HASTA QUE LA DIGNIDAD SE VUELVA UNA COSTUMBRE MÁS
Pedro Pierre / vía correo electrónico
Foto Publimetro
Nuestros hermanos de Chile nos están regalando grandes ejemplos de dignidad desde un año, en particular las nuevas generaciones. Hasta le pusieron el nombre de ‘Plaza Dignidad’ al lugar de la capital donde se van reuniendo multitudes… Hace una semana eran los de Bolivia… Los pueblos despiertan y quieren una vida más digna. Ecuador también está en este camino de mayor dignidad.
La dignidad es nuestra identidad más profunda como seres humanos y como pueblos. Es normal que luchemos por ella, pues la dignidad no se regala, se conquista, se defiende, se perfecciona. Es una lucha permanente por una vida mejor para uno mismo, para nuestra familia, nuestro pueblo, nuestro país.
Individualmente una persona digna es una persona coherente, es decir, que nuestros actos deben estar en conformidad con nuestras palabras, nuestra fe y los ideales que perseguimos. No nos respetamos y no tenemos dignidad cuando somos hipócritas, mentirosos, incumplidos, irresponsables… Tampoco somos dignos si vivimos en una casa desordenada y un entorno sucio: No nos amamos ni amamos a nuestra familia ni a los demás.
Una persona digna es una persona justa y honrada. Perdemos nuestra dignidad cuando somos injustos con los demás, corruptos, engañadores… A veces, como padres somos injustos con nuestros hijos no sólo cuando los tratamos mal, sino también cuando no les damos el tiempo y el cariño que esperan de nosotros.
Una persona digna vive de una manera sencilla, tanto en su vestir, como en su casa, en su profesión, en sus relaciones. La acumulación de bienes y de dinero destruye nuestra dignidad porque nos hacen perder nuestra libertad, nuestra tranquilidad y la calidad de nuestras relaciones con los demás. En la sencillez de vida está nuestra grandeza y belleza.
Un persona digna es consciente y cuidadora de sus derechos. Una vida digna supone la satisfacción de nuestros derechos básicos: empleo, casa, salud, educación, respeto. ¡Cuántas y cuántos, en Ecuador, pueden decir que tienen una vida digna, si el desempleo bordea los 60%, o sea, casi 2 familias sobre 3 están sin trabajo asalariado! ¡Y cuántas familias ecuatorianas arriendan casas o departamentos! ¡Cuánto racismo todavía entre nosotros cuando no respetamos la dignidad de los indígenas y los negros! ¡El mismo machismo es un crimen contra la dignidad, los derechos y la vida de las mujeres!
La dignidad es no sólo individual, es también colectiva. A lo largo de los siglos, para conformar el Ecuador de hoy nos hemos unidos entre entidades y pueblos diferentes: tenemos una historia común, una raíz milenaria, personajes ilustres, un patrimonio que nos hace famosos, páginas grandiosas de hazañas no tanto guerreras sino fraternales y culturales. El regionalismo es una enfermedad que carcoma nuestra dignidad colectiva. ¿Cuándo descubriremos que somos un único arcoíris de pueblos y nacionalidades, una sola raza de múltiples colores y valores, llamados a construir la Patria Grande y una fraternidad sin fronteras?
Para una mayor dignidad, la superación de la pobreza es nuestro gran reto. Las grandes desigualdades entre nosotros destruyen la dignidad de millones de personas: unos pocos acaparan lo que pertenece a todas y todos, porque la pobreza es empobrecimiento, es decir, el resultado del despojo y saqueo. Desde más de 50 años, nuestros obispos latinoamericanos y, desde 7 años, el papa Francisco no cesan de repetirnos que la pobreza es fomentada por el sistema capitalista neoliberal que “hace a los ricos más ricos a costa de los pobres más pobres”. El problema no es primero la pobreza, sino la riqueza, es decir, la acumulación de dinero que crea la pobreza y la miseria. La lucha por la dignidad pasa por el cambio del sistema económico en que nos encontramos y que fortalecemos muchas veces inconscientemente. Es una cuestión de dignidad colectiva. Ya varios países con gobiernos progresistas han emprendido este camino de dignidad. Lo vemos con Chile, Bolivia, Argentina, México, como también Venezuela y Cuba, a pesar de las presiones, los embargos y las mentiras que los grandes medios de comunicación comerciales nos pintan de libertad.
¡Felices las y los que estamos en esta doble lucha individual y colectiva por nuestra mayor dignidad y la de los demás! Eso fue el camino de Jesús de Nazaret: la dignidad y la fraternidad desde las alternativas de los pobres conscientes, unidos, organizados y valientes.
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