¿Reconciliación u oportunismo?
Los correístas arrepentidos se parecen demasiado a los morosos contumaces: siguen pidiendo créditos sin antes saldar sus cuentas. Desde hace un buen tiempo, y bajo membretes variopintos que aluden a la conformación de “frentes, coaliciones, renovaciones o redes ciudadanas para recuperar la patria” (Unión por la Esperanza, Comune, Movimiento Unidad Progresista Sur, Sur Gente, entre otros), tratan de limpiar su pasado y lavarse las manos de la responsabilidad de dejarnos un país ética y económicamente devastado.
No causa sorpresa, sino gracia, ver el esfuerzo que columnistas, editores, exasambleístas, exministros y exministras, alcaldes o profesores ideólogos del correato hacen para poner una distancia supuestamente objetiva en el análisis del correísmo, pero omitiendo por completo su participación en ese proyecto político. Lo que antes fue una justificación de posturas oprobiosas (por ejemplo, mujeres funcionales o asambleístas claudicando frente a los derechos sexuales y derechos reproductivos y asumiendo públicamente su condición de sumisas), hoy quieren convertirlo en una cínica neutralidad, sin la más mínima vergüenza.
Poner una fría distancia sobre acontecimientos inocultables no exime de responsabilidad. Criticar la corrupción institucionalizada olvidando que fue una creación del gobierno anterior; cuestionar la actual violación de derechos laborales sin referirse al Decreto 813, que llevó a miles de funcionarios públicos a las renuncias obligatorias; censurar las privatizaciones sin aludir a la aprobación de las alianzas público-privadas, que fueron la puerta para iniciar la venta de las empresas públicas; rasgarse las vestiduras por las violaciones de los Derechos Humanos sin mencionar los atropellos sistemáticos contra los dirigentes sociales durante el correato, son actos de la más absoluta sordidez.
Ahora, el neoliberalismo del cual fueron cómplices se convierte en la muletilla para convocar a la unidad, para exhortar a los movimientos sociales y a las organizaciones de izquierda a olvidar las rencillas. Como si la complicidad o el encubrimiento de tantos crímenes pudiera taparse con un manifiesto. ¿Qué dijeron de la represión, de la corrupción rampante, del atropello a la libertad de expresión, del nepotismo crónico del anterior régimen?
Porque lo que está en discusión no son opiniones discordantes. No. Se trata de prácticas éticas y políticas opuestas, de la sumatoria de pequeñas justificaciones que fueron acumulando interminables violaciones de derechos y leyes, interpretaciones jurídicas aberrantes, desprestigio de organismos como la CIDH que solamente recobró su importancia cuando vieron vulnerados sus propios derechos, vejaciones y arbitrariedades de todo tipo frente a las cuales guardaron un infame silencio.
¿Es posible la reconciliación con quienes evadieron la responsabilidad del gobierno de Correa respecto de los asesinatos de Freddy Taish, Bosco Wisum o José Tendetza, con quienes persiguieron a luchadores y luchadoras sociales, con quienes amedrentaron, espiaron y persiguieron a militantes de izquierda, con quienes contemplaron impasibles cómo se armaban gigantescos patrimonios a partir del saqueo de los fondos públicos, con quienes avalaron el encarcelamiento de los 10 de Luluncoto, de Javier Ramírez, de Luisa Lozano y de más de 200 adolescentes por abortar, con quienes justificaron la saña con la que se persiguió a la CONAIE, a la UNE y a las organizaciones de médicos y enfermeras, con quienes permitieron la división del Seguro Social Campesino? En fin, ¿es posible la reconciliación con quienes directa o indirectamente se beneficiaron del más grande latrocinio de nuestra historia?
El país corre el riesgo de quedar estrujado por varias fuerzas destructivas: el morenismo y su estrategia neoliberal, la mafia correísta y su ridículo intento por conseguir la impunidad de sus estrellas prófugas, la derecha y su pragmatismo inescrupuloso…Todas, indistintamente, reproducen las mismas viejas prácticas políticas. Hoy participarán del simulacro para designar al vicepresidente o vicepresidenta de la República, escogerán entre dos funcionarios (María Paula Romo o Juan Sebastián Roldán) formados y heredados por el anterior régimen.
En medio de estas movidas proliferan los y las correístas arrepentidos, hoy ansiosos por encontrar un espacio entre los mismos sectores que ellos y ellas intentaron destruir. No tienen recato en enfilar lanzas contra quien califican como el peor presidente de la historia, un personaje que ellos mismos promovieron, eligieron y presentaron como una maravilla revolucionaria.
Entre la autocrítica, el arrepentimiento y el oportunismo hay una delgada e imperceptible línea que la izquierda y los movimientos sociales no debemos permitir trapasar.
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