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Pachamama, pachamamistas y otras etiquetas: unas notas de cautela

Eduardo Gudynas / PUkara

Foto: Democracia sur


En los debates políticos en general así como en las discusiones sobre las estrategias de desarrollo, es muy común apelar a etiquetas muy generales, y por ello ambiguas. Entre los casos más conocidos están las palabras como indígena, indio o Pachamama, donde hay unos que creen que basta decirlas para para que sus posturas políticas o propuestas electorales se vuelvan positivas, mientras que otros las emplean como crítica, descalificación o insulto.


El término Pachamama es elocuente, porque fue esgrimida en campañas de publicidad para defender proyectos de desarrollo gubernamentales y a la vez estaba presente en las marchas ciudadanas que los resistían; se escribían artículos y libros donde unos la defendían y otros la atacaban. Se han sucedido períodos de uso intensivo y otros de calma, pero a pesar del paso de los años, de toda la energía y recursos invertidos, podría decirse que de todas maneras muchos navegaron en la superficialidad. Y eso ocurre precisamente por usar de modo simplista los calificativos.


No pretendo aquí resolver la cuestión sobre los significados encerrados en esas palabras, sino que me enfoco en un momento previo. Ese instante en el cual en vez de avanzar en análisis más rigurosos, en desentrañar qué está por detrás de las palabras, se cae en el uso de las etiquetas. Esto impacta especialmente en ciertos actores y en un tipo de posiciones.


En efecto, entorpece y bloquea sobre todo a los grupos minoritarios, subalternos o marginados histórica y políticamente (para los que están en el poder, ante cualquier postura indígena es más sencillo desecharla como pachamamista antes que intentar entenderla); y como los diagnósticos y análisis de partida son precarios, las alternativas propuestas también resultan insuficientes (para esos mismo, quienes ejercen el poder lo aprovechan para diluir opciones de cambio que ataquen los problemas de fondo). Ante esta situación la cautela es un imperativo.

La etiqueta del pachamamismo


Tomando como ejemplo los usos de la etiqueta pachamamista, puede decirse que ha estado presente desde hace más de una década. Unos la emplean como un descalificativo para atacar posturas que pueden ser indigenistas, indias, ambientalistas, autónomas, etc.; otros empleaban a la Pachamama casi en sentido opuesto, como slogan que justificaba, pongamos por caso, el ambientalismo propio.


En 2011, desde el portal Patria Insurgente, Félix Encinas señalaba que el pachamamismo es un “concepto mítico, animista, es un símbolo en base a la cosmovisión andina” pero que “representa y actúa bajo el precepto ideológico y político del capitalismo”(1). Arremetiendo dentro y fuera del MAS de aquel tiempo, sostenía que los pachamamistas hacían una defensa ambiental romántica que no entendía las contradicciones capitalistas.


Más o menos en ese mismo tiempo, Pablo Stefanoni, un periodista cercano al gobierno, decía que el pachamamismo era una “neolengua” a la moda, que disolvía “las profundas ansias de cambio de los bolivianos” y que impedía “combinar las expectativas de desarrollo con un eco-ambientalismo inteligente” (2). Todo ese análisis es llamativo, ya que si bien triunfaron los anti-pachamámicos en el gobierno, esos mismos que defendía Stefanoni, no parecería que en los diez años siguientes se fortalecieron esas opciones de cambio ni que se combinara el desarrollo con un “eco-ambientalismo inteligente”. En realidad ocurrió todo lo contrario, y eso fue posible por el uso ligero de las etiquetas y los slogans.


Con el paso del tiempo, bajo esa palabra se ubicaron todo tipo de posiciones, sean las de indígenas como de no indígenas, dentro o fuera del gobierno, y así sucesivamente. Por ejemplo, algunos meses atrás y desde otras perspectivas, Carlos Macusaya señalaba que los pachamamistas asumen ingenuamente ideas provenientes de la academia occidental que resultan en marginar o mantener lejos del poder a los indios; el “pachamamismo es un cuento y una ‘mamada’ que entretiene ‘indios” (3).


Más cerca, pocas semanas atrás, el presidente Luis Arce anunció el descubrimiento de un yacimiento de gas en Chuquisaca, donde lo impactante fue su frase final: ese pozo de gas “es un regalo de nuestra Pachamama para todas y todos los bolivianos” (4). Otra vez aparece la invocación a la Pachamama entremezclada en los discursos políticos y las estrategias de desarrollo.


