Violencia sexual como arma de represión; “Me manosearon hasta el alma”
Emma Avila Garavito Revista Hekatombe
Foto El siglo de Durango
Otra vez ha pasado. Otra vez se debe escribir para desahogar el alma; esa que como mujer también sentí manoseada al enterarme del abuso realizado por quienes constitucionalmente tienen el deber de protegernos. Otra vez hay que escribir en memoria de otra víctima. Quisiera no tener que hacerlo, quisiera que estos casos no se tengan que documentar, quisiera que, a esta niña de 17 años en Popayán, no la hubieran lanzado al suicidio después de ser capturada, golpeada y violentada sexualmente por al menos cuatro policías del ESMAD.
No basta con enfrentarse con escudos y armaduras, chalecos antibalas, cascos… no basta con que ataquen con sus armas que usan desproporcionadamente, no basta con que arrollen con sus tanquetas a manifestantes en las calles o que arrojen gases y hostiguen desde el aire en barrios populares en donde habitan niños, niñas, personas mayores, personas enfermas, personas en condiciones de discapacidad. Para ellos no basta con todo esto, siguen usando la violencia sexual para reprimir, siguen usando la violencia sexual para acallar las voces que se levantan contra un gobierno que no garantiza los derechos, siguen usando la violencia sexual como arma de represión y el cuerpo de las mujeres como botín de guerra.
En septiembre del año pasado escribí unas líneas en relación con este mismo tipo de delitos: violencia sexual desde agentes del Estado. Pareciera que recordar a las mujeres que han sido abusadas por parte de miembros de la fuerza pública no sirve de nada para tomar riendas en el asunto. En lo que va corrido del Paro Nacional que arrancó el 28 de abril se reportan al 13 de mayo, además de 39 asesinatos, 16 casos de violencia sexual por parte de agentes del Estado, cifra que seguramente no recoge el caso de ella ni el de muchas otras que cuando van a denunciar son revictimizadas por las instituciones que deberían garantizar sus derechos.
Durante estos días de Paro Nacional, hemos pasado noches de verdadero terror mientras en las calles de Cali, Pereira, Bogotá, Popayán, Tunja, Barranquilla, etc., la represión estatal estalla y bajo la oscuridad de la noche y el silencio cómplice de los medios de comunicación oficiales, se violan y vulneran de todas las formas posibles, no solo el legítimo derecho a la protesta, sino los derechos humanos e incluso el Derecho Internacional Humanitario.
Con todo esto, y sumando los atropellos que se evidencian contra el movimiento social desde noviembre del 2019 en donde se registró el asesinato de Dilan Cruz, el ataque a la Minga indígena, a las misiones médicas humanitarias, la falta de esclarecimiento en los ataques sistemáticos como el perpetrado contra Lucas Villa, etc., es claro que el primer punto de negociación del Paro Nacional debe ser el desmonte inmediato del ESMAD y la Reforma a todas las fuerzas de control estatal, además de la renuncia del Ministro de Defensa y otros mandos militares, todos los responsables directos e indirectos de esta masacre en la cual no ha intervenido ni la Defensoría del Pueblo, ni la Procuraduría, ni la Fiscalía, pero que en cambio, si ha tenido una fuerte respuesta internacional.
A los miembros de la fuerza pública, policías y soldados, a quienes llegue este mensaje solo recuerden que así “sigan órdenes”, las responsabilidades penales siempre serán individuales; más allá de un uniforme, somos un mismo pueblo, somos hijos de campesinos, descendientes de indígenas y afros. Muchos tuvieron que entregar sus sueños e ideales a una institución porque no tuvieron oportunidades de estudiar. Muchas de sus familias han recibido malos tratos en las entidades que les ofrecen el servicio a la salud como si fuera un regalo y no como el derecho adquirido por el trabajo que realizan. Muchos que son víctimas de este conflicto no reciben aún reparación ni siquiera los mutilados que han quedado en condición de discapacidad por esos “daños colaterales”. Muchos han perdido familiares, amigos, lanzas en un conflicto que quienes lo promueven no estarían dispuestos a ofrecer sus hijos para pelearlo. Piensen ustedes que, al igual que el policía de Popayán, su hija puede ser la próxima víctima de esta barbarie.
Definitivamente, no quisiera escribir estas palabras, pero es la única forma de desahogar el alma…
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