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Cuerpos y territorialización

Foto: La Quinta Pata

“En los contextos de marginalidad social y urbana caracterizados por sus altos niveles de informalidad, la construcción de lo público como valor de una colectividad previamente asumida, adquiere formas diferentes a otros entornos físicos de mayor formalidad en su configuración territorial no sólo desde la noción de espacio público sino también desde la creación de nuevos espacios habitables donde lo público adquiere otros significados que se corresponden con la propia emergencia desde la que fueron concebidos. Las relaciones de fuerzas en constante tensión que se dan entre lo público y lo privado en el escenario urbano como procesos individualizadores que se establecen en el territorio para producir valores que permitan socializar los conflictos, es una cuestión crucial al abordar los procesos de conformación de lo público como lugar colectivo de las demandas particulares en la contemporaneidad.”( Deleuze, G; Guattari, F. 1997. Mil mesetas. Capitalismo y esquizofrenia II. Valencia: Pre-textos.)

El ámbito de lo público quedó a merced del virus. Quiénes poseían el monopolio de su administración y de sus reglas de uso, vía el contrato social suscripto para que los gobernantes nos gobiernen, sólo tienen en manos la posibilidad de imponer la utilización de la prohibición o de su dinámica bajo estrictos protocolos restrictivos (las consabidas mascarillas obligatorias, el distanciamiento físico y las regulaciones de aperturas en donde se puedan dar las inconvenientes, cuando no prohibidas aglomeraciones). Este es el principal problema político y de los políticos, que no necesariamente se traduce en el principal problema de los ciudadanos o de la ciudadanía.

Gobernantes (en los que se incluyen también la “oficialidad” de la oposición) transitan la herida narcisista de tener las manos atadas, de estar a la espera, implorando la salida del “pharmakon” (sea como vacuna o remedio), para que el poder les regrese como la normalidad tan ansiada. En el mientras tanto, en el interregno, en el paréntesis cuál epojé husserliana, que lleva meses y podría pasar el año, los habitantes, los múltiples, las masas, los individuos y los cuerpos, en el sentido deleuziano, estallan en sus disidencias internas que nos habitan y en las que nadie trabaja y de la que muy pocos se encargan. Iremos a ejemplos que clarifican estas dislocaciones.

Para miles o millones, el ámbito de lo privado, al que están confinados, les reporta un mayor peligro real, que la posibilidad concreta de salir al afuera en donde pueden estar más expuestos al virus. Hablamos de violentados (violentadas), individuos de todo género a los que no se los respeta en su esencialidad o en sus cuerpos sin órganos y que reciben agresiones, cuando no exterminio. Hablamos de quiénes no tuvieron la posibilidad de hacerse con recursos ingentes, ahorros o reservas que les permitan hacer la espera obligatoria que imponen de hecho los gobiernos para esperar el advenimiento salvífico de la vacuna. Hablamos de todos en verdad, a los que de la noche a la mañana, se nos obligó a que cambiemos nuestras pautas culturales y nuestro modo de ser en el mundo y que generan síntomas, existenciales, psicológicos, emocionales que no pueden ser medidos fehacientemente por ninguna estadística conocida ni por conocer.

El concepto de territorialización y por ende de lo público y de lo privado, es la víctima central en la trama de la irrupción de la pandemia. Lamentablemente el segundo concepto que enferma gravemente es el de la noción de individualidad y por ende de cuerpo.

“No es el sujeto el que explica la esencia, es más bien la esencia quien implica, se envuelve, se enrolla en el sujeto. Mucho más, al enrollarse sobre sí misma, constituye la subjetividad. No son los individuos los que constituyen el mundo, sino los mundo envueltos, las esencias, los que construyen los individuos”. (Deleuze, G. Proust y los signos. Barcelona: Anagrama, 1995, p. 55).

No poder despedir como lo hacíamos usualmente un familiar muerto, es precisamente un resultante del drama señalado. Nuestros cuerpos nos han dejado de pertenecer. Un ejemplo más en clave política. Se produjo recientemente la muerte de dos niñas, sindicadas como miembros de una guerrilla en Paraguay, a manos de las fuerzas militares de aquel país. Ni los supuestos guerrilleros ni la acción represiva del estado, concibieron esos cuerpos como tales. Ante tamaña magnitud del ejemplo, sobraría explicar las réplicas que se dan a diario en muchas aldeas del globo, en relación a quiénes, reaccionan naturalmente, bajo el afán de la “libertad” de protestar en los espacios que antes eran públicos, por las restricciones que se imponen y que no tienen un horizonte claro de hasta donde irán ni por cuánto tiempo. O aquellos que pretenden encontrar una oportunidad de reivindicación, cometiendo delitos contra el también viejo concepto de propiedad (robos, arrebatos y toma de tierras).

Los que aún tenemos ciertas herramientas, nos guarecemos, cuál madriguera, en la virtualidad, de las acciones a distancia, las telemáticas. Los ejemplos claros, en donde trasuntan las nociones de lo laboral (trabajo en casa) y lo educativo nos sostienen por el momento en un presente que oficia como placebo, avalado y amparado por la oficialidad gubernamental, dado que bajo esta apariencia de que “esto pasará”, resguardan para sí, la legitimidad de imponer sus reglas, que tal como expresamos, sólo quedaron en el orden de las prohiciones o de las restricciones.

Estamos inmersos en algo mucho más complejo que nuestra propia posiblidad de muerte, como la de millones, la pérdida de ingresos, de empleo o la compulsa geopolítica que pueda subyacer entre potencias que se disputan el orden mundial.

Quiénes filosofamos, entendemos que lo mejor (y ahora lo único o prioritario) que podemos seguir haciendo, es brindando propuestas de sensaciones en sentido deleuziano, para reformular lo pensado y lo pensable. Esta es la única razón de las presentes palabras, en este órden y en el sentido que te despierten, que te llegan de esta manera.

“No creo que a la filosofía le falte público ni divulgación, sino que se trata de un estado clandestino del pensamiento, un estado nómada. La única comunicación que podríamos desear, perfectamente adaptada al mundo moderno, se conformaría según el modelo de Adorno (la botella arrojada al mar) o según el de Nietzsche (la flecha que un pensador lanza para que otro la recoja)” (Deleuze, G. Conversaciones, Valencia: Pre-textos, 2006, p. 244).

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