Está claro que prevalecieron enfrentamientos caracterizados por el entrevero y la superficialidad. Por ejemplo, se cuestionaban a los pachamámicos en una desprolija escala de indegeneidad, ya que en unos momentos se los acusaba de ser poco indígenas, dado que el Vivir Bien carecería de verdaderas raíces en los pueblos originarios, y al momento siguiente, se los denunciaba por ser demasiado indígenas dada su supuesta aspiración de regresar a un pasado precolonial, que además se entendía que llevaría a un colapso del país.


Poco y nada se avanzó en cuestiones cruciales que necesitaban ser exploradas: ¿sólo los indígenas pueden invocar a la Pachamama? ¿Pachamama es lo mismo que Naturaleza? ¿el indianismo está en contradicción con el Vivir Bien?, si hubieron kataristas neoliberales, al decir de Xavier Albó, ¿pueden existir kataristas pachamamistas?, y así se pueden sumar muchas interrogantes.


Es más, retomando los dichos del presidente Arce, ¿es correcto sostener que la Pachamama está regalando gas a los bolivianos, o sería más adecuado asumir que los humanos arrancan ese hidrocarburo de sus entrañas? Si es un regalo, ¿hay reciprocidades? ¿cuáles serían? Si la presidencia sostiene que la Pachamama regala gas, inmediatamente asoma la duda si la vicepresidencia piensa lo mismo.


Se hace muy difícil avanzar en esas reflexiones si lo que prevalece es un intercambio de acusaciones de pachamamismo de unos a otros.

Detrás de las eitquetas


Ante esta situación es oportuna la cautela en varios frentes. Comencemos por recordar que las invocaciones iniciales a la Pachamama, Madre Tierra o ideas similares, usualmente asociadas a los discursos sobre el Vivir Bien, contenían una clara crítica al desarrollismo convencional. Por lo tanto, aquellos que sostenían que el Vivir Bien o la defensa de la Pachamama eran funcionales al desarrollismo o al capitalismo, en realidad ignoraron, desatendieron o esquivaron esos aportes. Es necesaria la cautela para poder recuperar ese tipo de historias.


A su vez, los que sostenían que el pachamamismo era un invento de los militantes o intelectuales del norte, y que estaban alejados de las urgencias de las comunidades locales, invisibilizaban o menospreciaban decisivos aportes bolivianos. Es que allí estaban los trabajos y prácticas como las de Simón Yampara o Mario Torrez, y se podrá tener opiniones a favor o en contra, pero no pueden ser ignorados (5). La cautela impone el respeto por el trabajo de otros y tomarse el tiempo de analizarlo.


También hay que reconocer que se tomó el rótulo Pachamama para todo tipo de discursos, slogans y emprendimientos. Las invocaciones místicas que en aquel tiempo ofrecía David Choquehuanca y otras posiciones similares alimentaron el uso desprejuiciado del término, y eso a su vez alentó a los críticos despectivos (6). También fueron superficiales análisis políticos de la academia del norte, como las alabanzas de Walter Mignolo a la presidencia de Evo Morales como un renacer indígena (7). Se mezcló el uso ingenuo, los aportes de académicos del norte que asimilaban sus sueños con lo que sucedía en Bolivia y Ecuador, y unos cuantos egos. Admitidos esos y otros problemas, lo que enseguida debe reconocerse es que más o menos lo mismo ocurre en los campos opuestos, o se cree que es un paraíso de convivencia y humildad los ámbitos de la política, el empresariado y la academia donde se genera y reproduce el desarrollo convencional. Entonces, la cautela es necesaria para desentrañar estas complejidades, donde cada uno podría asignar fortalezas o debilidades.


La cautela también hace que no pase desapercibido que el calificativo pachamámico no era inocente ya que tenía la intención política de anular las críticas al desarrollo, y en especial por su potencial en trabar los extractivismos. Aquel calificativo fue promovido desde el poder. Ello fue una prefiguración de los ataques que años después se lanzarían contra organizaciones y movimientos ciudadanos. Utilizarla hoy, en el año 2021, implica aceptar y repetir una artimaña de la política gubernamental de una década atrás.


