La revolución de los lápices y los colores
Liliana Estupiñan / La Oreja Roja
Foto: La Oreja Roja
Nunca había visto tamaño amor por este país, la libertad y los derechos como en este movimiento social del año 2021. Sin olvidar que esto se venía gestando desde antes de la pandemia y muy a propósito de la firma del Acuerdo de Paz que logró desatanizar la protesta social.
Recordarán ustedes que fueron las y los jóvenes quienes sacaron adelante el Acuerdo de Paz, luego que los grandes le dijeron NO en el plebiscito. Ellas y ellos crearon el movimiento de las banderas blancas y marcharon por toda la geografía nacional, lo que posibilitó la realización de ajustes al documento, sin perder toda la filosofía transicional inicial y el posterior aval del Congreso, además del inicio de lo que hoy es una precaria implementación ante un gobierno que no le apostó al Acuerdo. Parte de lo que vivimos, es consecuencia de la desidia de este gobierno y de la falta de creación del Estado en la geografía del abandono.
Les hemos fallado. Les estamos dejando un país pobre, racista, clasista, sexista, homofóbico, centralista, xenófobo, patrialcal, neoliberal, autoritario, aporofóbico, violento, violador, discriminatorio y sin las más mínimas oportunidades. La opción para muchos o muchas es irse de Colombia, y lo peor, no en las mejores condiciones. Ahora, tenemos la osadía de decirles que así no se hacen las cosas. La pregunta es, ¿cómo lo hemos hecho nosotros para entregarles semejante esperpento de futuro? Llevamos décadas y siglos en “la primera fila”, pero de la destrucción del futuro y la dignidad.
Ver las fotos de las movilizaciones me genera absoluta ternura, verlas en vivo, cuando la cobardía me ha abandonado un poco, también. Miles y miles, yo creo que son millones las y los que caminan y protestan de todas las formas posibles. Especialmente jóvenes de todos los colores e ideologías. Una o uno que otro grande, pero esto es de ellas y de ellos, de mujeres, de pueblos ancestrales, de cimarrones, de trabajadores, trabajadoras, campesinos, campesinas, artistas, constructores y constructoras de paz.
Estos ríos de lápices, colores, libros, cuadernos, sonidos, pancartas divertidas, títeres, música, arengas, murales, graffitis, pero también de gritos de dolor y de exigencias, representan, inicialmente, un llamado de auxilio por la pobreza, el tedio y la angustia que generan tamañas injusticias y cargadas por años y décadas. Al final y de forma caótica, están construyendo poco a poco un nuevo discurso nacional o plurinacional.
Muchos símbolos de la colonia y de la explotación se han derrumbado, esto va más allá de las estatuas, es la construcción de una nueva retórica, de un nuevo Estado. Colombia nunca volverá a ser igual.
La clase media no es la única que está en la calle. Aquí veo de todo, muchas clases, muchas ideologías, muchas formas de ver el mundo. Una parte del Sur de Bogotá, por ejemplo, está en plena comuna y olla de solidaridad. Parecen las imágenes de los guerreros vikingos, pero por supuesto, esas bogotanas y bogotanos con apenas una que otra coraza de cartón y latas como escudo. Pero eso sí, llenos de fuerza y de amor. Ahí no hay igualdad de armas, solamente veo un símbolo de resistencia y de desobediencia civil.
Un Estado que nunca ha “estado” a la altura de su pueblo, de toda su geografía, más bien a la altura de sus élites bogotanas y regionales. Ahora mismo, no sabe que hacer, ya no puede engañar o dilatar con el tema del bla, bla, bla y de la famosa concertación. O hace bien las cosas, o esto se sale más de su cauce. Eso sí, un Estado que reprime, que mata, que desaparece, que lidera la “fábrica de víctimas” desde hace muchos años. Las imágenes del uso brutal de la fuerza pública reflejan la decadencia y el discurso de odio que nos han vendido e introyectado por décadas.
Pero ellas y ellos, ya lograron la paz, por lo menos la inicial (movimiento de banderas blancas por la paz), hundieron la reforma tributaria y van por la de la salud. Algunas prebendas más. Pero este movimiento es el inicio de algo de largo aliento que deberá vivirse en clave de democracia y de Estado Social de Derecho. Muchas cosas deben ser objeto de grandes ajustes, lo he dicho en otras columnas, veo un momento preconstitucional, aunque solamente será posible en unos años, para que no sea preso del putrefacto olor del fascismo o del autoritarismo que hoy pervive. La prueba de este fétido olor, es el recrudecimiento del pensamiento paramilitar, de “la gente de bien” y de feroz ataque a los manifestantes.
Se olvidaron de la pandemia, de las UCIS, de las y los mayores. Dan por hecho que las vacunas harán parte de la tarea (¿cuáles vacunas?). Ahora siguen empecinados en caminar y caminar. Llegarán a un gran puerto, pero en el camino los esperan furibundos seres anclados en el pasado y la violencia, a esos toca esquivarlos y no salirles al paso.
Gracias por la esperanza, hoy más que nunca me aferro a ellas y ellos. Algo mejor le tiene que pasar a Colombia, a América Latina y a toda la geografía del sufrimiento.
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