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Guerra de guerrillas: rumor, el arma de la inteligencia ecuatoriana

Wladimir Sierra / Plan V


Foto: RedFoto: redes sociales


—Mire, por eso es que a mí no me gusta el destino señorita. Mire, a nosotros nunca nos ha dejado la vida quieta, cuando yo salí de Santa Sofía del Darién, ese pueblo ya estaba muerto. —Quién lo mató. —Lo mató un rumor, un rumor. De lo que yo recuerdo en 1956 ese pueblo era el más próspero de toda la región, el mejor café de Colombia, el mejor. Una mañana se aparece Omar Longevo, el peluquero, que venía de Guarumales con la noticia de que venía el feroz, el temible pacificador, el capitán Montoya, y se comentaba en todos los chismiaderos,… y entraba de boca en boca,… de que el capitán Montoya llegaba convocando a la plaza y ordenando al menos de manera perentoria e inobjetable. Liberales a un lado, conservadores en el otro, y así era señor, y ese capitán Montoya no aparecía por ninguna parte, si me oye … y los conservadores, pensando que el capitán Montoya era liberal, empezaron a empacar sus corotos; de otro lado los liberales, pensando que el capitán Montoya era conservador, comenzaron a abandonar el pueblo. Se vivían días de duda, de espesa incertidumbre, de terror. Y el capitán Montoya jamás iba a Santa Sofía del Darién, pero el terror que causó el rumor por su presencia ahuyentó para siempre a todos sus habitantes. Y Gustavo Calle Icaza fue el último en salir de ese pueblo asesinado, y saben asesinado por quién, por el miedo. Por eso es que a mí no me gusta el destino señorita. Esta es uno de los pasajes más tensos y exquisitos que nos deja, ya cerca del final, esa bella película colombiana, del director Sergio Cabrera, llamada La estrategia del Caracol (1993). El rumor de la llegada del capitán Montoya, nos dice el narrador omnisciente Gustavo Calle Icaza, mató al pueblo de Santa Sofía del Darién. Solo el rumor de su llegada, no su llegada, esa es la fuerza que en sociedades construidas sobre la oralidad tiene la palabra, el relato bien armado. El rumor es una de las figuras fundamentales del lenguaje hablado. Figura que tiene el ímpetu de la persuasión y del convencimiento. Es aquella forma pública de afirmar y predecir eventos sin que para aquello haga falta algún fundamento; es un poderoso imperativo carente de soporte empírico refutable. Es el mandato amparado en cierta voz autorizada, algunas veces, y no autorizada, la mayoría; una orden que desde el convencimiento subjetivo de una experiencia intima cobra toda legitimidad: ¡yo lo oí! ¡me lo dijeron! e, incluso: ¡se rumora! Ni la cultura escritural, ni siquiera el lenguaje científico dominante en este tiempo arrancaron del todo la fuerza de la voz viva, del habla vivificante, del rumor. Incluso, en ámbitos formalmente estructurados desde la escritura, pervive el poder del enunciado hablado y de algunas de sus figuras. Siempre se intercalan, quizás para alivianar la rigidez y sequedad de la escritura formal del lenguaje burocrático, de la jerga académica, etc. Hay espacios sociales que por sus particularidades nunca se alejaron del lenguaje hablado, es decir, nunca dejaron que su estructura se contaminara de las regularidades y la rigidez de la escritura, como sí lo permitió, por ejemplo, el lenguaje jurídico y el texto de los saberes científicos. Con mucha seguridad es en la política, en general, pero sobre todo en el discurso de los grandes oradores, en la retórica, donde las finuras del lenguaje hablado siguen siendo sustanciales para lograr la comunión emotiva con los escuchas, con los seguidores, con los simpatizantes. El rumor político tiene una fuerza emotiva, hipnotizante, que no lo tiene ningún sustentado argumento económico. Se lo puede observar en cualquier campaña electoral. Y ese rumor político es más poderoso, no únicamente cuanto lo enuncia un carismático líder, sino sobre todo cuando la prole, el pueblo, el público, la ciudadanía, lo repite incesantemente. El rumor político justamente es eso. Es la persuasión que se logra en los escuchas luego de que se lo repite con insistencia, desde muchos lugares, por muchas voces. Mientras más se lo haga, más verosímil se torna. Mientras más se enuncie, más se lo cree. Pero la magia real del rumor consiste en poder fundamentar comportamientos prácticos, en su pragmaticidad. En provocar acciones peligrosamente apuntaladas en supuestos enunciados verdaderos, en un simple pero proteico tejido rumorizante. A guisa de ejemplo recordemos como el rumor político difundido por el gobierno de George W. Bush, en la aciaga primera década del XXI, respecto a la supuesta posesión de armas atómicas de destrucción masiva por el gobierno de Irak, desató una guerra genocida que terminó destruyendo ese país, para luego, ya con evidencias empíricas, reconocer que no existía ninguna de esas armas, que sus servicios de inteligencia se habían equivocado. Asimismo, los acontecimientos del 11 de septiembre del 2002, aun no esclarecidos del todo, permitieron la introducción de un