De esos modos, mientras muchos se entretenían peleándose con slogans persistió el desarrollismo de empresas privadas y estatales que devoraron los recursos naturales. Esa deja en evidencia otro aspecto crítico en esta dinámica: las discusiones superficiales basadas en calificativos terminan sirviendo al desarrollo capitalista y sus estructuras sociales. O sea, que las críticas de Encinas o Stefanoni reclamando oponerse al capitalismo terminaron blindándolo, asegurando los extractivismos en el desarrollo y encogiendo la justicia social a una redistribución económica por medio de bonos y ayudas monetarias.

No faltaban quienes insistían en que el Vivir Bien y la Pachamama era una preocupación de minorías; un invento de Simón Yampara, me decían algunos. Esos críticos nunca entendieron el enorme potencial de esas ideas, las reflexiones que desencadenaron, y su diseminación a múltiples sectores sociales. Pero los que sí lo comprendieron muy bien fueron varios actores dentro del gobierno y dentro de la base de apoyo académica. Tenían tan claro que ese modo de pensar era una real amenaza, y fue por esa razón que se lanzaron a una doble tarea.


Por un lado, reconfigurar un nuevo Vivir Bien aplicándole un contenido conceptual tan diluido como para que no se convirtiera en una obstáculo al desarrollismo extractivista controlado por el Estado. Por el otro lado, al desacreditar a todos los pachamamistas, fuese aquellos que usaban las ideas superficialmente como los que esgrimían una reflexión más aguda, terminaron por silenciar las voces críticas al desarrollo.


Más allá de las puestas en escena y ritualizaciones indigenistas gubernamentales, las que fueron tempranamente advertidas (8), todo aquello favoreció la delicada operación de reemplazar las ideas originales de Pachamama, como local y enraizada en comunidades socionaturales, por la categoría de una Madre Tierra que es planetaria y global. Ese cambio, no siempre advertido, tiene una enorme importancia ya que permitía ajustarse perfectamente con las ideas de Alvaro García Linera de que solamente eran posibles las revoluciones de todos los países al mismo tiempo, a escala global (9). Mientras eso no podía lograrse, estaba bien continuar siendo extractivista dentro del mundo capitalista, seguía diciendo su doctrina.


La cautela es otra vez necesaria para entender que en los enfrentamientos sobre el desarrollo, las concepciones sobre Naturaleza, Pachamama y otras categorías, están presentes más allá que se lo advierta o no, y más allá que sean visibles o estén ocultadas por intereses.


Entonces, hoy en día, cuando el presidente invoca a la Pachamama, habría que comenzar a discutir no solamente cuáles son los contenidos que el gobierno otorga a esa categoría, sino cómo se articulan con sus planes de desarrollo, como pueden ser sus esfuerzos por explotar más hidrocarburos o aumentar las tierras agropecuarias.



Detrás de las etiquetas


La proliferación de slogans y usos apresurados de los calificativos se repite con otros términos, como indígenas, indio, originario, campesino, etc. El etiquetado sepultó a los conceptos, y el ataque a la escucha y el diálogo. El análisis riguroso de las ideas, el esfuerzo para desentrañar lo que otros proponían, en algunos casos fue reemplazado por la burla.


Anders Burman tiene toda la razón al desnudar las limitaciones cuando ante cualquier discurso, crítica o ritual, sea del gobierno, de movimientos sociales o de intelectuales, que haga alusión a la pachamama, achachilas, wak’as, awichas, uywiris, sea caracterizado desde un inicio como un pachamamismo (10). Algo similar ocurre con la simplificación de concebir al Vivir Bien como exclusivamente indígena, ya que en realidad se nutrió de diálogos y aprendizajes entre saberes entre indígenas y no-indígenas. Se reconoce no sólo el origen colonial de la categoría indígena, sino que además con ese término se ocultan las diferencias a su interior. Es por eso que no son los mismos los saberes y sentires de los quechuas del sur de Perú, de los aymara del altiplano, o de los nasa en Colombia. Ni siquiera se ha caído en posiciones ingenuas, ya que también se admite que al interior de esos pueblos hay posiciones tanto a favor como en contra de la Modernidad, desde quienes han abrazado el consumismo a los que lo resisten.


Cuando se cae en simplismos, no se reconocen las valiosas críticas a la racionalidad propia de la modernidad occidental, las aperturas a considerar otros modos de concebir y organizar lo que nos rodea. Incluso, como advierte Atawallpa Oviedo Freire, algunas críticas que formalmente provienen del indianismo en realidad repiten una racionalidad moderna, muchas veces utilitarista y positivista, y por ello proclive a defender el desarrollo convencional (11).


