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Mis deseos contra la oligarquía colombiana

Alexander Martínez Rivillas* / El Salmón Urbano

Foto: Telesur


Antonio Caballero Holguín dijo en varias ocasiones que escribir sobre la coyuntura de Colombia era relativamente fácil. Para él, su desarrollo obedecía a una estructura fija en el tiempo desde la fundación de la República e, incluso, desde la Colonia, pues, lo único que cambiaba en Colombia eran los actores o los contextos. En parte tenía razón.

La sustancia de los problemas públicos o políticos de Colombia son casi siempre los mismos: corrupción, clientelismo, colusión, ineficiencia administrativa, chapucería, rechazo a la ciencia y la tecnología, latifundismo, ejércitos privados, masacres, batallitas entre partidos y entre bandos de los mismos partidos, inoperancia de la justicia o su usurpación por poderes políticos externos, cinismo patológico de las élites sociales, subordinación cultural, económica y política a los imperios, incapacidad de un saneamiento urbano, problemas de habitabilidad, desprecio por lo popular, racismo, clasismo y patriarcalismo existenciales, desdén secular hacia nuestras propias tradiciones musicales, gastronómicas, arquitectónicas, agroecológicas…, sin dejar de pasar por la condena a nuestras bebidas espirituosas.

La ausencia del más mínimo sentido de respeto y reconocimiento por el campesino, el indígena, el artesano y el obrero, ha logrado que las oligarquías colombianas lleven a estas poblaciones a sufrimientos inimaginables. Una “venganza nacional” es en lo que ha consistido la acción estatal de Colombia, lo que no dejaba de repetirnos Rafael Gutiérrez Girardot.

Los recursos para ejercer esta venganza han sido ilimitados. Mientras se suceden las elecciones del 13 de marzo, no dejo de recordar esas imágenes de policías disparando por la espalda a casi niños en el “estallido social”. ¿Quién puede concebir semejantes bellaquerías contra su propia gente o su propia comunidad? Solo puedo imaginar una respuesta: esas bandas de criminales enraizadas en los partidos, los gremios y las organizaciones estatales de toda naturaleza, desprecian por auténtica convicción a su propio pueblo. Se trata de una especie de “pulsión de muerte” que inunda la totalidad de su existencia, y que los empuja a subsumir en un foso infinito de violencias a todo lo humano y natural que les rodea. Desprecian Colombia, ese “hiperobjeto” lastrado de dolor que aún estamos definiendo.

Espero que esta nación sea alguna vez gobernada con algún mínimo de decoro. Espero el concierto general de la paz y de un ingreso decente para todos. Espero que hoy, en estas elecciones, la “política legislativa” de Colombia hable por primera vez de estos colombianos, los más infamados de la tierra.

* Profesor asociado de la Universidad del Tolima.


https://www.elsalmon.com.co/2022/03/mis-deseos-contra-la-oligarquia.html

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