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Por india, por radical y por feminista

Liz Zhingri / La Barra Espaciadora



Foto. La Barra Espaciadora



Me levanto llorando.

Me duermo llorando.

Me levanto llorando…

¿Esto tiene que ser la vida ahora?


Llorar de rabia y de impotencia porque un viernes por la noche los antiderechos, autoproclamados ahora fachas, pegan un cartel con mi nombre. Me insultan por “india”, por “radical” y por feminista. Proponen dar por mí una recompensa de cinco centavos, porque creen que con eso me humillan y me reducen a carne de sus chistes. Desde la venida de Laje no han dejado de repetirme lo mismo: ¿quién soy yo para interpelar el patriarcado cuencano sin tener apellido? ¿Aún no reacciono que soy Zhingri y no Malo, ni ninguna otra ilustre? ¿Aún no me doy cuenta de que con esta carita y este pelito no soy sino otra insignificante? Me buscan, dicen, por cinco centavos, y pegan mi cara en un póster mal diagramado, y de un patazo rompen la placa del puente, y de un par de rayones borran los nombres de las compañeras víctimas de femicidio.


Llorar de rabia y de impotencia porque no sé qué hacer. Le cuento a mi ma, pero solo logro preocuparnos a pesar de los disuasivos. Entonces salgo de la casa un sábado que debía haber sido de descanso, buscando algo de protección en algún sitio. Me vienen a ver amigas, que son no solo compañeras de militancia sino ante todo lugar seguro. Me dan el abrazo también de su mamá y yo me quiero quedar en ese eterno tráfico, allí con ellas. “¿Te acuerdas cuando…?”, y hacemos recuento de cómo esto mismo nos ha venido sucediendo, año tras año, de tantas diversas formas. Pero que nunca dejamos de tenernos, y eso fue la muestra más grande de que el Estado no nos cuida, nos cuidan nuestras amigas.


Luego veo a más amigues. Tengo temblorcitos de la rabia y me curo con un poco de ruda en la plaza de las flores, o más bien nos curamos, porque distintos espantos nos atacan. Ellxs me acompañan. Me calman. No pasa nada. No estás sola. Así lo siento.


Llorar de rabia porque redactamos una denuncia, pero en el edificio de justicia no encontramos a nadie para leerla y procesarla. Grandes puertas abiertas, vacías, por donde solo entran las sombras y larguísimos “holas” que nadie responde. Mi abogade, que más que abogade es mi amigue, busca todas las formas de dejar el papel mientras yo solo me siento a tomar algo de solcito, porque almorzamos entre pequeños temblores mal disimulados y luego, nos olvidamos de hacer el café. Quisimos fingir que todo estaba bien. En su oficina leía otros documentos “defensa de defensores”. ¿A nosotras quién nos defiende? Salimos sin éxito, a pesar de que la operación era urgente. Aún es pronto, no quiero ir a casa y le abrazo para contagiarme de su calorcito, porque el frío me empieza a subir por las manos de nuevo. “No pasa nada amix, mañana intentamos de nuevo”. Pienso cómo será para las mujeres que quieren sacar agresores de sus casas. ¡Una mierda!

Hago tiempo. Converso. Me infundo alegrías. No me va a dar miedo. No me va a dar miedo. Pero cuando se apaga el live, vuelvo a recordar que afuera hay un pendiente. No me va a dar miedo.


Me acompañan. Me abrazan más. Me subo al taxi de regreso y llego a casa para no merendar, fingiendo, como todo el día, que todo está bien. Me conecto a otra reunión. Apago el micrófono. ¿Tengo ahora certezas? ¿Tengo ahora respuestas? Ninguna, solo una rabia profunda porque al final de un largo día, es tal como ellos dicen, no soy nadie, no tengo nada.

De ser otra persona, cualquier otra persona, ya tendría estrategia, palabras, la certeza para dormir sin espantos, la seguridad para continuar con mi trabajo mañana. Pero el día ha sido agotador, no me queda más energía para nada y he fallado a mis compañeras y me he fallado a mí misma. Perdón por no responder chats. Son las 23h23 y solo sé grabar audios sin sentido. Gracias por el aguante. No tengo estómago ni siquiera para comer, a pesar del hambre.


Toda la vida mis palabras han sido mi única defensa. En una ciudad de castas eso enoja a muchos, a muchas. Con ellas interpelo directamente, con ellas ando, salgo, le doy forma y sentido a mi vida. Pero después de un día entero de ver cómo para el sistema de (in)justicia y para el lenguaje de las estrategias, mi palabra no vale nada en absoluto, me pongo a dudar fuerte de si me protegerían de las balas, de las patadas que ya han amenazado, se encajarían después en nuestros cuerpos por indias, por radicales, por brujas y feministas… porque (¡ah, sí!) en su cartel también han tenido la delicadeza de deformar mi nariz india para asemejarla más a la idea hollywoodense de la bruja.


La autorización que siente alguien al hacer una acción de estas bebe de las aguas de la autorización colonial y patriarcal que se ha instalado durante siglos en nuestras colonias, y con la que pretenden controlar nuestras vidas y nuestros cuerpos, con la que pretenden infundirnos miedo para que nos callemos, con la que esperan que no digamos nunca más que todo este maldito sistema está mal.


Y ayer casi lo logran conmigo.


Y por eso me levanto llorando, porque el recuerdo del día pasado no me da fuerza ni energías para nada. Porque aunque sé que no estoy sola, sí lo estoy en medio del cuarto gris y frío, sí lo estoy porque así ha tenido que ser durante generaciones para las mujeres de mi familia, otras indias radicales como yo que se atrevieron a creer que su vida valía algo más que los 5 centavos que por sus cuerpos de niñas dieron en las haciendas de la serranía profunda.


No estoy sola. Pero de la soledad también surge mi fuerza, en la soledad convoco a mis abuelas…


Y decido escribir todo esto. Porque toda la vida mis palabras son lo único que he tenido para defenderme, y lo único que seguiré teniendo. Eso ya nos lo enseñaron las Mamas, como Dolores, y por eso lucharon siempre por nuestra educación.

Escribo, pero ahora ya sin temblores, ya sin llorar, ya sin frío y sin miedo. Mis palabras, la alquimia. Mis palabras, la restitución.



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