Un debate serio obliga a reflexionar si la identidad, la autonomía o las alternativas al desarrollo se resuelven, pongamos por caso, volviéndose promotor de la minería, celebrando los pozos de gas o plantando semillas transgénicas. Esto es lo que ya hacen los modernos, y lo hacen desde el poder. No está demás advertir que esto no refleja cegueras científicas ni tecnológicas, ya que es la evidencia de la ciencia la que muestra los enormes impactos de esas actividades.


En Bolivia, como en los demás países, se ha sostenido por más de un siglo que el desarrollo clásico llevaría al bienestar. Si se continúa imitando el desarrollismo convencional, el país quedará diezmado. Las tierras bajas serán deforestadas, convertidas en paisajes de monocultivos y ganadería extensiva; los ríos amazónicos estarán contaminados por mercurio; los suelos andinos quedaran sepultados bajo la contaminación minera; la pobreza persistirá. Ese desarrollismo, basado en exportar recursos naturales, es incapaz de resolver los problemas sociales, y eso lo hemos visto.


Para no repetir esas mismas recetas se necesitan alternativas más allá de la Modernidad. Sin duda la perspectiva del Vivir Bien no tiene las soluciones para todas estas cuestiones, pero es una de las expresiones que permite ofrecer opciones distintas a la normalidad de la Modernidad. Entonces bajo la obsesión con las etiquetas que descalifican hay una violencia que anula esas alternativas heterodoxas pero también a quienes las postulan, en muchos casos grupos subalternos, como indígenas o campesinos. La cautela es necesaria, porque si otra vez se repiten las disputas entre etiquetas, tales como pachamamista u otras, seguiremos atrapados en una superficialidad que impide abordar las raíces de los problemas.

Notas

1. Origen del Pachamamismo, F. Encinas, Patria Insurgente, 24 setiembre 2011, http://patriainsurgente.nuevaradio.org/?p=432

2. El texto original se reproduce en ¿Adónde nos lleva el pachamamismo”, Tábula Rasa, Bogotá, 15: 261-264, 2011.

3. Batallas por la identidad, Carlos Macusaya, Nanuk, Lima, 2019.

4. L. Arce Catacora, en twitter, 24 de diciembre de 2020, https://twitter.com/LuchoXBolivia/status/1342161366757609473

5. Tan sólo como ejemplo, Aymar ayllunakasan qamawipa, Los aymaras: búsqueda de la qamaña del ayllu andino, S. Yampara H., R. Choque C. y M. Torrez E, CADA, El Alto, 2001.

6. Véase la entrevista a David Choquehuanca, 25 postulados para entender el ‘Vivir Bien’, en La Razón, La Paz; reproducido en Rebelión, https://rebelion.org/25-postulados-para-entender-el-vivir-bien/

7. Evo Morales: ¿giro a la izquierda o giro descolonial?, W. Mignolo, ALAI, Quito, 25 diciembre 2005, https://www.alainet.org/es/active/10270

8. Véase por ejemplo, el texto originalmente presentado en 2008 por Pedro Portugal Mollinedo, Mistificación indigenista e inicios del gobierno del MAS, reproducido en Pukara No 140, 2018.

9. Por ejemplo en Las empresas del Estado. Patrimonio colectivo del pueblo boliviano, A. García Linera. Vicepresidencia del Estado Plurinacional, La Paz, 2012.

10. El ch’akhi ontológico y el “pachamamismo”: Una crítica a la crítica, A. Burman, en: Memorias de la Sexta Conferencia Internacional Indio-Tiwanaku (F. Acarapi, ed). CIMUWI y Escuela de Pensamiento Pacha, El Alto, 2016.

11. Pachamamistas y pachapapistas: el camino y el caminante, A. Oviedo Freire, ALAI, Quito, 19 abril 2016, https://www.alainet.org/es/articulo/176869

E. Gudynas es analista en el Centro Latino Americano de Ecología Social (CLAES), Montevideo; investigador asociado en el Centro de Documentación e Información Bolivia (CEDIB), Cochabamba. Las opiniones en este artículo son personales y no institucionales.


http://democraciasur.com/wp-content/uploads/2021/01/GudynaPachamamistasCriticaEtiquetas21.pdf

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