Israel impide la entrada de incubadoras y alimentos en Gaza sin dar explicaciones
Chiara Cruciati (Sin Permiso)
(Desde el paso fronterizo de Rafah)
Foto tomada de amnesty.org
La fila de camiones parados comienza en Ismailia. Los conductores se bajan a estirar las piernas. Justo delante, un puesto de control es la primera de las muchas fronteras interiores que desde hace años son un signo del estado militarizado de excepción de la península del Sinaí.
Un funcionario del gobierno egipcio se sienta entre los carriles imaginarios del puesto de control, frente a una polvorienta mesa de plástico y un anticuado libro de contabilidad, en el que anota con un bolígrafo las matrículas de todos los vehículos que pasan por allí. Se puede ver todo el espectro de la sociedad: coches de colores obscuros con hombres trajeados,
furgonetas oxidadas, monovolúmenes familiares, chicos con kufiyas tapándoles la cabeza y las caras obscurecidas por el sol, que aquí es muy intenso. Pasa vacío un autobús de la Universidad del Sinaí. Le sigue una camioneta con cientos de trenzas de ajo.
Unos cientos de metros más adelante, vemos el puesto de control que conduce al túnel del Canal de Suez. Diez carriles, desierto. Fue diseñado, tal vez, para un tráfico masivo que no existe hoy en día: el Sinaí está fuertemente blindado. Al final de cada carril se han montado escáneres de rayos X para autobuses y camiones.
Se pueden ver más camiones, aquí y allá. Llevan logotipos del OOPS, de la OIM, ONGs turcas. Cientos de kilómetros después, volvemos a verlos: primero en Al-Arish, luego en Rafah. Es aquí, a poca distancia de Gaza, donde la Operación Espada de Hierro, lanzada por Israel tras el ataque de Hamás del 7 de octubre, hace sentir su presencia: concretamente, con los 1.500 camiones humanitarios atascados entre al-Arish y Rafah. Van rebosantes de ayuda y su destino está a un paso. Sin embargo, esperan allí, atrapados bajo el sol del desierto.
"El flujo de ayuda es cada vez mayor, de todo el mundo. Me dan ganas de decir: más despacio, que no llegamos. Pero, ¿cómo decir que no a la gente que quiere donar?". nos dice Mohammed Noseer, jefe de operaciones de la Media Luna Roja Egipcia (MLRE) en Al-Arish. Tiene unos 60 años y dice que nunca ha visto una guerra como ésta. En el cruce, da la bienvenida a la caravana de solidaridad italiana organizada por AOI junto con Assopace y ARCI. Parlamentarios de la oposición, periodistas y ONGs han venido a pedir un alto el fuego inmediato.
Noseer se pasea arriba y abajo frente al paso fronterizo, con un walkie-talkie en la mano, coordinando las entradas y salidas. Señala el muro de hormigón que continúa a derecha e izquierda en el gran arco que se ha convertido en símbolo de la impotencia mundial. La vista del cruce parece irreal, como el guión gráfico de una mala película. A este lado, una calma distópica; al otro, hambre y bombas.
"Los camiones pasan por aquí, pero no todos los que se ven entran enseguida en Gaza. Primero tienen que pasar por las inspecciones". Allí comienza el complejo procedimiento derivado del acuerdo entre Israel, Egipto y la ONU. La burocracia militar ralentiza el flujo hasta convertirlo en un goteo desesperante: "Hay dos líneas", dice Noseer. "Los convoyes de la ONU van directamente al cruce de Kerem Shalom. Los convoyes de la MLRE, las ONG internacionales y los enviados por otros países van a Nitzana, 50 km al sur. Tras la inspección, se dirigen a Kerem Shalom. Descargan la carga en tierra mientras esperan a que los camiones palestinos la carguen: Israel no permite que ningún camión de fuera entre en Gaza".
Conseguir la aprobación lleva días, a veces semanas. También controlan a los conductores: primero pasan por el "escáner" de los servicios de seguridad egipcios y luego por el de los israelíes. Hay un tráfico constante de ida y vuelta, porque ahora todo pasa por Kerem Shalom. Rafah es una entrada ilusoria: sólo se permite el paso de combustible. "Además, los pasos fronterizos sólo funcionan cinco días a la semana. Cierran el viernes y el sábado, por la fiesta musulmana y la judía. Matan a los musulmanes toda la semana, pero el viernes les dejan tener un día de oración", comenta Noseer con amarga ironía.
Y los camiones se acumulan en la frontera. A día de hoy, hay 1.500. El martes, el presidente Biden alzó la voz desde el Air Force One: Israel ya no tiene excusas para no permitir la entrada de ayuda humanitaria. Uno sólo puede preguntarse si también utilizó ese tono con [Benny] Gantz en la reunión cara a cara de unas horas antes.