término que una vez legitimado, desde el rumor, hizo posible la violación de todos los tratados internacionales vinculados a la presunción de inocencia y el debido proceso, condenando a la desaparición y asesinato a miles de seres humanos que fueron etiquetados como terroristas. El rumor de la tristemente célebre guerra preventiva. Como hemos tratado de mostrar con estos dos ejemplos, esas son las fuerzas pragmáticas del rumor en la política. Y si en la ficción fílmica, con que abrimos este texto, el rumor mato al pueblo de Santa Sofía del Darién, en la política imperial destruyó todo un país: Irak, y condenó a tortura y muerte a miles de inocentes. En nuestro país, rara coincidencia, por estas fechas ha cobrado cuerpo un rumor que se venía cocinando desde hace ya algún tiempo, por lo menos desde el 2019. Un rumor que ha sido repetido hasta el cansancio en los medios de comunicación privados, un rumor que ha sido avivado por los funcionarios de este Gobierno y hasta por funcionales y sumisas voces académicas. Ese rumor afirma que en nuestro país están operando varias guerrillas urbanas. Guerrillas financiadas por el narcotráfico y por el crimen organizado con una doble intención: desestabilizar el país y destituir al presidente. Curiosa amalgama entre intereses económicos y vendettas políticas. El rumor de las guerrillas de palos y piedras, no convence a nadie. El ciudadano más despistado de este país advierte fácilmente su artificialidad. Guerrillas sin armamento, sin estructura, sin operativos, sin víctimas… no son creíbles Como buen rumor, este, tampoco tiene soportes empíricos creíbles. Es más: no tiene ningún soporte referencial. Pero, más allá de ese pequeño detalle, el sello de la inteligencia que lo ha producido es la inaudita torpeza en su construcción. Guerrillas financiadas por el narcotráfico, según arroja la investigación de inteligencia, que se enfrentan con armas caseras: escudos hechos de viejas antenas de televisión y palos arrancados a árboles caídos. Llama la atención que las guerrillas urbanas del siglo XXI, han involucionado dramáticamente hacia el paleolítico bélico y se han distanciado palmariamente de una rica historia continental, para agazaparse furtivamente entre las protestas populares e indígenas. Parece ser que el negocio del narcotráfico anda capa caída en esta región del planeta para que su financiamiento no pueda sino alcanzar para solventar ese deplorable armamento. A ojo de buen cubero, el tráfico de un par de kilos de cocaína, de los miles que salen por los puertos de este país, podría costear algo mejorcito. Llama también la atención, que el arsenal que se utiliza para arreglar cuentas entre micro traficantes en las barriadas pobres de este país, modo sicariato, sea verdaderamente sofisticado. ¿Será que, en el reparto del financiamiento y del armamento, como suele ocurrir en estas tierras, los sectores de izquierda llevan la peor parte? Pero los rumores en política no son inocentes, no tienen la candidez que se los puede atribuir cuando están conectados con la ficción fílmica o literaria. El rumor político que brota desde el poder es malvado y cínico. Germina de la necesidad estratégica de crear adeptos entre los asustados ciudadanos para permitirse legitimar la violencia por fuera de lo legalmente establecido. El rumor político que hoy pretende desplegarse por nuestra geografía intenta producir miedo, incertidumbre, terror, como en Santa Sofía del Darién. Busca justificaciones para violentar, destruir, asesinar. El terror que intenta expandir el rumor de las guerrillas de palos, piedras y escudos de cartón, trata de esconder la inoperancia de un gobierno que impávido observa cómo se asesinan indiscriminadamente a cientos de ciudadanos en las calles de todo el país, con armas de alto calibre. Trata de crear un enemigo ficticio, un falso positivo, que legitime la criminal represión a cualquier movilización social que muy pronto será estigmatizada también de guerrilla financiada por el narcotráfico, como en estos días se busca hacer con la CONAIE. El rumor de las guerrillas de palos y piedras, no convence a nadie. El ciudadano más despistado de este país advierte fácilmente su artificialidad. Guerrillas sin armamento, sin estructura, sin operativos, sin victimas… no son creíbles, menos cuando la policía no tiene capacidad ni siquiera de proteger su armamento al interior de sus instalaciones, peor aún de frenar la criminalización galopante de la vida social. Y todo esto ¿para qué? —pregunta el periodista asombrado, al final de la entrevista al narrador omnisciente Gustavo Calle Icaza, refiriendo la estrategia de haber desmantelado y extraído todos los enseres de la Casa Uribe en la Calle 9 con Carrera 9 de la ciudad de Bogotá. —¿Para qué?, cómo que ¿para qué?.. Pues para… ¿para que le sirve a usted la dignidad? Ah… qué, esa palabra no existe ¿o qué? …O no lo usa usted en televisión. Cómo que ¿para qué? .... Para la dignidad, hombre, para la dignidad nuestra.




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