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[Crónica] ¿Qué pasa con los familiares de las personas presas?

Indy media ecuador



Foto tomada de Indymedia Ecuador


La carretera está despejada y el clima es un poco incierto; el carro va lleno; todas mujeres, todas con la misma incertidumbre en la mirada, y todas de distintas edades, incluyendo una bebé de apenas 1 año.


Nos esperan 2 horas de viaje para llegar al Centro de Rehabilitación Social Cotopaxi, en donde nos reuniremos con otras tantas familias que también se harán presentes para unir su voz en la exigencia de tener alguna noticia de sus familiares internos en la cárcel de Latacunga; 13 días a la fecha, han sido días duros y desesperantes, me cuentan ellas mientras avanzamos en el recorrido.


No hay forma de saber nada de ellos ni de tener una mínima certeza de que están bien, me dicen.


Desde que el presidente declaró estado de guerra interno en el país, toda información respecto a sus esposos, hijos, hermanos, nietos, les fue totalmente negada por parte de guardias, militares y funcionarios.


Todas ellas han procurado estar desde el primer día haciendo presencia para presionar a las autoridades a que les den una respuesta digna, una respuesta que merezcan; “nos hemos aguantado los insultos, las amenazas y los gases que nos han echado directo a la cara…”, comentan y reviven entre ellas mientras me cuentan, también, a manera de desahogo.


Sus voces son firmes, decididas a hacerle frente al miedo porque la necesidad de justicia es más grande, su dignidad es más grande. Si pudiéramos, me dicen, vendríamos todos los días, pero sostener una familia sin ingresos fijos (como es el caso de la mayoría de familias) y venir a diario no es muy posible.


Los $5 usd promedio que por día se necesitan para viajar a Latacunga desde Quito, muchas veces no se los tiene o se tiene que escoger entre eso o comer en el día; y en el caso de ciudades y provincias más alejadas, la situación es mucho más compleja. 


Hoy, como en otras ocasiones, se pudo gestionar un bus para las familias gracias a la suma de apoyos y esfuerzos entre todxs, junto con colectivos sociales que acompañan los casos de varias familias. 


Al llegar, nos unimos a quienes están a la espera de alguna noticia afuera de la cárcel. La mayoría siguen siendo mujeres; varias con sus expresiones marcadas en ojos y labios por la pena, y, muchas, también por la edad.

Es una espera angustiosa, una espera con una paciencia obligada y pesada.


Entre todos/as (o muchos/as) se reconocen, saludan y acompañan en un gesto de empatía o un abrazo de esperanza. También están quienes dan posada o comida para quienes han venido de lejos sin nada de dinero ni pertenencias, más que la urgencia de saber de los suyos.


Adentro hay una gran mayoría que está por delitos menores, por delitos de pobreza, o se encuentran esperando una sentencia; así como también existen varios casos de quienes ya se les ha concedido la libertad, pero aun no les han permitido salir. Y afuera, están sus familias, pagando las cuotas carcelarias y esperando saber algo.


Son familias que desde hace ya tiempo cargan con una marcada incertidumbre de que sus familiares se encuentren bien (o sobrevivan) en medio de una latente posible amenaza de masacre interna por presencia y disputa de bandas narco delictivas. Y ahora, la incertidumbre se vuelve más honda. El panorama es más difícil y resulta casi imposible conocer con certeza la realidad de lo que está pasando adentro. Afuera lo que han sabido decirles las autoridades es que no tienen pruebas pero que todos están bien, que todo está bien. 


Pero creer esto es casi imposible cuando muchas de ellas han podido ser testigos de los gritos de dolor y auxilio que varias noches y madrugadas se escuchan desde la cárcel. 


“Cuando hemos podido, nos hemos quedado en los hoteles de aquí cerca, que son contiguos a la cárcel; pero ha sido sólo a esperar que amanezca; conciliar el sueño es difícil, y más cuando hemos escuchado sus gritos de ayuda”, me cuentan con profunda consternación e impotencia.


Además de esto, las imágenes y videos que les han podido hacer llegar desde dentro, solo aumentan la preocupación y el desconsuelo; son imágenes que dan cuenta de que lo que adentro está pasando con los presos y presas, no responde a ningún debido proceso, e incluso podría calificarse de tortura.


Fue casi más de una semana sin que les den de comer ni beber, me cuentan; apenas aquel día habían recibido una ración de comida, cosa que pudieron saber por un cocinero que salió y a quien ellas preguntaron. 


“Cómo aguantar los golpes que se ve en los videos que les dan, sin siquiera haber comido, podrían matarles”, me dicen.



Con todos estos argumentos, se decide ir desde la cárcel hacia la gobernación de Cotopaxi a exigir una reunión con el gobernador. Y ya allá, la situación es casi la misma: no hay quien dé una respuesta real a lo que está pasando, y sólo se les pide paciencia, espera y compostura. 


Pero mantener la compostura no es tan sencillo cuando, de pronto entre la gente ahí reunida, se corre la noticia de que hay personas fallecidas siendo transportadas en camiones de basura que salen desde la cárcel.

Todo es incierto.


La comprensible desesperación de las familias quiebra las composturas y la tristeza brota a flor de piel.

Nadie sabe a quién acudir, a quién preguntar o en quién confiar. Lo único certero es que no van a claudicar.

“Queremos que se sepa lo que está pasando, que nos ayuden a meter presión para que nos den una respuesta y se garanticen los derechos, porque nuestros familiares no son terroristas, están pagando su error y no merecen morir ni ser torturados”, me dicen mientras esperamos afuera de la gobernación.


La tarde va avanzando y los militares llegan en tanques con los que no arremeten, pero su sola presencia obliga con hostilidad a ponerle fin a la concentración.


Otro día más sin saber casi nada de sus familias.


Hay que continuar, es la conclusión que todas tenemos de la jornada.


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