A poca distancia del cruce, un terreno baldío, empapado de sol cegador y polvo, sirve de aparcamiento a los camiones y de hogar temporal a sus conductores. Dicen que no pueden más; algunos llevan un mes esperando a descargar su carga. Hay una pequeña mezquita y una minúscula tienda de comestibles. Han venido preparados: cuelgan la ropa a secar entre las cabinas de los camiones, y las taquillas de los laterales sirven de cocina y mesa de café. Se hacen té y preparan platos calientes. "Nos pagan de todos modos, pero es un desperdicio", dice uno de ellos. "Alrededor de Al Arish está lleno de camiones. Nos retienen en los cruces para inspeccionarnos, hasta 7 u 8 días. Nos hacen volver varias veces para inspeccionar el mismo camión".
Moataz Banafa forma parte del equipo de apoyo en Gaza de la agencia de la ONU OCHA. En ese aparcamiento, rodeado de interminables camiones humanitarios, intenta darnos algunas cifras: hay unos 800 camiones allí, con cientos más a lo largo de la carretera. Otros siguen en Nitzana para pasar el control; los llaman "camiones dormitorio". Permanecen allí hasta una semana antes de que les den el visto bueno para ir a Kerem Shalom. "En este momento pasan 150 al día; a veces menos, 60 u 80. Cada camión tarda entre siete y diez días en pasar; pero algunos llevan un mes esperando".
Nadie sabe qué hay detrás de la decisión. A menudo viene de dentro de los centros neurálgicos de la ocupación militar israelí; la burocracia parece arbitraria y uno no tiene ninguna certeza, como si estuviera rodeado de una espesa niebla. Y luego están las protestas: "Los bloqueos de manifestantes de la derecha israelí a menudo han conseguido cerrar el paso completamente", continúa Banafa. "Es un coste para la ONU y las ONG: pagan por cada día extra. Es cierto que con un alto el fuego entrarían muchos más camiones. Lo vimos con la tregua de diciembre".
Las inspecciones no son una mera formalidad. El 10% de la ayuda se devuelve, con una X roja pintada por los funcionarios israelíes. Basta una X, en un solo paquete de ayuda, para rechazar un camión entero, dice Banafa. La Media Luna Roja almacena la ayuda rechazada en unas instalaciones en al-Arish. Noseer nos dijo antes en el paso fronterizo que no existe una lista de mercancías prohibidas: "COGAT [la Administración Civil Israelí para los Territorios Palestinos Ocupados] nunca nos ha enviado un correo electrónico oficial con lo que está permitido y lo que no. Ponen una X, lo devuelven, pero no dan una justificación. Nuestro almacén está lleno".
Desde luego que lo está. Han añadido otros edificios prefabricados a la estructura principal de hormigón, porque hay que proteger la mercancía. "Rechazan cualquier cosa que produzca energía, incluidos los paneles solares. Lámparas incluso. Rechazan generadores, bombonas de oxígeno, frigoríficos. Cualquier objeto metálico, hasta las muletas. Rechazan tiendas de campaña si tienen colores de camuflaje militar: dicen que Hamás podría utilizarlas como uniformes. Y los estuches de higiene si contienen cortaúñas: dicen que se pueden utilizar como cuchillos".
El almacén está repleto de palés, apilados unos sobre otros, en tres pasillos. Entre todo ello, lo que realmente da escalofríos son las incubadoras: en el hospital Al-Shifa, decenas de bebés prematuros murieron debido al corte de electricidad y a que las incubadoras no funcionaban. También hay equipos de cocina, camas de larga estancia, generadores, contenedores de agua, purificadores de agua. En Gaza, estos bienes marcan la línea entre la vida y la muerte.
"Israel también devuelve algunos bienes en función de quién los donó", añade Noseer. "Si proceden de Irán, por ejemplo, o de asociaciones palestinas. Quitamos los logotipos de los paquetes y los enviamos igualmente". Lo mismo ocurre con las ambulancias: hay sesenta aparcadas delante del almacén. "Israel sólo permite la entrada de siete ambulancias a la semana", dice Banafa. "Allá dentro ha destruido decenas de ellas. Las ambulancias son necesarias".
Los palestinos utilizan carros tirados por burros para trasladar a los heridos y a los muertos. Algunas ambulancias tienen logotipos de países árabes. Se limitan a despegarlos, con la idea casi tranquilizadora de que puedan sortear un sistema enfermo.
il manifesto global, 7 de marzo de 2024
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