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El legado del Mallku Felipe Quispe Huanca

PUKARA / vía correo electronico




Foto: La Razón



Julio Cesar afirmaba: “Al final, es imposible no convertirse en lo que los demás creen que eres”.


Eso es cierto, sobre todo cuando la opinión de los poderosos, de los medios, se esfuerza por imponer en el pueblo una determinada imagen de alguien.


¿Qué imagen se trata de imponer de Felipe Quispe, ahora que está muerto?


El caso del Mallku Felipe Quispe Huanca es paradójico. En vida, nunca se convirtió en lo que los demás creían de él. Políticos, académicos y analistas forjaron la imagen de un intratable, resentido, racista, cargado de malos deseos para la población boliviana de origen europeo.


Ello, seguramente, porque no asumía la “regla de convivencia” implantada por los dominantes: El indígena, al ser descendiente de los vencidos, debe manifestar sumisión hacia los vencedores. Será “igual” si se achica, mima pensamientos y poses... si se esfuerza por ser gracioso. Entonces, se lo aplaude como se festeja a los primates que en un zoológico, detrás de barrotes, hacen monerías para merecer unos cuantos cacahuetes.


Felipe Quispe era voz digna que enrrostraba a los opresores. Esos desplantes, en lugar de motivar e incentivar reflexión, y autocrítica, despertaba odio en muchos criollos, pues verificaban que no era un mico quien así se expresaba, sino un cóndor

que levantaba vuelo, y eso era intolerable.


La vida y de Felipe desmiente esos prejuicios. A la imagen de racista irreductible se opone su práctica política con bolivianos, cualquiera haya sido su “raza”. Su vocación era su pueblo como causa, fin político, que podía comprometer personas de

diversa procedencia. Compañeros, amigos y militantes los tuvo entre criollos y mestizos. Si hubo engaño y abandono fue, lamentablemente, de algunos de estos últimos, y no a la inversa.


La caricatura de terrorista sediento de sangre, sembrador de luto, intransigente en la lucha armada, es impugnada por su frecuente incursión, en todo recurso que implicaba el adelanto y empoderamiento indígena. Fundó organizaciones

políticas y participó en varias elecciones. Dirigió el sindicalismo campesino boliviano. Fundó,incluso, un club juvenil de fútbol.


Amante de la lectura, de la formación académica, de la racionalidad para entender e influir en la realidad social, fue inmune a la desviación pachamamista. Su amor a la cultura indígena, a la propia religiosidad, no obedecía a los cánones impuestos por ONGs, organismos internacionales y la academia occidental, sobre lo que es el indio y su cultura.


Felipe Quispe fue el aymara ancestral y, al mismo tiempo, contemporáneo. Toca a las nuevas generaciones asumir su legado y culminarlo. La razón de su lucha no era solamente “analizar” y “criticar” la realidad, sino actuar en ella y empoderarse de ella.

El desafío está hoy más vigente que nunca.




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