Historia, presidenciables y LGBTIQ+
Diana Maldonado Lasso. OpcionS
Foto: El confidencial
El 7 de febrero deberemos ir a sufragar, una vez más, para elegir Presidente, Vicepresidente, Asambleístas y representantes al Parlamento Andino por el período 2021 – 2025.
Tenemos una gran variedad de candidatos, 16 para ser exacta, que van desde lo más conservador y religioso, pasando por los mismos de siempre, terminando en rostros nuevos en este tipo de contienda.
Pero estas elecciones tienen un tinte adicional, uno que en años anteriores no hubo: la Covid-19. Venimos de un 2020 cargado de miedo, ansiedad, dolor, sufrimiento, desesperanza, ira, coraje, valentía y sobre todo mucha resiliencia.
Cada candidatura dice saber cómo sacar al país adelante, tiene la fórmula que hará que el país tenga ingresos, se pague la deuda externa, se generen trabajos dignos, se bajen impuestos y vivamos en medio de una economía boyante que alcance para cada uno de los habitantes de Ecuador.
No podía faltar dentro de los planes de gobierno la vacuna contra la COVID19. Prometen vacunación masiva para poder asegurar la vida, la salud y los trabajos (también conocido como mano de obra, según como se lo desee citar) y así salir adelante.
Pudimos escucharlos y verlos durante 4 días seguidos en 2 jornadas de debates. La última fue la obligatoria, la organizada por el Consejo Nacional Electoral, que reunió a los 16 candidatos. Aunque salimos de esos debates poco contentos y satisfechos, no podemos negar que unos cuantos fueron los que mejor se expresaron y mejores propuestas tuvieron; sin embargo, estamos en medio de una gran disyuntiva. A pesar de simpatizar con algún candidato y su propuesta, de saber que no tiene posibilidades de ganar, termina siendo descartado para buscar entre los que pensamos pueden llegar, al menos peor, al menos malo. Así, nuestro voto, termina siendo un voto por rechazo. Un rechazo que puede deberse al miedo de elegir si “moriremos a bala o a cuchillo”, como lo reza un argot popular.
Esto me lleva a pensar, por descarte, que -quizás- votamos para “morir a cuchillo”, aunque la agonía sea lenta y dolorosa, siempre hay un hálito de esperanza que puede hacernos el milagro y nos salve y, con suerte, nos sane.
Días atrás, conversando con mi hija, le decía que no recuerdo una sola vez en mi vida que haya escuchado que Ecuador está bien, siempre he escuchado que el país está en crisis, crisis económicas y sociales más graves o menos graves, pero crisis, al fin y al cabo.
La falta de trabajo, la delincuencia, la deuda externa y algún otro tema de boga en ese momento, han sido los temas clásicos, por excelencia, de las conversaciones y debates políticos entre familiares, amigos y candidatos a la presidencia, obviamente.
Mi hija me dijo que para ella es una crisis muy grave lo difícil que se ha vuelto el acceso a la universidad, su mejor amiga vive en Guayaquil y por rechazar el cupo asignado a la Universidad de Milagro, la penalizaron y no puede volver a postularse hasta el 2022. “¿Quién le devuelve los dos años de su vida perdidos por leyes absurdas? Si no trabajo no puedo estudiar y si no estudio no podré cumplir mis sueños. Estamos condenadas”, fue su comentario dicho con rostro de pena, de esa que nos duele, pero de la que nos vamos acostumbrando a sentir. La resignación.
Nuestras crisis como país han sido muy variadas: hemos tumbado presidentes y vimos huir a uno en helicóptero; cambiamos de moneda, del sucre al dólar; pasamos por guerras, por presidentes con sueños de ser cantantes de “rock en la cárcel”, por alguno que otro que quiso perennizarse en el poder y subestimó a su sucesor.
Por ejemplo, antes de 1998, las personas sexo género diversas (LGBTIQ+) éramos consideradas delincuentes. Podíamos ser condenadas a años de prisión porque amamos o nos gusta alguien de nuestro mismo sexo o por transgredir nuestro género asignado por la sociedad… o por todas las anteriores.
Quizás esos hechos no sean considerados como una crisis, sin embargo, lo fue. Recuerdo no poder decirle a mi mamá que soy bisexual por miedo a que me internaran en algún centro para “adicciones”, hoy conocidos como centros de “deshomosexualización” o tortura para personas LGBTI. Esto hizo que durante años niegue una parte de mi sexualidad, resultando caer en depresión y en considerar suicidarme. Años después pude comprender que todo lo que me pasó se debió al hecho de reprimir mis sentimientos, reprimir quien era en realidad. Hoy por hoy estoy feliz con mi compañera de vida y con mi hija, viviendo en la misma casa y sin el temor de que la policía toque a mi puerta para llevarme detenida por amar a otra mujer. Casos similares al mío hubo muchos y de seguro otros más fuertes.
Personas amigas me contaron que por los años 80s, en Guayaquil operaba el conocido Escuadrón Volante y en las discotecas de ambiente solían encender un foco rojo como alarma para avisar de la redada que se venía. Eso significaba una de dos cosas: o corrías por tu vida o simulabas ser “normal” bailando con alguien del sexo opuesto, todo dependiendo, por supuesto, del tiempo que quedaba y el lugar. Si te atrapaban, tenías que prepararte. Insultos, palizas y violaciones sexuales en el mejor de los casos, en el peor, todo lo anterior incluyendo la muerte.
