Siempre ñero, nunca inñero
Aura Lizeth Melo Ávila. / A media cuadra
Foto: Las 2 Orillas
Hace algunos años, en cualquier lugar de Soacha, se discutía sobre el hecho de la nueva condición del conflicto armado, “el postconflicto”. Una palabra que terminó por convertirse en una simple distracción de la realidad que se vivía en muchos territorios de este municipio y del país entero.
El postconflicto resulto de ser, una forma de denominar al supuesto triunfo del “innombrable” cuando, según él, logró desmovilizar a uno de los grupos más sanguinarios (en realidad, su ejército) que se han concebido en el marco del conflicto armado que identifica a este país. Desde luego, nada estaba más lejos de la realidad, el dichoso postconflicto solo escondía una verdad que a voces se difundía: el conflicto llegó a la ciudad, a los lugares más vulnerables que albergaron de manera simultánea a víctimas, desplazados, desmovilizados y todo lo que éste arrojó a dichos territorios. Bajo ese contexto, Soacha se convirtió, sin duda, en un paraíso para la prolongación de la más nefasta historia, en la que subyace una turbulencia de atroces estrategias para mantener la guerra, claro, si los puristas lo permiten.
El espacio resultó insuperable, todo estaba dispuesto para que estructuras paramilitares, aparentemente desmovilizadas, ubicaran el centro de sus operaciones en lugares como Soacha, trasladando la confrontación por el poder territorial, las armas y el narcotráfico (ahora microtráfico) a escenarios que limitaban con la capital del país, situación inconcebible para los gobiernos de la época. Parte de las herramientas que hallaron fueron los jóvenes, estos que, sin ninguna oportunidad de vida digna para ellos y sus familias, terminaron cooptados por una forma de sobrevivir, de irrumpir y destacarse en un mundo que nunca les ofreció nada. Todo confluye y las estructuras asesinas que fueron devastadoras en el campo, poco a poco se van mezclando con organizaciones típicas del contexto urbano, pandillas de barrio conformadas principalmente por esos jóvenes, convertidas en cualificadas organizaciones criminales, o lo que el gobierno denominó como “BACRIM”.
No fue real el pretendido postconflicto del momento, pero sí lo fue la destrucción de una juventud sometida al no futuro, devastada a causa del consumo, la violencia, la delincuencia y cuando no hubo otra cosa a la que acudir, la desaparición forzada, la tortura y la muerte a manos del Estado, con asesinatos que se pasaron como resultados positivos para las fuerzas armadas, pero en realidad, simplemente falsos.
Nada hasta ahora, ha tenido el poder reparador de esta historia sin sentido, de esta turbulenta realidad prolongada por años para los jóvenes de Soacha, o de los sectores más vulnerables de Bogotá y del país, ni siquiera la ilusión de una reconstrucción nacional después de un acuerdo de paz. Pero como la esperanza por un mundo mejor (individual o colectivo), es la mayor expectativa de los humanos y “es lo último que se pierde”, hoy se manifiesta su mejor oportunidad representada en los mismos jóvenes, ahora, los herederos de esa pesimista realidad que, sin un ápice de dicha esperanza y sin mucho que dejar atrás (más que sus familiares cercanos), se levantan en lucha por sus derechos, los de sus familias y amigos.
Son esos a los que, en el marco de una actual movilización social amplia y fuerte, no les importan las derechas o las izquierdas, porque no las entienden o, simplemente, no les sirven; esos que sin creer en ideologías, se hicieron parte de las primeras líneas, sin miedo a perder lo que nunca han tenido, pero ofreciendo lo que han aprendido en las calles, solo para reclamar y defender lo que les ha sido ajeno: la dignidad, los derechos y las opciones; aquellos que no creen en comités y concertaciones diplomáticas, ni en mesas de diálogo, pero que exigen soluciones palpables, manteniéndose en pie de lucha y dispuestos a lo que sea. Esos que tal vez entendieron que los poderes eternos y funestos, deben olvidarse de seguir dominando el destino de un país.
Para ellos que han puesto los desaparecidos y los muertos, que no entiende de protocolos civiles sobre el cuidado de los bienes públicos por encima de la dignidad y que se han atrevido a resistir porque ya nacieron sin algo que perder, solo resta hacerles un homenaje bien merecido, de quienes, en algún momento, fuimos parte de esa realidad caótica (desde Soacha o desde cualquier lugar de Colombia), de ese sin sentido en el que se convirtió el vivir, o mejor, el sobrevivir y que con suerte (tal vez si o tal vez no), tuvimos la posibilidad de materializar una vida menos angustiosa y con opciones, pero que, como hijos de un barrio del sur, conocimos ese mundo de la calle, en el marco ese contexto y con el mayor de los respetos, no deberíamos olvidar y por el contrario promulgar: siempre ñero, nunca inñero (o gente de bien, para traducir)
https://amediacuadra8.blogspot.com/2021/06/siempre-nero-nunca-innero.html
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