán llamando “democracia” al engendro oligárquico-imperial colombiano y a todos los regímenes parecidos.


En tanto ellos apuestan al olvido y a prolongar lo que, como en Chile, Haití, Honduras…sus bravos pueblos impugnan, en el campo de la fuerzas transformadoras de Nuestra América no debe haber espacio para vacilar en respecto a la pertinencia de la insumisión colectiva y a la solidaridad sin límites que debe conducir a aislar a sus criminales opresores, en procura de que el pueblo colombiano arranque de raíz el régimen oprobioso que le han impuesto y ajuste cuenta con sus verdugos.





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