Ese fue el país antes de 1998, año en el que se despenalizó la homosexulidad y pasamos de ser considerados delincuentes a ser considerados enfermos, y como tales, no podíamos ser apresados, no era nuestra culpa “ser así”. Y aunque en esos años ya se hablaba de la dignidad de las personas, de no discriminar y de que somos iguales en derechos, aparentemente a nadie se le ocurrió pensar que los LGBTIQ+ también éramos seres humanos. La crisis de la que les hablo fue una crisis social, política, económica y cultural. Una parte de la población de Ecuador sufrió crímenes de lesa humanidad durante décadas, afectando vidas, destruyendo familias y dañando el tejido social. No es hasta el 2008, que con nueva Constitución, nos conceden el derecho a unirnos de hecho pero nos pusieron un candado al matrimonio y a la adopción.
Ahora, en plena pandemia, se han registrado crímenes de odio a personas sexo género diversas aprovechando el incremento del uso de las redes sociales para poder hacer contacto, citarse y asesinar a alguien sólo por no ser heterosexual. Sin mencionar la violencia dentro de las casas. Muchas personas LGBTIQ+ tuvieron que vivir junto a sus agresores y violentadores por no tener otro lugar al cual acudir, se sintió la enorme necesidad de casas de acogida para nuestros colectivos, pedido que durante más de 12 años se ha hecho al gobierno central y ministerios encargados sin ningún resultado. Esta situación no ha terminado. Muchos nos hemos quedado sin trabajo formal y encontrar uno se ha vuelto una misión casi imposible ¿cómo pueden salir de esa casa, donde son víctimas de agresiones y violencia, si no pueden pagarse un lugar para vivir? ¿Qué ocurre con la salud mental y emocional, y por ende física, de estas personas?
A las puertas de nuevas elecciones presidenciales sus planes de gobierno deben ser leídos para conocer sus propuestas, en este caso, dirigidas a la población LGBTIQ+ de Ecuador. Pensaríamos que frente a todo lo anteriormente narrado las candidaturas incluirían, sin dudarlo, planes a favor de la no discriminación, violencia y segregación; garantizar el acceso a salud integral, educación y trabajo; proponer políticas públicas para campañas de visibilización y sensibilización a favor de una población históricamente vulnerable, exigir se acaten las sentencias de la Corte Constitucional a las instituciones del estado, especialmente al Registro Civil que solo trabas nos pone; por mencionar algunas.
Algunas de nuestras propuestas durante años para la construcción de políticas públicas han sido: un cupo laboral en empresas privadas e instituciones públicas, que se reconozcan las homoparentalidades, pedimos tener cédulas y pasaportes que muestren nuestra realidad sin estigmas, que podamos denunciar la violencia que se da entre parejas del mismo sexo reconociendo a la violencia intragénero como un tipo más de violencia, que se prohíban definitivamente las terapias de deshomosexualización, que podamos acceder a aborto legal, gratuito y seguro si somos sobrevivientes de violaciones sexuales “correctivas”, entre otras.
De las 16 candidaturas, tres son las preferidas y de ellas, ninguna incluye en su plan de gobierno a la población LGBTIQ+.
Sólo un candidato las tiene y fue quien no tuvo temor de decir en pleno debate LGBTI, que al parecer llenaba de miedo a los demás. También escuchamos a otro candidato mencionar a la población transgénero y desear acabar con la homofobia. No estuvo mal, sin embargo, se quedó cortísimo y dio la impresión que consideró decirlo por lo trabado y nervioso que lució. Y…¡pare de contar!
Al parecer, las personas sexo género diversas somos inexistentes, no contribuimos para nada al estado y podemos ser excluidas de las políticas públicas fácilmente. No se han enterado que conformamos y formamos familias, que trabajamos y pagamos nuestros impuestos, que apoyamos al turismo cuando salimos de viaje, que estudiamos, que escribimos todo tipo de historias y artículos, que somos médicas/os, docentes, choferes, agentes de tránsito, policías, militares, ministras/os, asambleístas, diseñadores/as, la ingeniera encargada de supervisar una obra pública, la persona en servicios al cliente de tu proveedor de Internet, la que te vende el almuerzo o quien te lo llevó hasta tu casa, en fin… estamos en todos lados pero somos ignorados, sobre todo, porque quizás piensan que “damos mala imagen” o porque hablar de personas LGBTIQ+ es “muy polémico” y resta votos en esta sociedad ultra conservadora y religiosa.
En años anteriores pudimos ver cómo los colectivos sexo género diversos fuimos instrumentalizados para dar una falsa visión de inclusión al gobierno y de esta forma tratar de asegurar votos. En esta campaña las cosas no son diferentes y por ahí circula una imagen endosando nuestro total apoyo a un candidato que salió del gobierno anterior. Sí, de ese que nos puso los candados constitucionales a la adopción y al matrimonio; el que creó una doble cedulación que estigmatiza a los colectivos T, ese.
Es realmente penoso que tengamos que elegir entre el menos malo y el malo en lugar de votar por aquel que nos agrada y cuyas propuestas son las mejores, a nuestro criterio. Hemos ido de elección en elección apostándole al voto rechazo, y si en su lugar ¿mejor votamos por quien nos pareció el más indicado y hacemos que llegue a la segunda vuelta?
La política económica no lo es todo. No se puede ponderar el trabajo sobre la salud o la vida. No podemos seguir como simples observadores de los procesos electorales. Nuestro presente y futuro dependen de ello. Podemos cambiar el rumbo, pero sin olvidar la historia, nuestra historia, para que no se repita y para que avancemos en derechos y dignidad.
https://opcions.ec/portal/2021/01/23/historia-presidenciables-y-lgbtiq/
Comments