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El asesinato de Jesús Santrich, el mito judío de los “justos” y la paz de Colombia

José Ernesto Schulman / Resumen Latinoamericano



Foto: segunda marquetalia



Un comando del Ejército Colombiano, un grupo de asesinos a sueldo del estado para hablar más claro, asesinó a Jesús Santrich en la zona fronteriza entre Colombia y Venezuela, lugar donde el grupo FARC Segunda Marquetalia se había refugiado de la persecución estatal y procuraba reorganizarse como una de las tantas respuestas y búsquedas del movimiento popular colombiano a la confluencia de dos procesos sociales en curso: la demolición de los Acuerdos de Paz por el stablishment colombiano, siempre obediente al amo yankee, y la irrupción en las calles de una insurgencia desarmada, acaso poco organizada al modo tradicional, pero que ya ha puesto en crisis al gobierno de Duque en más de una cuestión. De los dos fenómenos era parte Jesús, por méritos y errores propios. Jesús nació como Seuxis Pausias Hernández Solarte en el seno de una familia de Sucre, Colombia, que lo introdujo en las lecturas de Bolivar, García Márquez, Martí y Marx desde muy joven. Milito en las Juventudes Comunistas, Estudió Ciencias de la Educación en la Universidad del Atlántico pero a sus 23 años (1990) el Estado asesinó a su mejor amigo, Jesús Santrich, entonces tomó su nombre y se fue a las montañas con las Farc. Veinte años más tarde perdió la vista por enfermedad pero continuó con su lucha, cerca de Alfonso Cano e Iván Marqués fue parte del sector con más formación intelectual y por ello dedicado a las acciones de elaboración y propaganda. Participó en todos los intentos de acuerdos para la paz, incluso en el transcurrido en La Habana y firmado en el 2016.Cuando yo lo conocí, en junio de 2017, estaba en huelga de hambre en protesta por el incumplimiento básico de los Acuerdos: no habían liberado a todos los presos, condición previa a todo acuerdo, como un anticipo de lo que él ya imaginaba que vendría: cada cuatro días asesinan a un guerrillero desmovilizado o a un dirigente social desarmado. Una verdadera limpieza étnica, si se me permite el término. Vestía de blanco y lucía un pañuelo campesino, a veces lo reemplazaba con el Kufiya tradicional de los palestinos. Era difícil imaginar que era ciego: cuando te hablaba te miraba a los ojos, pintaba cuadros de gran tamaño, tocaba instrumentos musicales y sobre todo hacía gala de una cultura universal realmente impresionante. Yo solo fui a llevar la solidaridad de la Liga Argentina por los Derechos Humanos y a escuchar; había estado en las conversaciones de La Habana y me interesaba su visión del proceso. En mi libro Genocidios di cuenta de aquellas charlas y de mis impresiones, a cuatro años todo parece más claro y no quiero pecar de hablar con el diario del lunes, aunque debo confesar que me sorprendió mucho que a la única respuesta que le hice, no tuvo respuestas y rompió en un estado de furia y llanto. Comandante, le dije, yo comprendo todo lo que Uds. hicieron para lograr la paz, y lo valoro y acompaño, pero (y el pero siempre es la palabra principal) por qué entregar las armas antes que liberen los presos? El solo contesto, si viviera Manuel (Marulanda, jefe histórico de la organización) esto no hubiera ocurrido. Quién sabe, solo podemos saber lo que ocurrió no lo que potencialmente podría haber ocurrido.


Jesús Santrich y el autor de esta nota.


Desde allí, el trato del Poder Real fue selectivo, a los que cuestionaban el acuerdo firmado, persecuciones y causas fraudulentas, algunas de un nivel de falsedad dignas de una película de aventuras. Jesús fue encarcelado, sometido a toda clase de torturas psíquicas, liberado un minuto antes de ser entregado a los EEUU y en esas condiciones, junto a otro grupo de dirigentes de las ex FARC EP, decidieron volver a las montañas, salvar su vida de un asesinato seguro e intentar reorganizar fuerzas. Nada le fue fácil, aunque me animo a decir, por el tono de algunas de sus palabras y mensajes, que estaba dispuesto a revertir los aspectos trágicos del proceso de diálogos a riesgo de su propia vida. Su muerte no me asombró, aunque me indigna y duele como la de todos y cualquier militante popular en cualquier lugar del mundo que es ejecutado por el Imperio y las oligarquía, digo Uribe, Duque y el resto de cipayos asesinos, narcos y paramilitares.


En la tradición judía, el mito de los justos ocupa un lugar relevante. Habría según la Torá, en todo momento de la humanidad, treinta y seis hombres justos cuya coherencia, humildad, contracción al trabajo, los vuelven imprescindibles para la supervivencia civilizatoria. Una página religiosa lo explica así: Según la leyenda judía, “Dios, cansado de ver cómo la conducta humana ha envilecido al mundo, está siempre a punto de destruirlo. Sin embargo, en cada generación existen 36 seres justos (lamed vav o lamedvóvnikes, en idish) cuya piedad sostiene al mundo, a los que se manifiesta en todo tiempo la shejiná (divina presencia) y así salvan la Creación. Estos justos ocultos no están reconocidos como tales y ellos mismos no saben que lo son. Se dedican generalmente a oficios modestos, trabajando como sastres, zapateros o cocheros; se les representa como extremadamente recatados, sencillos e ignorantes ellos mismos de su altura espiritual. Ninguno conoce su condición como tal y pueden ser cristianos o judíos, mahometanos o budistas, etcétera. Cualquiera puede ser uno de ellos “quizás es usted, quizá soy yo o quizá sea esa persona que prejuiciosamente creemos que no tiene mérito alguno” Los 36 justos – Enlace Judío (enlacejudio.com).


Podríamos pensar entonces, que la noción de justos se acerca a la de héroes, cuestión que a su vez ha sido objeto de un gran debate en el siglo XX: el héroe como sujeto de actos extraordinarios? Julius Fucik, comunista presos por la Gestapo y autor de “Reportaje al pie del patíbulo” (escrito en la cárcel hasta el final) encara el tema y le da una vuelta de tuercas. Fucik discute diversos modelos de héroes cinematográficos para concluir que héroe es aquel que hace lo que tiene que hacer, en aras del bien colectivo, del triunfo del humanismo, de la humanidad toda, no importa las circunstancias. Y aquí hay que resaltar dos momentos: el “no importa las circunstancias” refiere a lo extraordinario, al que resiste en la cámara de torturas, al que entrega su ración de comida para salvar la vida de otro, al que si es necesario escapa al monte con un arma en la mano; y el otro momento “en aras del triunfo del humanismo, de lo colectivo sobre lo individual” lo que implica que no habrá justos ni héroes sin un plan de vida, de paz, de democracia, de revolución en América Latina.


La derecha salvaje, con la sangre goteándole de sus colmillos, celebra alborozada. Como cuando Santos celebró el asesinato de Alfonso Cano o Videla brindó por la muerte de Rodolfo Walsh. No sabían la tradición judía, no leyeron hasta el final. Dice el Talmud que cuando muere uno de los justos, en algún lugar del mundo, otro hombre ocupa su lugar para que vuelva a haber treinta y seis hombres justos. NO canten victoria, en las calles de Bogotá más de uno está ya ocupando el lugar de Jesús. Porque la paz de Colombia es nuestra paz y su triunfo nuestro destino


https://www.resumenlatinoamericano.org/2021/05/19/colombia-el-asesinato-de-jesus-santrich-el-mito-judio-de-los-justos-y-la-paz-de-colombia/

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